La Voz del Interior @lavozcomar: Serán lo que vean

Serán lo que vean

Tus hijos harán lo que vean. Si frente a ellos lees un libro, les dará curiosidad (no a todos, sí tal vez a alguno) saber de qué tratan esas hojas con letras, sin botones ni imágenes para agrandar con dos dedos.

Les intrigará saber por qué dedicas tanto tiempo a la lectura; querrán entender tus cambios de expresión a medida que recorres el relato y tu tristeza al finalizar el libro.

Y esa nostalgia por los personajes invisibles que te acompañaron durante el trayecto.

Cuando menos lo imagines, verás a ese hijo curioso explorando un libro, buscando su belleza.

Pero debes saber que, de igual modo, si estás pendiente del teléfono en todo momento de cada día, copiarán el modelo.

Desde pequeños, los verás abrir sus ojos desmesuradamente, extender el dedo índice y pedir por ese cristal líquido que tanto te atrapa.

Cuando menos lo imagines, forcejearás para recuperar tu teléfono –ese que has prestado “para que se tranquilice”– sin poder contener el escándalo que vendrá.

También siento la obligación de avisarte que, si llegas cada día a casa con el rostro contraído, quejándote por las injusticias del mundo al punto de olvidar saludarles, tus hijos te imitarán.

Si arrojas el abrigo por ahí y prendes el televisor para “despejarte”, no te sorprenda que ellos hagan algo parecido.

El regreso del colegio estará plagado de quejas y lamentos; los verás revolear sin cuidado el uniforme y la mochila y, sin más, correr apurados para “distraerse” frente a una pantalla.

Quizá lo más doloroso sea comprobar que no te han saludado hoy, ni ayer, ni anteayer.

No se trata de ignorar una realidad que te consume toda la energía, entre intentar llegar a fin de mes y mantener la calma; pero no podía dejar de advertirte que la soledad intrafamiliar se construye en silencio, repitiendo modelos que, de tan cotidianos, ni sorprenden.

Debes saber que tus alumnos harán lo que vean.

Si llegas al aula sonriendo (pese al magro sueldo, tu cansancio acumulado y la montaña de pruebas que corregiste ayer), algunos de tus alumnos –no todos– sonreirán.

Si comienzas la clase preguntando si están recuperados del dengue, notarás un mejor gesto en muchos de ellos, que sabrán agradecer regalando algo de su frágil atención y menos barullo.

Cuando menos lo esperes, alguno te sorprenderá preguntando si alguien en tu familia también se enfermó.

Pero debes saber que, si irrumpes en seco y comienzas a desarrollar la geografía de Europa, es probable que el gesto agrio que ves en tus alumnos sea el tuyo.

Así no será fácil captar su atención. Pasarás el resto de la clase intentando contener el desorden, sin llegar a explicar cuántos países atraviesa el Danubio o cuál es la capital de Polonia.

No se trata de ignorar el agobio de los docentes ante tanta descalificación social y económica, pero debes recordar que la pasión por el conocimiento se construye con acuerdos sencillos entre quienes comparten el aula, cada jornada.

Cada niño y niña que te rodean son espejos donde encontrar la más genuina imagen.

Si respetas a los animales, si sonríes frente a esa planta que parecía moribunda y hoy ha florecido, si festejas la lluvia y agradeces por el sol, ellos podrán comprender que el mundo no pertenece a los humanos. Apenas lo habitan.

Bastará con mirarlos para estimar cuál ha sido tu siembra y entender la cosecha.

* Médico

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