La Nación Economía: La Argentina en la senda del hastío y lo irreversible

La Argentina en la senda del hastío y lo irreversible

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¿Qué sentimientos le genera el Perú?, preguntó esta semana Ipsos, la única encuestadora que acertó con precisión milimétrica el resultado de las elecciones que le permitieron a Pedro Castillo convertirse en máximo líder de ese país. Los peruanos están estrenando presidente, el quinto en cinco años, pero no han renovado las expectativas. Con respuestas múltiples, apenas el 40% contesta “esperanza/optimismo”; el 30%, “preocupación/angustia”, y el resto es un compendio de sensaciones: “amor/cariño” (28%), “orgullo” (27%), “pena/tristeza” (26%), “sentimientos encontrados” (13%), “vergüenza” (9%), “indiferencia/nada” (5%) y “rabia/odio” (5%).

No habrá luna de miel en Perú. La gestión de Castillo lleva unas pocas horas y la sociedad ya siente un hastío equivalente al de años de desgaste. Su liderazgo, respaldado por un triunfo en el ballottage contra Keiko Fujimori por apenas 44.058 votos luego de haber sacado el 19% en primera vuelta y en el contexto de una nación muy golpeada económica y sanitariamente por el Covid, parece haber emergido más del rechazo a la oferta electoral que a condiciones propias. Es cierto que se trata de un caso particular: los peruanos le agregaron penurias de pandemia a una crisis institucional propia. Pero los comicios en la región vienen mostrando situaciones análogas. En Chile, el último y más significativo caso, y contra lo que proyectaban los sondeos, los candidatos más jóvenes, Gabriel Boric, de 35 años, y Sebastián Sichel, de 43, acaban de derrotar a dos experimentados como el alcalde comunista de Recoleta, Daniel Jadue, y el histórico de Las Condes Joaquín Lavín.

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La epidemia coloca a los gobiernos ante situaciones impensadas. Los analistas suelen usar un nombre para catástrofes ambientales jamás vividas en el transcurso de la historia, como los incendios provocados por el calentamiento global: los llaman “cisnes verdes”. Perú Libre, el partido ganador, vive además una incertidumbre interna: nadie sabe si Castillo, sindicalista docente, campesino y aliado al influyente Vladimir Cerrón, un neurocirujano formado en Cuba y defensor del régimen de Castro, elegirá hacer equilibrio o intentará, aun en minoría, cumplir promesas de campaña osadas para economías latinoamericanas. Entre ellas, una reforma constitucional que permita redistribuir las utilidades de las mineras.

Su discurso de asunción tuvo frases ambiguas. Propuso respetar la propiedad privada, pero poner “por delante los intereses de la nación”. En Perú dicen que cada vez que el flamante jefe del Estado ensaya un gesto de racionalidad aparece Cerrón para sofocarlo. Fundador de Perú Libre, Cerrón no pudo competir por la presidencia porque se lo impedían sus causas judiciales, pero vio en Castillo un posible ejecutor de su proyecto. Una especie de Cristina Kirchner con impedimento constitucional: en Perú rige la ficha limpia para los candidatos. Cerrón se siente un revolucionario. Y cuestiona lo que llama “izquierda caviar”: el progresismo que representan dirigentes como Verónika Mendoza, antropóloga y psicóloga peruano-francesa que conduce el Movimiento Nuevo Perú y que pertenece al Grupo de Puebla, donde se ha contactado alguna vez con Alberto Fernández. Anteayer, no bien terminó el acto de la asunción de Castillo, y mientras el establishment aguardaba alguna señal positiva al menos en la conformación del equipo, Cerrón saldó las dudas en Twitter: “Existe mucha especulación acerca del futuro gabinete, pero también conspiración caviar, ante lo cual el presidente, el partido y la bancada darán una sólida respuesta. ¡Vamos seguros al cambio que necesita la patria!”, escribió. Lo que empezaba a inquietar a los empresarios se concretó: la primera designación del presidente fue la Guido Bellido, el colaborador de mayor confianza de Cerrón, como jefe de Gabinete a. La otra incógnita empresarial, que se conocerá en las próximas horas, reside en saber si Pedro Francke, asesor económico de Castillo, formará parte del gobierno. Aunque ambos estuvieron reunidos en la madrugada de ayer durante dos horas, nadie apuesta demasiado por un acuerdo. Ya lo anticipó un tuit de Cerrón del fin de semana: “Pedro Francke repite con frecuencia que se necesitan funcionarios de alto nivel, eso huele a Chicago Boy. Esos han fracasado por décadas. Necesitamos cambio y confiar por nosotros mismos”. Predecible.

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El kirchnerismo viene celebrando el triunfo de Castillo antes de que terminara el conteo. “Es una bocanada de aire fresco”, acaba de definirlo Alberto Fernández, para quien de todos modos puede llegar a ser un aliado incómodo: algunas de las ideas expuestas por el presidente peruano en ese acto, como la creación de un servicio militar obligatorio para jóvenes que ni estudian ni trabajan o la expulsión en 72 horas de los extranjeros que cometan delitos, recibieron primero el aplauso de dirigentes de Juntos por el Cambio. “Será de izquierda, pero no estúpido”, valoró Miguel Pichetto, y Patricia Bullrich le habló directamente a Alberto Fernández en una entrevista con Radio La Red: “Decile a Castillo las barbaridades que me dijeron a mí con el servicio cívico voluntario”.

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¿Puede haber un eje Argentina-Bolivia-Perú?, ¿qué va a pasar con el Grupo de Lima, que se identificó tanto con políticas de derecha que no tenían nada que ver con lo que ahora proponen estos nuevos gobiernos?, le preguntó anteayer Gustavo Silvestre en C5N al Presidente. Alberto Fernández contestó sin referirse a Castillo: cuestionó a la OEA y habló de la necesidad de crear un organismo alternativo, pero no se detuvo en el caso peruano.

La respuesta dependerá del rumbo. Perú fue afectado por la pandemia, pero, a diferencia de la Argentina, tiene todavía una macroeconomía relativamente ordenada y cerró 2020 con 2% de inflación anual. El temor de los empresarios es que lo eche todo a perder. Y, para las mineras, varias de las cuales pertenecen a grupos chinos como el fondo China Investment Corporation o la Aluminum Corporation of China, que vuelva inviable el negocio. ¿Podría el nuevo gobierno poner en juego una estabilidad que, por ejemplo, le permitió a Perú endeudarse a tasas bajas para destinar el 20% de su producto a alivianar los costos de la pandemia? Es probable que Castillo tenga también esa duda. Cuando habla de los jóvenes que no trabajan ni estudian se refiere además al panorama económico y social que le espera después del Covid.

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Y tampoco estará exento de costos políticos. Perú Libre tiene solo 37 bancas de las 130 del Congreso y, como máximo, sumando alianzas, podrá alcanzar 52, exactamente 13 menos de lo que requeriría la mayoría. Lo condena entonces un dilema sin salida: si se modera, su propio bloque se partirá en dos; si se radicaliza, no tendrá nunca los votos para el cambio que prometió.

Estas encrucijadas son en parte las de Alberto Fernández. El manual clásico indica que cualquier giro drástico debe hacerse siempre con respaldo propio, no prestado, en las urnas. Pero el Presidente tiene una urgencia adicional: necesita dar vuelta la página de la crisis sanitaria antes de septiembre por las elecciones. El nombre que el Frente de Todos le puso a su primer spot de campaña, “La vida que queremos”, representa más que nada un anhelo propio. El Gobierno está preocupado, pero cree que podrá recuperar adhesiones que perdió en el conurbano, principalmente en los estratos más jóvenes. No es tan sencillo. El economista Esteban Domecq comparó hace poco los índices de confianza en el Gobierno y del consumidor elaborados por la Universidad Di Tella con los resultados de las elecciones desde 2001 hasta hoy. Algunas conclusiones del trabajo: “Ningún oficialismo ganó una elección con este nivel de indicadores de confianza”, “Se mantiene la brecha entre la confianza en el Gobierno y del consumidor”, “Los resultados electorales no dependen solo de la demanda, sino de la oferta electoral”, “Con estos indicadores, un 40% de votos a nivel nacional sería el techo del oficialismo”.

Ese umbral de incondicionales, 40%, es idéntico al de los optimistas de Perú. Podría objetarse que en la Argentina, por las restricciones sanitarias, los costos y los problemas de inseguridad, algunas encuestadoras ya han resuelto que solo harán una mínima parte de sus sondeos de manera presencial. Cualquier error de campaña se advertirá entonces solo al mirar atrás, una vez consumados sus efectos. Un karma típico de tiempos de Covid. Como a Perú, a la Argentina la asalta también la amenaza de lo irreversible.

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