La Voz del Interior @lavozcomar: Lo importante es que Milei cace ratones

Lo importante es que Milei cace ratones

Seamos sinceros: los argentinos estamos dispuestos a aceptar a un presidente mesiánico y psicológicamente inestable a cambio de una cuota de crecimiento y prosperidad económica.

Esta no es una opinión: es la elección que hizo la mayoría del país en los últimos comicios presidenciales.

El mismo Kim Jong-un, líder supremo de Corea del Norte, podría instalarse en la Quinta de Olivos, o Xi Jinping venir a gobernarnos desde su base china en Neuquén, y seríamos capaces de perdonarles algunos deslices, dos o tres arbitrariedades, quizá hasta algunos ensayos misilísticos, a cambio de lo que nunca tuvimos en las últimas décadas: una larga temporada sin inflación y con la rueda de la economía moviéndose hacia el desarrollo.

Un argentino que hoy tenga 60 años ya vivió 14 períodos de recesión económica, incluido el actual, y jamás conoció una década de real crecimiento económico y social.

Un argentino de 15 o 25 años nunca vio a sus padres disfrutar de una vida económicamente previsible, y eso explica por qué Ezeiza queda cada vez está más cerca para todos ellos.

El presidente llora desconsolado en el Muro de los Lamentos.

Por eso la sociedad acaba de flexibilizar sus pruritos y espera que este presidente inusual, que se compara con Moisés, separe las aguas del mar Rojo para que los argentinos puedan llegar a la tierra prometida de la estabilidad económica.

No importan las manías del gato, sino que cace ratones.

A cambio de un suceso económico, el país está dispuesto a ignorar o a perdonarle al Presidente sus agresiones verbales, su desprecio por las instituciones, el rechazo de las reglas democráticas, su constante bullying en redes sociales contra adversarios o periodistas que desprecia, sus autoelogios repetidos y hasta sus desbordes emocionales.

Hace pocos días, el Presidente viajó hasta Miami para recibir el desconocido premio Embajador de la Luz, otorgado por una sinagoga jasídica Jabad Lubavitch.

En esa ceremonia, Milei volvió a exhibir su cada vez más repetido desborde emocional. De repente, al Presidente le vienen ganas de llorar y lo hace como un chico, sacudido por las lágrimas. Llora con todo el cuerpo.

Lo mismo ocurrió al visitar el Muro de los Lamentos, en Jerusalén, cuando no pudo contener el llanto y el desconsuelo, y necesitó ser reconfortado por el rabino que lo acompañaba.

También lloró en Nueva York al visitar la tumba del líder jasídico Menajem Mendel Schneerson. No sólo le ocurre por motivos religiosos. Lloró al tomarle juramente a su hermana como secretaria de la Presidencia; lloró cuando vio emocionada en un acto a la ministra Sandra Pettovello, y hasta lloró en un programa de televisión cuando le mostraron una foto de su perro muerto.

Este presidente sentimental tiene, además, un temperamento con una fuerte preferencia por los extremos.

Milei estatua. Imagen realizada con inteligencia artificial subida por el presidente a sus redes sociales.

No le basta querer convertirse al judaísmo: quiere convertirse a una rama ortodoxa y derechista del judaísmo. No le basta con ser liberal: dice ser anarcolibertario. No le basta con achicar el Estado: quiere exterminarlo. No le basta con ser practicante de yoga: dice ser practicante de tantra yoga blanco, que prescinde del contacto corporal. No le basta con ser un buen presidente: es el presidente “más votado de la historia”, que quiere ser el presidente más popular del mundo y que lleva adelante el ajuste “más grande de la historia”.

Ya hablamos antes de su explícita preferencia por los personajes de ópera melodramáticos, arrastrados por pasiones exageradas.

Estos repetidos desbordes emocionales y esta predilección por los extremos van también de la mano con una puerilidad que lo conduce al permanente autoelogio, como los cantantes de trap que se autoensalzan en cada una de sus canciones.

Hay numerosos estudios científicos que coinciden en señalar que estos son rasgos que caracterizan al dogmatismo, marcas psicológicas de los cerebros más impulsivos e inflexibles, generalmente lentos en procesar la evidencia perceptiva.

Ojalá que la economía dé buenas noticias, todo lo anterior pase a segundo plano y evite a los argentinos tener que ser testigos de otra larga sesión de psicoanálisis presidencial que dure cuatro años.

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