La Voz del Interior @lavozcomar: La crispación al palo

La crispación al palo

Si quisiéramos ser muy puntillosos, deberíamos notar que es una reacción instintiva y por ende inevitable. De hecho, el concepto viene del mundo de la medicina, y una posible definición de “crispación” podría ser “la contracción repentina y pasajera en el tejido muscular, en cualquier otro tejido de naturaleza contráctil o en una parte del cuerpo”.

Sin embargo, cuando tomamos el mismo término en un tono más social, más cercano al orden de lo vincular, suele suceder que lo repentino se sostiene, pero no así lo pasajero.

No sé si es un mal de época o de lugar (o de una conjunción de ambos). Lo que es inobjetablemente cierto es que estamos siendo testigos de una epidemia de crispación importante, cuyas consecuencias más críticas se miden, sencilla y tristemente, en víctimas mortales.

Una discusión callejera por alguna encerrona vehicular, a veces una disidencia política, otras tantas un cambio de epítetos por un asunto de polleras (o pantalones) terminan siendo el combustible ideal para encender la impiadosa mecha de la ira, una mecha tan peligrosa como la de cualquier explosivo.

Es cierto que el enojo viene incluido en nuestro paquete de emociones. Y hasta puede ser justificado en muchas oportunidades. Lo que es delicado es lo que sucede después; y cuanto más inmediato, mucho peor.

Es tal el enojo de la tradición judía con aquellos que se enojan consuetudinariamente (y dan rienda suelta a esa pasión tan destructiva) que nuestros maestros ancestrales han igualado la irritación con la idolatría, han señalado que la ira hace perder a los sabios su sabiduría y hasta a los profetas su profecía.

El mismo Moisés fue penado por Dios por haberse enojado en demasía con su pueblo, y finalmente no se le permitió entrar a la Tierra Prometida por semejante desatino.

Nos urge entrenarnos en el arte de enojarnos; por un lado, para que nos suceda cada vez más en menor cuantía, y por otro, para que cuando nos atrape esa cólera intempestiva podamos pasarla suavemente por el filtro de nuestro intelecto, que si ha sido bien regado con una buena dosis de ética, sabrá cómo hacerle frente sin tener que lamentar futuros daños…

El Talmud afirma que es mucho más fuerte quien controla sus propios impulsos que aquel que es capaz de conquistar una ciudad. Una verdad irrefutable… aunque algunos se enojen.

*Rabino, integrante del Comité Interreligioso por la Paz

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