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Santos remedios

En el año de su lanzamiento (1886), cada envase de Coca-Cola contenía nueve miligramos de cocaína.

Efectivamente, su nombre unía las dos principales sustancias: hojas de coca (erythroxylum coca) y nuez de cola (cola acuminata), disueltas en agua carbonatada.

Con el tiempo, la compañía eliminó de la fórmula la cocaína, aunque en la actualidad Coca-Cola incluye un extracto de hoja de coca purificada, autorizado por la Administración de Control de Drogas.

Su inventor, el médico John Stith Pemberton, nunca imaginó la dimensión que alcanzaría su humilde “jarabe para trastornos estomacales”, uno de los tantos que se ofrecían a finales del siglo XIX con propósitos curativos.

Por entonces, sus ingredientes eran considerados naturales e inocuos.

En realidad, todos aquellos “remedios” contenían cocaína, heroína, morfina, opio o alcohol, y tenían una enorme aceptación popular debido a que resolvían la mayoría de los dolores.

Aquello no era sino enmascarar enfermedades, muchas de ellas graves, pero no busquemos nitidez en el pasado usando anteojos actuales.

Los preparados con dichas drogas se obtenían sin receta y en cualquier botica; no se discriminaba edad ni condición y los médicos los indicaban tanto para resfríos, cansancio, cólicos, puerperio e incluso para apaciguar a bebés inquietos.

Para los niños mayores, había jarabes de heroína o de cocaína, mientras que para los más pequeños se reservaba la morfina.

Cuando lloraban por “los dientes”, se apelaba a gotas que contenían alrededor de 65 miligramos de sulfato de morfina por cada 30 mililitros, dosis suficiente para dormirlos por varios días.

Entre 1890 y 1930, el medicamento más popular en nuestro país para combatir la tos (fuera bronquitis o un simple catarro) contenía heroína; su nombre comercial: Jarabe de Heroína Bayer.

En muchas familias se acostumbraba a beber vino Mariani –mezcla de vino de Burdeos y extracto de hoja de coca–, vino de cocaína de Metcalf o vino de coca de Maltine; todos los brebajes, efectivos calmantes; todos los integrantes de la familia, o la mayoría, terminaban adictos.

Historia y presente

Hasta avanzado el siglo 20, los tónicos y las tabletas de cocaína eran populares entre cantantes y oradores por su efecto “revitalizador”, para “curar” dolores de garganta y algunas migrañas, mientras que, en altísimas dosis, la cocaína se utilizaba en procedimientos quirúrgicos, desde extracciones dentales hasta cirugías complejas.

Incluso Sigmund Freud experimentó con cocaína para el tratamiento de enfermedades mentales como la depresión y la ansiedad. (También la consumía, pobre, atormentado por los dolores causados por el cáncer).

Cada ejemplo anterior da cuenta de las certezas que, aplicadas en cada tiempo y lugar, determinan los usos medicinales.

Estos datos históricos podrían ser útiles para evaluar de manera actualizada el uso e indicaciones profesionales de los principios activos comercializados con más frecuencia: ibuprofeno, paracetamol, amoxicilina y salbutamol.

Los dos primeros son analgésicos antifebriles de venta libre y con potenciales severos efectos nocivos gastrointestinales, renales, hepáticos y sanguíneos. No obstante, sólo en los más pequeños se suele calcular la dosis apropiada; no en adolescentes o en adultos, algunos “adictos”.

Amoxicilina, en tanto, es el antibiótico más automedicado sin supervisión profesional ni conocimiento de una catástrofe sanitaria actual: la resistencia bacteriana.

Y salbutamol, usado como broncodilatador, es efectivo en tanto supervisado, pero con alto riesgo de provocar grave daño cuando se utiliza de modo indiscriminado.

No debería extrañar que alguien, en un futuro no lejano, describa “el uso descontrolado de drogas tóxicas durante el siglo 21”.

Y compruebe la eterna vigencia de los dolores humanos.

* Médico

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