La Voz del Interior @lavozcomar: Pichón, simplemente un “crack”

Pichón, simplemente un “crack”

Cuando apareció entremezclado entre los jugadores rivales, en tiempos en los que un clásico entre barras te cortaba la respiración como un River-Boca, no dio tiempo ni siquiera a la sorpresa.

Era una tromba, arrasadora, inextricable combo de velocidad, potencia y talento, frente al que no cabía la menor posibilidad de táctica.

Desde entonces, aquellos picados siempre tuvieron el mismo dueño: su equipo.

Para todos, era “el Rosarino”. Para algunos pocos, “Pichón”, como le decían en su casa; así como el Maradona global, para su recorte doméstico, fue (por siempre) “Pelusa”.

Fina estampa

El desmarque constante, el pique invencible, el manejo de las dos piernas y la cabeza levantada. Llegaba a todas, defendía bien, asistía y definía.

Su voz de mando, impregnada de puerto en tonos y palabras, influía en propios y ajenos. Aun sufriéndolo, daba placer verlo jugar. Pertenecía a una estirpe inédita, aunque profundamente representativa del potrero nacional.

Le sumaba una genuina estampa de crack: tormenta de facha –”Bambino” Veira dixit– que, se decía, aprovechaba muy bien, acumulando experiencias precozmente noctámbulas, que lo ponían definitivamente un par de pasos por delante de aquella camada de debutantes en la vida.

De manera rápida y silenciosa, se fue construyendo el mito. Por pasarle cosas que al resto no le ocurrían. “El Rosarino” se sabía un personaje y administró con prudencia esa condición mientras le fue posible.

Personaje de Fontanarrosa

Apareció alguna oportunidad para mostrarse los domingos y por los puntos, pero pronto la desechó; las rutinas no eran lo suyo.

El pibe calzaba mejor en las narraciones desmañadas de Roberto Fontanarrosa que en las rigurosas homilías de Víctor Brizuela.

Alguna vez, aquellas barras, tan habituadas a enfrentamientos irremediablemente desiguales, unieron fuerzas para una empresa común, con relativo éxito.

Fue un honor compartir minutos en cancha con tremenda personalidad, pasarle la pelota o recibirla de su pie, escuchar su aliento ante algún esfuerzo o simplemente gritar sus goles y correr a festejarlos.

Hacia el fin de la escuela secundaria, aquellos picados perdieron habitualidad. En esa bisagra en la que todos hacíamos un esfuerzo por volvernos productivos a cortísimo, corto, mediano, largo o larguísimo plazo, “el Rosarino” otra vez sacó ventaja.

Acompañando a su padre, dueño de una casa de fotografía, se había volcado full time al oficio. En nuestros últimos encuentros futbolísticos, ya era un sujeto motorizado y gozaba de respetables presupuestos, que ejecutaba con plena autonomía.

El fotógrafo estrella

Para entonces, sus escalas habían cambiado por completo –incomparables con las nuestras– y si nos hacía el honor de compartir el rato, en intervalos cada vez más espaciados, se debía a que, sobre todo, era un buen tipo.

Quizá, lo pienso ahora, encarnábamos una conexión con alguna etapa de su trayecto que le hacía bien evocar.

Transcurrieron algunos (pocos) años. El estudio fotográfico familiar, en pleno centro de la ciudad, no paró de sumar clientes y era estación obligada para nuestros revelados, que, a lo mejor, permitían un abrazo con el apreciado propietario (si teníamos la suerte de encontrarlo y en tanto la romería de público constante lo permitiese).

Su cámara no dejó de brillar en eventos de toda índole, los siete días de la semana.

Volaba de un punto a otro, montado en motocicletas imponentes, entretenido en campañas de conquista diversa que presumo, y a contrario de sus prácticas de oficio, jamás trasponían el negativo.

Recuerdo agridulce

En alguna de esas aceleradas, se truncó inesperadamente su historia. Tan súbita como sus gambetas. Precipitada como sus diagonales. Precisa como sus tiros libres. Intensa como su recorrido.

En estos días, cuando Rosario parece hundirse entre golpes y lamentos, emerge el recuerdo agridulce de “Pichón”, digno retoño de aquella urbe fascinante y desproporcionada; brotando infranqueable, como una lección sin aprender o, mejor, como una página que nadie quiso ni quiere sentarse a escribir.

* Escritor, docente universitario

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