La Voz del Interior @lavozcomar: Lucas Garófalo y Milky Dolly como símbolo de época: nuevas formas del periodismo

Lucas Garófalo y Milky Dolly como símbolo de época: nuevas formas del periodismo

Entre el 26 de marzo y el 9 de abril, Lucas Garófalo llevó a cabo su más reciente truco de magia periodística. A través de 15 entregas distribuidas vía Instagram –publicaciones en el feed replicadas luego en las historias–, este exeditor de Rolling Stone y de Los Inrockuptibles devenido en guionista y contador de historias en múltiples plataformas y formatos generó a través de un texto lo que sucede con las series inolvidables: reunió y atrapó a una pequeña comunidad que se volvió adicta a las sucesivas entradas de un perfil fabuloso y actual.

Garófalo, autor experimentado de artículos y entrevistas con personajes de la cultura pop como Duki o “el Dibu” Martínez, agudizó el olfato de oficio y eligió a una protagonista única. Milky Dolly, algo así como una tiktoker y creadora de contenidos de 21 años, nacida en Rawson, Chubut, y basada en la ausencia total de límites y en la provocación como combustible, se convirtió en el eje de una historia que fue mucho más allá de una disección individual.

El periodista Lucas Garófalo (Foto: gentileza Lucas Garófalo)

A partir de su caso, y con una investigación que denota horas de lectura y escritura obsesivas, el periodista analiza una época con tintes distópicos y atravesada de pies a cabeza por la lógica de las redes sociales. De repente, la vida mediatizada de la chica que besaba indigentes en situación de calle para sumar likes, o que aprovechó el atentado a Cristina Kirchner –una de sus referentes– para ganar exposición mediática, alumbró un cúmulo de síntomas de época más que notables.

La autoexplotación en el contexto de una economía en crisis, la polarización cada vez más marcada hacia los extremos, la construcción de identidades que se refuerzan a partir del odio y el rechazo, el vínculo de la política con el espectáculo y las narrativas digitales en tiempos de algoritmos. Todo eso (y más, mucho más) forma parte del universo expandido que Garófalo hizo propio. Una trama que, además, lo llevó a experimentar con el modo de publicación que eligió para compartir su trabajo.

¿Cómo llegaste al personaje y cuándo te diste cuenta de que había un universo más amplio para desentrañar?

–No me acuerdo puntualmente, pero me la habré cruzado en el feed de Twitter o en Instagram. Me pasa algo medio de instinto periodístico. Hay un punto en el que te empezás a cruzar demasiadas veces la misma cosa, ves algo cuatro o cinco veces y decís: “Che, pará, ¿y esto qué onda?”. Me pasó en estos días con Didi Moto y con Milky Dolly me pasó algo medio parecido. La vi pasar un par de veces y cuando me metí a ver un poco qué era, dije: “Ah, esto es como la época condensada”. Hablar de Milky Dolly te permite hablar de un montón de cosas, de dinámicas culturales actuales, y me puse a ver qué más había ahí.

¿Cómo fue el proceso de producción del texto y cómo decidiste el abordaje?

–Dudé mucho sobre ponerme a escribir o no. La veía pasar y pensaba: “Acá hay algo atrás de este fenómeno, más allá del personaje”. Pensaba en cómo abordarlo y lo primero que se me ocurrió fue entrevistarla. Después me di cuenta de que no le iba poder sacar demasiado en su personaje. Empecé a bucear a ver qué había, encontré su cuenta de Facebook, que ahora está muy inactiva, pero había abierto desde los 10 años. Ahí me apareció la madre, se me fueron abriendo esas pestañas y agujeros en los que a mí particularmente me encanta meterme. La cosa cada vez se abría más, ya veía que iba a ser una cosa muy larga, pensaba quién iba a leer eso. Últimamente me pasó con textos largos que escribí que por ahí se leen el día que salen, o al día siguiente, y después quedan medios perdidos en un mar de intrascendencia. No sabía bien qué hacer, pero el tema me seducía tanto que me puse a escribir, arranqué sin saber muy bien dónde iba a terminar. Cuando terminé de escribir, tenía 30 mil caracteres. Ahí se me ocurrió el experimento de darlo como por episodios en Instagram.

¿Qué te dejó este experimento?

–Hubo un par de cosas que me sorprendieron. De repente, me escribía gente preguntándome a qué hora salía el episodio de ese día, como si fuera una serie, lo cual era buenísimo. Fue muy satisfactorio sentir que había gente que lo estaba esperando. Después hay algo del tiempo para mí que es muy importante. Yo estuve como un mes investigando, escribiendo. Cuando uno lo lee se nota que alguien se tomó el tiempo de hacerlo, y a la vez eso estuvo reflejado en la forma en la que fue publicado, porque durante 15 días hubo algo para leer y eso hizo que llegara a más lectores y necesariamente implicó más reflexión, por parte de los que leían y de mi parte también. Disfruté mucho el proceso de publicar día por día porque a cada texto volvía a leerlo y algún cambio le hacía, el proceso de edición se hizo más largo, y yo también terminé agregando ideas en los comentarios. Se generaron 15 días de debate y de discusión que, si se hubiera publicado todo junto, no hubiera pasado. Al tener dos semanas, hubo un intercambio más rico, con más tiempo para que cayeran las fichas progresivamente.

¿Qué reflexiones te despertó en torno al periodismo y las redes sociales, y sobre la adaptación del oficio a este nuevo contexto?

–Se habla mucho últimamente de que murió el periodismo. Yo me fui de Rolling Stone a mediados de 2019 pensando que lo que me gustaba hacer no existía más en esos términos. Ese tipo de periodismo, de largo aliento, que implicaba un poco más de tiempo y de reflexión. Pero, por otro lado, no me gusta mucho ese discurso medio derrotista de que las redes sociales mataron al periodismo. Las redes son una herramienta increíble de hecho. El caso de Milky Dolly es un ejemplo bastante claro. Las redes me ayudaron a conocer un montón de cosas de ella y su entorno. Prerredes, si yo hubiera querido recolectar toda esa información, hubiera sido casi imposible. Y ahora estaba ahí, bastante a mano. Hay mucho a favor del periodismo ahí, y se me mezcla. Por un lado, la posibilidad de vivir del periodismo murió, pero no murió el oficio en sí, que está ahí, vivo, siempre y cuando uno le encuentre la vuelta. El desafío pasa a ser ese. No lo vivo tanto con tristeza, sino que me entusiasma, me divierte pensar esas cosas. La crisis del oficio obvio que pega, pero ahora, que ya más o menos me acomodé en otro lado, lo puedo encarar con un poco más de entusiasmo. La contradicción es que yo pude hacer esta nota porque tuve tiempo para hacerlo porque este mes estuve laburando poco. No existe un trabajo en el cual yo podría haber hecho esta nota. Capaz que existe un medio que puede publicar esa nota, pero no uno en el que además uno pueda vivir de eso. Eso se perdió: si la querés hacer, tenés que buscarte la vida de otra manera.

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