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La violencia social y sus consecuencias

Al menos 18 varones, en su mayoría jóvenes, fueron asesinados los últimos cuatro años en la provincia en medio de situaciones violentas, tanto durante fiestas o celebraciones privadas como a la salida de boliches.

Varias muertes sucedieron en medio de brutales ataques de una pandilla contra una persona sola. Otras, en medio de una pelea entre bandas. También se registraron muertes violentas en un contexto de venganza con armas de fuego, tras una pelea en un boliche o durante el ingreso a fiestas privadas.

No son peleas exclusivas de grandes ciudades, como Córdoba capital o Río Cuarto. Lo demuestra el reciente homicidio de Jesús Buffarini en General Cabrera, una localidad con tan sólo 11 mil habitantes.

Tampoco se trata de un fenómeno exclusivo de nuestra provincia. En enero de 2020, a escasa distancia de un boliche de Villa Gesell, Buenos Aires, la pelea entre dos grupos de jóvenes, que había comenzado en el interior de la discoteca, terminó con la muerte de Fernando Báez Sosa, a consecuencia de una brutal golpiza. Y en enero del año pasado algo similar ocurrió en Gualeguaychú, Entre Ríos.

Si centramos el análisis en los casos ocurridos en nuestra provincia, se puede advertir que tanto la Policía como la Justicia destacan varios elementos que se repiten. Por un lado, las muertes pueden producirse por golpes y patadas, pero en la mayoría de estos hechos se comprobó el uso de armas de fuego, lo que significa la presencia de jóvenes que van armados a fiestas o boliches. Por otro lado, el consumo de alcohol y drogas actuaría como un potenciador de las peleas.

En cualquier caso, la misma situación violenta que genera un muerto suele causar varios heridos, lo que multiplica el número de víctimas. Tendemos a poner el acento en los fallecimientos, pero las heridas de los sobrevivientes pueden ser de consideración e implicar un largo tratamiento e incluso secuelas. Un ejemplo es Ezequiel Cabrera, quien en abril de 2022, mientras huía de una turba a la salida de una disco, cayó al fondo del túnel de Plaza España, en la Capital provincial, lo que le ocasionó graves lesiones.

Los motivos que desencadenan estas peleas son muy variados, pero todo puede deberse, para poner un par de ejemplos recurrentes, al robo de una gorra o de un celular. Por supuesto, sería imposible encontrar un motivo que justificara el resultado final de estas disputas –la muerte de una persona–, pero la nimiedad de los ejemplos citados resulta útil para comprender cuán absurda resulta la violenta disputa posterior.

Es como si el robo ejemplificado fuese considerado por quien lo sufre, en soledad o en compañía de sus amigos, una ofensa que sólo puede “limpiarse” por medio de la pelea con el agresor y quienes lo acompañan. Y ni unos ni otros miden los riesgos que corren en el enfrentamiento.

Este razonamiento, que parece regular el comportamiento de los jóvenes, salgan armados o no, explicaría las tragedias posteriores. Obviamente, que porten armas es un problema. Pero también lo es la forma de pensar y de actuar.

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