La Voz del Interior @lavozcomar: La caída en el pensamiento mágico

La caída en el pensamiento mágico

Hasta el momento, mi año se ha destacado por infortunios con ocasionales buenas noticias. Lo doméstico, una dimensión obliterada en mis preocupaciones habituales, se convirtió en el manantial de una pésima racha. Gracias a la confluencia de otras malas nuevas, me vi empujada al esoterismo y a ser una víctima de mis propias teorías.

El 1° de enero sufrí, como casi toda la ciudad de Córdoba, un severo corte de energía producto de la intensísima lluvia. Pocas zonas, entre ellas la mía, continuaron con ese problema cuatro días más. Cuatro días sin agua, cuatro días de mirar por el balcón a los operarios haciendo pozos, poniendo y sacando cosas hasta la medianoche.

La energía volvió, pero no por mucho. Desde esa fecha se cortó y volvió abruptamente varias veces, fue intermitente con los famosos “bajones de luz” y, si bien no hice el reclamo técnico en cada caso, hasta el momento llevo registrados 10.

Sé que este no es el lugar para hacer estas denuncias. La descripción me sirve para dar sustento a mi creencia de que en esos primeros cinco días del año se abrió un portal cósmico de infortunios inexplicables, que quebraron mi sistema de creencias.

Anomalías

A fines de enero, por la mañana de un día de semana, se cortó internet. Hice las transacciones administrativas del caso y tres días después vino el técnico a mi casa, para comprobar que el cable que da internet a nuestro departamento y cuelga hacia la vereda estaba cortado. Alguien (o algo) había utilizado una tijera para darle un corte limpio y certero.

Con mi pareja, comentamos la sospechosa mala suerte. Ninguno mencionó la apertura del portal, hasta que llegó febrero.

En la víspera del comienzo del año lectivo, una de las medidas anunciadas por el Presidente implicaba un recorte abrupto y considerable de mi sueldo como docente. Días después, el chofer del colectivo que tomo casi a diario me anunció que la parada ubicada a dos cuadras de mi casa iba a desaparecer por decisión de la Secretaría de Transporte. Se construyó una parada con garantía de seguridad, custodiada por cámaras, luces, con pantalla inteligente y hasta portal USB. Esa parada queda a cuatro cuadras de mi casa, que a las 6 de la mañana no es precisamente el paseo que toda chica quiere hacer.

La vida había tomado una salida en contramano; de repente se volvió intransitable en casi todas sus vertientes y nada me indicaba que no fuera a empeorar. Y sí: empeoró.

El domingo 25 de febrero por la mañana, mientras leía en el sillón, escuché un ruido anormal que provenía del objeto más sagrado de una casa: la heladera. Me acerqué a escucharla y le informé el terrible diagnóstico a mi pareja. Nos miramos a los ojos en silencio durante 10 segundos, buscando alguna explicación que consolara al otro.

El martes vino un técnico a confirmarnos que el motor se había quemado. Recordé fugazmente que ese mismo domingo, más temprano, un “bajón de luz” nos había puesto en alerta, y el técnico respondió con un asentimiento grave y pausado. Debido a la negligencia de Epec, mi heladera había fallecido.

El presupuesto para el arreglo tenía tantos ceros que me descomponía. En medio de la derrota, convencida de que algo malo estaba tras nosotros, me salvó el recordatorio de que todos los meses pagamos a regañadientes un seguro de hogar.

Ciencia normal

Tengo la teoría escasamente comprobada de que, alrededor de los 30 años, las mujeres rompen su modelo de creencias. Ante la impotencia explicativa, incursionan en el yoga, la homeopatía y las constelaciones familiares; ingresan al universo de lo alternativo, de las prácticas hippies; ordenan sus casas de acuerdo al feng shui o a las directivas de Marie Kondo; consultan el tarot o a un especialista en biodecodificación.

Los hombres atraviesan algo similar cuando cumplen 50 años o se divorcian, lo que suceda primero. En ellos no hay un quiebre total de sus creencias, sino más bien una actualización de sí mismos a los tiempos que corren. Van al gimnasio, descargan Tinder y se compran una moto vistosa. Los más valientes hacen terapia.

Mi teoría no se aleja mucho de las tradicionales crisis que anuncian los psicólogos de universidades anglosajonas. Sin embargo, me interesa enfatizar no tanto el dato de una edad determinada sino la vivencia del quiebre, la dolorosa constatación de que lo que pensamos sobre la vida ya no sirve más. Sin anticipación alguna, un escenario que trasciende nuestras explicaciones nos obliga a navegar sin puntos cardinales.

Cambio de paradigma

Iniciado el reclamo ante el seguro, me entregué a lo evidente: el portal cósmico de infortunios inexplicables nos estaba consumiendo. Mi cosmovisión occidental y positivista no me permitía explicar por qué estaba pasando todo eso al mismo tiempo, por qué a los pocos días el calefón de repente empezó a perder agua, mientras con una sincronía enloquecedora, en la habitación contigua un florero cayó al piso y derramó todo el contenido, pero sin romperse.

Agarré la billetera y fui a la santería más cercana. El empleado más joven vio a una mujer de 36 años parada frente al mostrador diciéndole: “Hola, no entiendo nada de todo esto, pero tengo que limpiar mi casa”.

Me dio hierbas, velas, carbón y una mezcla de polvos de colores con tierra de la que sólo recuerdo el mejor nombre de todos: sangre de dragón. Escribió cada uno de los pasos, y mientras me daba el papel subrayó con voz pausada el secreto del éxito: “Es importante que todo esto lo hagas… creyendo; si no, no tiene sentido”.

Durante siete días rocié con una infusión de ruda, sahumé con la sangre de dragón y palo santo, pidiendo por todo lo que tenía que pedir, rogando que se cierre el portal y detenga su avance sobre nosotros, la casa y los gatos.

Al otro día de cumplido el ciclo del ritual, el seguro me confirmó que estaba todo en marcha. Celebramos, pero no mucho. Tardaron en retirar la heladera, porque el ascensor del edificio estaba roto. Repetí un día más el ritual de limpieza y al día siguiente se la llevaron.

La arreglaron sin que el seguro me pidiera un centavo. Todavía no la trajeron porque el ascensor volvió a romperse. Lleva dos semanas parado y no se sabe cuándo se arreglará. Por suerte, todavía tengo sangre de dragón.

Nueva ciencia normal

Dudo de que el portal se haya cerrado. Epec aún no respondió mi reclamo y la luz se volvió a cortar varias veces. Gracias a que mi chofer de confianza es el mejor del mundo, el cambio de parada ha dejado de ser un riesgo para mi vida. Internet tuvo cortes, pero breves. El sueldo de los docentes de Córdoba tiene su portal propio.

A partir de ahora, vivo diferente, con la conciencia de haber abandonado la cosmovisión que cultivé durante toda mi vida ante el acorralamiento de mis infortunios. Debo cargar con el peso de haber llenado mi casa de humo mientras murmuraba las palabras de un conjuro improvisado.

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