La Voz del Interior @lavozcomar: Federico Tolchinsky: viajé a Israel por mis hijos

Federico Tolchinsky: viajé a Israel por mis hijos

Durante los interminables días que pasamos los enviados especiales de El Doce en Medio Oriente –los dos primeros en Jordania, esperando la reapertura de las fronteras con Israel, y los ocho siguientes dentro de Israel, con extensas aproximaciones al límite con Gaza–, esta fue la pregunta que con más frecuencia nos llegó desde Córdoba: ¿por qué viajaron? Acá va mi ensayo de respuesta.

El laburo fue abrumador. Junto a Mauro Terenzio, camarógrafo de El Doce, afrontamos jornadas de trabajo de 20 horas diarias, que incluyeron transmisiones en vivo casi constantes entre las 13 y las 20.30 (desde Arriba Córdoba hasta Seguimos) y entre las 2 y las 3.30 (el prime time de Telenoche no combina armoniosamente con el huso horario de Israel). A esa disposición permanente para las salidas al aire en la TV cordobesa había que agregarle la producción y realización de notas que debíamos grabar en otros horarios, la búsqueda y chequeo de información constante y la resolución de una infinidad de dificultades logísticas.

En esos días interminables, vivimos experiencias estremecedoras. En los recorridos por los pueblos y ciudades atacados por Hamás en la sanguinaria intrusión masiva del sábado 7 de octubre, nos acostumbramos al olor a muerte; a cruzarnos con restos humanos dispersos en decenas de casas arrasadas durante la matanza; a descubrir juguetes, retratos, libros, dentífricos, chupetes, bicicletas, entre otros objetos que daban pistas de la vida que existió en cada uno de esos hogares hasta pocos días antes.

En esos pueblos y ciudades fronterizos con Gaza, nos acostumbramos también a quedar bajo el fuego cruzado de Hamas y las Fuerzas de Defensa de Israel. A disponer de sólo tres segundos para ponernos a resguardo de los misiles desde Gaza. A transmitir desde posiciones en las que quedábamos a tiro desde el enclave palestino bajo poder del grupo yihadista.

Mientras tanto, en las zonas “seguras” del centro de Israel, nos habituamos a las alarmas por los misiles lanzados por Hamas, a bajar a las apuradas a los refugios o, si estábamos en un lugar abierto, a ver esos misiles acercarse hacia nuestra ubicación hasta que se producía el espeluznante espectáculo de su destrucción en el aire por parte de un cohete de la Cúpula de Hierro.

¿Qué hacíamos ahí? ¿Valía la pena correr ese riesgo para contar con “ojos cordobeses” la situación planteada a partir del ataque que conmovió al mundo? Ese pregunta nos hicimos varias veces con los responsables de El Doce antes de partir. El debate fue intenso. Coincidimos en que periodísticamente era una misión significativa. En que podíamos intentar cumplirla extremando los cuidados. Por ejemplo, alquilar cascos y chalecos antibalas.

Entre las opiniones decisivas que recogí a favor de asumir este desafío periodístico, se destacaron las de colegas que admiro que argumentaron que viajar a Israel en estas circunstancias sí era importante. Que había que detallar el horror que puede provocar una cultura del odio que atrasa siglos como la que expresa Hamas, de la que también es víctima la sociedad palestina. Que había que reflejar cuán difícil puede resultar para una democracia como la israelí contrarrestar esa amenaza existencial. Y, un argumento de peso, que algún día mis hijos estarían orgullosos de este trabajo.

Ya en viaje, hubo tres vínculos muy especiales, efímeros, no relacionados entre sí, a los que me aferro para hacerle un lugar al optimismo en medio de un tan escenario terrible. Los tres son árabes israelíes: Mahmoud, un joven que nos cruzamos en Jordania, adonde había viajado para volar hacia Italia para unas vacaciones que tenía pactadas desde antes de que se cancelara la mayoría de los vuelos a Israel; él nos contó que el clima antiisraelí en las manifestaciones pro-Hamas en Amman le había despertado temor. Otra fue Layla, una mujer que volvía a Israel de sus vacaciones en Europa y que nos ayudó a atravesar el caos del paso fronterizo jordano. La tercera fue la mayor Ella Waweya, la árabe musulmana de mayor jerarquía del Ejército de Israel; su mensaje contra Hamas, contra su brutal ideología oscurantista, me pareció poderosísimo.

En esos días estremecedores lloré muchas veces al aire. No pude contener las lágrimas durante el testimonio de Romina, la hermana de la cordobesa Karina Engelbert que fue secuestrada por Hamas junto con sus dos hijas y su marido. O durante el de Naor Piekarz, mi primo, que sobrevivió al ataque en Be´eri, después de aguantar 20 horas en el refugio de su casa junto con su mujer y sus cuatro hijos. Me quebró que contara cómo les tapó los ojos a las más chicas cuando un comando del Ejército israelí los rescató en medio de una balacera contra los atacantes de Hamas. Quería evitar que en el trayecto vieran los cadáveres de varios de sus amiguitos.

Y tampoco pude contener el llanto cuando desde el estudio de El Doce mis compañeros de Arriba Córdoba me trajeron a la mente a mi esposa, la Sole, y a mis hijos, Joaquín y Simón. En un contexto tan traumático, uno por momentos se olvida de su casa, del mundo que dejó atrás, sucumbido por tanto horror y muerte, por tantas ganas de explicar qué situación estábamos retratando. Cuando mis colegas me hablaban de mi familia, me venía a la mente por qué estaba donde estaba. Había viajado a Israel por mis hijos.

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