Abuso sexual infantil: la historia de una condena en Córdoba que llegó 12 años después
En 2008, las familias de un niño y de una niña, ambos de 3 años de edad, iniciaron una demanda por abuso en contra del padre y la madre de una de sus compañeritas del jardín maternal de barrio Juniors al que asistían.
Después de un juicio en el que fueron absueltos, el Tribunal Superior de Justicia ordenó un segundo proceso judicial, tras la presentación de un recurso de casación de ambas familias.
En 2016 ambos imputados fueron condenados por abuso sexual. Pese a la gravedad de los delitos y al fallo judicial, gozaron de libertad hasta hace pocos meses, cuando retornaron a prisión para terminar de cumplir la condena.
Las familias de las víctimas relataron el arduo camino que desandaron en más de 12 años, para que se haga justicia. Es reflejo de las luchas para que un delito, muchas veces invisible, salga a la luz para alumbrar zonas donde sigue oculto, y que en su mayoría cometen personas del círculo más cercano de las víctimas.
Las víctimas hoy tienen 16 años. Para resguardar su intimidad, se omiten datos que pudieran ayudar a identificarlos. Por ese motivo, las madres figuran en este texto con nombres ficticios.
La historia
–Mirá la remerita que te compré para el cumple
–No quiero ponérmela, no quiero que Mario me vea linda
La frase de su hijita de 4 años fue la punta del iceberg, y le heló el alma. Desde los 3 años, la pequeña vivía una pesadilla en silencio, que ese día comenzó a develar. Y no era la única.
–No te cuento más porque Mario nos va a matar a todos –siguió, a cuentagotas–. Congelada en la habitación, a Estela de golpe se le empezaron a completar algunos casilleros. El día que regresó recién bañada, la noche en que el papá de su amiga se acostó con ella para “calmarla”, la insistencia desmedida para que fuera a jugar casi a diario.
“Le robaron la sonrisa. Le robaron la inocencia. Yo tenía una niña depresiva”, cuenta ahora Estela, a 12 años de aquellos días.
Ese sábado de 2008 la nena deslizó el primer indicio, justo antes de viajar al cumpleaños de su mejor amiga a la ciudad de Córdoba. No sólo cambiaron los planes de ese día, también mutaron sus vidas. No tardaron en saber que otros niños estaban pasando lo mismo. Los relatos fueron completando un rompecabezas.
Para el abogado defensor Rosendo Montero, las víctimas habrían sido cinco. Pero no todos los padres iniciaron demandas.
En la mira
Estela recuerda la primera reunión del jardín maternal de barrio Juniors, al que recién se mudaban: Mario se destacaba en la charla con padres y docentes.
En el proceso judicial se ventiló la operatoria: vincular con familias con algún costado vulnerable, como un embarazo, una enfermedad o conflictos familiares. Ahí aparecía esa pareja ofreciendo su hospitalidad para trasladar a los niños al jardín o invitarlos a jugar y llenarlos de regalos.
La hijita de Estela volvió a usar mamadera, a dormir con sus papás y a hacerse pis en la cama. Los especialistas consultados encuadraban la conducta en los celos por la hermanita recién nacida. Pero las pesadillas de sus sueños, en realidad, ocurrían en la casa de su mejor amiga.
La pequeña se animó a hablar al tomar distancia: su familia se había mudado a otra ciudad y hacía un tiempo no los visitaba. Y habló el día que volvió a verlos. El relato con detalles escabrosos lo completó otro compañerito de la sala. Mario se quitaba la ropa, los correteaba, los tocaba. El niño involucró de forma activa a la esposa de Mario. El universo de los cuentos infantiles se reversionaba de la peor manera en esa casa de calle Oncativo.
El relato del niño había brotado como catarata y su testimonio fue clave para apuntalar lo que la hija de Estela había dejado entrever. Con su mamá enferma de cáncer, los abusadores se ofrecían para llevarlo al jardín e invitarlo muchas tardes a jugar.
Lentamente
Mientras los niños iban sanando el trauma con asistencia psicológica, la Justicia con sus tiempos parecía no colaborar en preservarlos.
El niño tuvo que acudir ocho veces a Tribunales para someterse a una cámara Gesell: cuando no había paro, estaba rota la cámara. “No quiero ir más al lugar de las escaleras largas”, lo parafrasea hoy Nadia, su mamá.
A la distancia, las madres recuerdan la falta de empatía al momento del dispositivo judicial para escuchar a los niños.
“Es como una pelea de David y Goliat”, Con esa escena bíblica, las desalentó el primer abogado al que acudieron para que las represente. Cuando comenzaron a buscar asesoramiento jurídico, se toparon con la realidad de ese momento: probar un abuso cuando las víctimas eran tan pequeñas era una tarea titánica.
El primer juicio terminó con la absolución de la pareja acusada. “No confiaron en la palabra de ellos”, dice Estela sobre los testimonios de los niños.
Tras el primer fallo que devolvió a los acusados a la libertad, la familia del niño abusado debió mudarse. “Nos los cruzábamos por todos lados, en la calle, en el súper, parecíamos paranoicos”, recuerda Nadia. Debieron dejar la casa familiar y mudarse fuera de la ciudad. El mundo del revés.
Pero no se dieron por vencidos. Decidieron casar el fallo adverso. Y el Tribunal Superior de Justicia ordenó un segundo proceso, que culminó con la condena por abuso sexual agravado a Mario De Cabrera (52) y a su esposa Débora Vergara (45).
Por los recurrentes recursos que la defensa de los condenados presentó –indicó Montero– el fallo de 2016 recién se efectivizó hace unos meses, en 2020.
Durante el proceso, las familias hicieron una fuerte movida en los medios, para visibilizar la situación y advertir a potenciales víctimas mientras la pareja gozó de libertad.
“A mi hija no la cuidó la Justicia, ni siquiera 11 años después cuando encierra al matrimonio de abusadores. La Justicia me llevó a atravesar dos juicios enteros que duraron años, horas de declaraciones sintiendo respirar a los dos abusadores, mientras jueces y fiscales ponían en duda la voz de mi hija que salía de mi garganta”, señala Estela.
Después de tantos años, ella espera que algo haya cambiado: “Que nuestra causa haya sido una pequeña puerta para allanar otros caminos”, anhela.
“Fue como cerrar un libro que estaba abierto arriba de la mesa: ya se puede guardar en la biblioteca y te deja lugar para otras cosas”, relata. El libro siempre va a estar, pero ya deja espacio. “La sensación no es de venganza, es como un bálsamo, permite cerrar”, señala Nadia por videollamada.
La condena
La Cámara en lo Criminal y Correccional de 3° Nominación condenó a De Cabrera (52) a cuatro años y seis meses de prisión por abuso sexual agravado. Estuvo detenido en dos ocasiones: dos meses la primera vez, y dos años la segunda. El cálculo de la pena establece que en abril de 2022 terminará su condena y desde octubre de 2021 podría gozar de libertad condicional.
Débora, su pareja de ese momento, fue condenada a tres años y seis meses de prisión. La cumplirá en octubre de 2023, pero en agosto de 2022 podría salir en libertad condicional.
“En la actualidad, una condena de este tipo sería del doble o del triple”, añade el abogado Montero.
La Justicia también los condenó en el plano civil a un resarcimiento económico que nunca afrontaron.
Niños y niñas víctimas, en el centro de la escena
Dolores Romero Díaz fue fiscal de instrucción y fiscal del segundo juicio en esta causa. Jubilada ya de esa función, en una videollamada con La Voz recordó que fue objeto de denuncias mediáticas y judiciales en la primera parte del proceso, por las familias damnificadas. Luego del segundo juicio, se revirtió esta valoración: el abogado Montero le transmitió la conformidad por su trabajo.
“Fue una causa muy dura. La prueba era muy difícil, los dos niños eran reacios a hablar, fue una gran alegría que llegáramos a una condena”, expresa. Agrega que, además de las cámaras Gesell, se consideraron las pericias oficiales y las declaraciones de los psicólogos.
“Los delitos sexuales son muy difíciles de instruir, son altamente complejos, es muy difícil lograr de los niños un discurso no contaminado, porque los padres en la desesperación empiezan a preguntar y ellos responden a las expectativas de los padres, aunque no ha sido este el caso”, aclara.
La exfiscal valoró el cambio cultural que se está produciendo y que va fortaleciendo “la protección que merecen niños y niñas frente a estos hechos”. Opina que, en líneas generales, la sociedad va dejando de “minimizar” estas situaciones. Y sostuvo que esperaba una pena más severa.
A través del abogado defensor Alejandro Pérez Moreno, este medio ofreció brindar su testimonio a De Cabrera, quien se negó a la posibilidad, según transmitió el letrado.
También contactó a la abogada María Clara Cendoya, defensora de Vergara, quien tampoco brindó declaraciones.
Desde el jardín
“Fue una situación horrible, que me marcó mucho, nunca hubiese imaginado vivir un momento así”. Del otro lado del teléfono a Gabriela Novello, directora del jardín maternal, le corre un escalofrío por el cuerpo cuando le preguntan por los alumnos abusados.
“Nunca había sospechado nada, de nadie. Cuando llegó la Policía Judicial nunca dudé en apoyar a las familias”, recuerda. Era directora en ese momento y lo sigue siendo.
El centro educativo apoyó activamente a los denunciantes: en sus aulas se organizó una reunión con padres para advertir la situación. La mayoría los apoyó y siguió confiando en el jardín, que recibe niños de 45 días a tres años.
Gabriela recuerda que la condenada, antes de acudir como mamá, había sido maestra. Y que De Cabrera estaba muy presente con los chicos, iba a todos los cumpleaños, los consolaba.
“Un compromiso ético”
Sandra Rua, terapeuta de una de las víctimas, y la psicóloga Marisa Andrea, perito oficial, fueron un sustento clave para la condena.
“Mi intervención comienza cuando recibo a una niña con un relato infantil y un despliegue lúdico que me conducen, como en un juego de pistas, a un suceso traumático sufrido. Allí ella es colocada en una escena como objeto de goce sexual por parte de un adulto; un trauma en relación a haber sido objeto de abuso sexual”, relata Rua.
“Pasaron años para que finalmente las pistas que fue dando fueran fielmente leídas y validadas”, agrega. “El abuso sexual infantil es una especie de estruendo que nos sorprende en lo más íntimo y es un compromiso ético no acallarlo”, subraya.
Después de años de terapia, los adolescentes, hoy de 16 años, bloquearon los recuerdos de esos hechos que marcaron su primera infancia.
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