La Nación Economía: ¿Una sociedad sin patrones?

¿Una sociedad sin patrones?

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En 1871, París fue sitiada por las fuerzas prusianas, luego de la derrota de Sedán y la caída de Napoleón III. Para comer, la población sacrificó caballos, burros y mulas, luego los gatos y perros de la ciudad y, finalmente, los grandes herbívoros del zoológico como antílopes, camellos, yaks y cebras. Tampoco se salvaron Castor y Polux, los elefantes más queridos por los niños. El hambre y la pobreza impulsaron un movimiento insurreccional que instauró el primer gobierno de la clase obrera del mundo, la primera revolución proletaria: una sociedad sin patrones.

Durante 71 días, la municipalidad (“la Comuna”), desconociendo a la Tercera República, adoptó medidas afines a la Primera Internacional, como la autogestión de fábricas, la creación de guarderías, la remisión de alquileres y la abolición de intereses. La Comuna fue reprimida duramente por el gobierno de Adolfo Thiers y esa experiencia quedó grabada a fuego en la memoria del comunismo revolucionario. Muchos de sus actores se exiliaron en América Latina, como el padre de Alicia Moreau de Justo.

Hubo que esperar más de un siglo, hasta la adopción del capitalismo en China y la disolución de la Unión Soviética en 1991, para que quedase demostrado, con la contundencia de los hechos, que no hay socialismo efectivo sin recursos y no hay recursos sin empresas… con patrones.

Como en la Francia de 1870, la Argentina aumentó su nivel de pobreza desde la crisis de 2001 hasta alcanzar, hoy, el 42%. Se registra, además, el 25% de desocupación juvenil y el 45% de trabajo informal. En 2015, el 40% de las personas recibía algún tipo de subsidio social, hasta aumentar al 50% como consecuencia de la pandemia.

Según cifras oficiales, hay 13.865 comedores y merenderos que dependen de organizaciones sociales a lo largo del país, pues el principal desafío es la lucha contra el hambre. No hay dudas de que los 140 planes sociales han sido redes de contención ante la marginación y el desamparo. Sin embargo, la creación de empleo tiene mayor potencial para reducir la inequidad y devolver la dignidad que los insostenibles programas de asistencia.

Se estima que más de seis millones de personas sobreviven en la “economía popular”, sin patrones. Fuera del empleo formal, sin afiliación sindical, sin cobertura de salud, ni protección laboral. Los movimientos sociales constituyeron la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP), que ahora cuenta con personería social, incluyéndolos como actores sociales para el debate de políticas públicas o para negociar mejores términos en sus tratos con el Estado o con particulares.

Sin embargo, la gran pregunta es si la economía popular es un fenómeno transitorio, que se diluirá a medida que la economía formal se expanda, o si se la considera un paradigma superador, para sustituir el lucro y la explotación que, según el marxismo, caracterizan al mercado.

El jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, ha sembrado dudas al respecto. Al otorgarse la personería a la UTEP, manifestó que “la economía popular está creciendo, dando respuesta donde el mercado no la ha dado”. Ante esa carencia, el Gobierno pretende crear empleos formales a través de cooperativas de trabajo financiadas con transferencias monetarias asociadas al empleo. Es cierto que el “esfuerzo propio y la ayuda mutua” implica dimensiones educativas, sociales y culturales interesantes, como lo enseñaron Saint-Simon, Fourier, Owen o Lassalle. Pero estas cooperativas no pueden ser la fuerza impulsora de una sociedad moderna, pues dependen de las arcas públicas para funcionar, al igual que los planes sociales.

Suele perderse de vista que la “economía popular”, en sus distintas modalidades, necesita del Estado para subsistir y del mercado para financiar a ambos. Para usar una metáfora: los fondos públicos son como la “extensión” de una tarjeta de crédito cuyo titular es la empresa privada. Si el “patrón” no la paga a fin de mes, toda la cadena se corta.

Para que el sector privado pueda crecer y “dar las respuestas” que Cafiero demanda, es necesario que exista convicción acerca de la potencia creadora de la iniciativa individual en un marco de derechos de propiedad y respeto a los contratos. Si, en cambio, hay una preferencia ideológica por la economía popular sobre la economía de mercado, este último nunca podrá dar respuestas.

A poco que se indague, las señales no permiten mucho optimismo. El área económica está solo preocupada por el lanzamiento de medidas de corto plazo, con un objetivo electoralista. En su opinión, la crisis es heredada, la inflación es de origen multicausal y la falta de divisas se debe a la “restricción externa”. Mantener la paz social ha sido la prioridad del Ministerio de Desarrollo Social a cualquier precio, hasta que algún “rebote” de la actividad permita dilatar los piquetes y los estallidos.

Nunca se saldrá de ese atolladero con diálogos sectoriales, sino mediante un cambio de expectativas, de carácter institucional y con acuerdos políticos. Solo despejando el horizonte para la inversión ingresarán los dólares que los argentinos atesoran fuera del circuito local. La inflación tiene origen en el déficit fiscal y la restricción externa, en la sustitución de importaciones. Insistir en las tesis oficiales, oscurece el futuro productivo y motiva la continua expansión de la economía popular.

El Gobierno bloquea las reformas estructurales y la apertura económica “para defender los 1.200.000 puestos de trabajo que genera la industria”. Y cree (o dice creer) que logrará competitividad dialogando con sectores y con sindicatos, aun cuando no pueda ofrecer ni baja inflación, ni crédito barato, ni capital abundante. Sostiene eso, porque se sabe incapaz de atraer capitales para el crecimiento, como lo prueba la carencia de moneda, el éxodo de empresas, la ausencia de crédito y el insólito riesgo país.

La única herramienta para salir del atolladero es el ingreso de capitales. Con capital, las empresas pueden modernizarse, ser competitivas y ampliar, aún más, los puestos de trabajo genuino que se quieren defender. Con capital, las empresas no sufrirán los inevitables ajustes populistas, vergonzantes y crueles, que ocurren por necesidad, sin plan, ni convicción. Las multinacionales se van, las nacionales, se funden.

No habrá crecimiento solo con cooperativas, con emisión monetaria, abrazo fraterno y cantos gregorianos. Tampoco con ingenierías sectoriales, con emparches casuísticos, ni con discursos complacientes. No habrá confianza con las declaraciones de Victoria Tolosa Paz, ni con la ideología de Carlos Heller, ni con la militancia de Jorge Taiana. Ni alineados con Venezuela, Cuba, Nicaragua, China, Rusia e Irán.

En ocasión de la marcha por San Cayetano, el dirigente Juan Grabois, sin quererlo, dio en el clavo. Un Estado fundido e incapaz de ampliar los subsidios “no podrá evitar por mucho más tiempo el estallido del pueblo pobre que quiere algo más que el plato de comida que nuestras ollas populares ofrecen cotidianamente”.

¿Habrá evocado, implícitamente, aquel 1871 en París, cuando hasta los elefantes Castor y Polux fueron sacrificados para paliar el hambre? Para lograr algo más que un plato de comida en ollas populares, el modelo no debe ser la Comuna, sino los países que crecen, dan empleo y son competitivos. Con empresas, sindicatos y patrones.

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