La Nación Economía: Somos lo que decidimos ser

Somos lo que decidimos ser

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Uno de los reclamos que se le hacen a la dirigencia política es que mayormente se desentiende de las preocupaciones ciudadanas, esas que cotidianamente nos aquejan a todos en muy diversos planos. Desde sus funciones oficiales, muchos intentan –y lo logran– mantener la cosa pública al margen de sus cuestiones privadas. Otros han resuelto compartir aquello que los afecta en la esfera personal, tal el caso, por ejemplo, del senador Luis Juez, de quien sabemos que tiene una hija, Milagros, con parálisis cerebral.

Desde sus días como ministro de Educación de la ciudad de Buenos Aires, el teléfono celular del hoy senador nacional Esteban Bullrich siempre fue conocido para muchísima gente. Una personal forma de vincularse y de encarar la gestión. Con ese mismo nivel de apertura, ha compartido la confirmación del diagnóstico de esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que recibió luego de aquellos primeros síntomas experimentados en septiembre pasado que se volvieron ya indisimulables en una sesión plenaria de comisiones hacia fines de año.

Días pasados, Bullrich brindó algunas entrevistas televisivas y habló con franqueza del cúmulo de sensaciones que lo atraviesan cuando un mal bastante poco estudiado y abordado experimentalmente, que asoma como irreversible, le plantea nuevos desafíos. Casado, padre de cinco hijos y católico practicante, sus reflexiones sirven para conectar aquello del ámbito privado que ha decidido volcar en su desempeño público, pues, con razón, entiende que contar su experiencia también beneficia a la comunidad. He allí el principal motivo por el que resolvió no esconderse, sino dar a conocer lo que le ocurre, y que afecta a una de cada 100.000 personas.

La enorme angustia inicial abrió paso a un feroz enojo, relata desde la sonrisa que hoy le brinda haber encontrado la paz, con una fe y una convicción evidentes. Entiende que sería injusto “estar enojado” cuando festejó su cumpleaños número 52 disfrutando de una familia, con amigos en más de 30 países y despertándose cada día. “Estar vivo es un regalo de Dios”, proclama, y celebra que, por un ratito, el odio quedó atrás. Bullrich recibió afectuosos mensajes de muchos opositores, incluso de la vicepresidenta Cristina Kirchner.

Entre sus objetivos hoy se encuentra contribuir al conocimiento de la ELA, mejorar el acceso a drogas experimentales y acercarse a quienes pelean contra esta costosa dolencia sin una cobertura médica ni medios. Es más, acaba de anunciar que donará el reciente aumento que recibió en su dieta como legislador a la lucha contra la ELA. “La enfermedad no me define, sí cómo la llevo adelante”, afirma. Desde esa mirada, Bullrich describe todo lo que se ha vuelto importante para él hoy y cómo ahora disfruta más de muchas cosas que sí puede hacer en lugar de poner el acento en aquello que no. Cuando reconoce también que debe pedir y aceptar ayuda, destaca el enorme valor de entrenarse en la humildad, ejercicio que propone sin ambages a la dirigencia política.

No es fácil hacerse cargo, en primera persona, para aceptar que a su propia coalición le costó pedir ayuda cuando fue gobierno. Bullrich asume que la grieta es muy nociva porque, si bien puede facilitar los tantos a la hora de ganar una elección, hace que gobernar se vuelva luego una tarea imposible. Aunque cueste, hay que pedir ayuda para superar los límites que el propio espacio político fija y que no permiten que una gestión sea exitosa, señala. Ese llamamiento al propio presidente Alberto Fernández se apoya en su convicción de que es mucha la gente que aún cree que es posible construir, que elige quedarse y trabajar, y que alimenta la esperanza de un mejor futuro.

Sin descuidar sus afectos, apuesta a lograr el equilibrio necesario para seguir trabajando por su país. No baja los brazos; sueña con dejarlo mejor. Sus palabras, en un fluir ralentizado que amplifica su valor y que nos invitan a reflexionar, también nos interpelan. No solo desde lo individual, sino desde lo colectivo. Definitivamente, somos lo que decidimos hacer con lo que nos pasa.

Ningún pasado puede condenarnos, como expresa el senador, cuando lo que verdaderamente cuenta es lo que hacemos hoy. Su invitación a pedir ayuda, a unir fuerzas, a construir acuerdos es la única forma posible de vislumbrar juntos un futuro mejor.

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