Independiente venció a Estudiantes en los penales y es el primer semifinalista por la Copa de la Liga
fútbol
Las definiciones desde los doce pasos suelen definirse más por cuestiones psíquicas que futbolísticas, y en ese aspecto, el Rojo viene dando muestras de haberse endurecido. La habilidad de Sebastián Sosa para “achicar” rivales en los penales (lleva 4 atajados en el año) hizo el resto: detuvo los dos primeros y fue suficiente para inclinar un partido que recordó tiempos pasados.
La historia entre pinchas y diablos rojos está plagada de choques tensos, de noches coperas con nervios a flor de piel y botines afilados para no dar ventajas. Pocas instancias se le pueden asemejar más a aquellos duelos de otras épocas que un partido a todo o nada en los cuartos de final de un torneo, y si además coinciden en los bancos de suplentes dos entrenadores cortados por la misma tijera el parecido resulta inevitable.
El Ruso Zielinski y Julio Falcioni, cuya presencia al frente del equipo fue toda una sorpresa luego de las tristes circunstancias que debió sufrir en la semana, priorizan la seguridad y las obligaciones en la marca, y de esa manera solo cabía esperar un desarrollo trabado, con más preocupación en obstaculizar los movimientos del adversario que en armonizar los propios.
El primer tiempo se fue de largo en medio de un entrevero que no tuvo ganador ni siquiera por puntos. Fue severo Estudiantes en la disciplina defensiva para retroceder con velocidad y plantar dos líneas de cuatro bien apretadas por delante de Andújar. Fue rápido Independiente para corregir algún hueco desprotegido en los primeros minutos, por donde Godoy y Ángel González le hacían el dos-uno a Ortega. Fueron firmes ambos en la presión y la concentración para no conceder espacios ni perder marcas. El único problema es que tanta eficacia en la negación acaba derivando en un partido feo.
Las imprecisiones, el ínfimo tiempo para pensar y las dificultades para controlar y girar dominaron esa primera mitad en la que solo hubo un par de acercamientos que apuntar: en un área, un córner que terminó cabeceando Noguera y picó en el travesaño a los 27; en la otra, una buena combinación entre Palacios y Blanco por derecha a los 44 que Andújar desvió con un manotazo cuando el centro buscaba a Silvio Romero en la boca del arco. El resto fue trabar y meter, dividir la pelota por el aire y apostar al error del adversario.
Dentro de ese panorama, el Rojo mostró más variantes. La habilidad de Velasco para limpiar el terreno a base de gambetas, la movilidad de Blanco, la inteligencia de Silvio Romero para tirarse atrás y sumar un elemento en el tránsito hacia posiciones de ataque fueron más que las apariciones esporádicas de Tití Rodríguez y los centros llovidos al área de Sosa.
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El primer cuarto de hora del segundo tiempo confirmó esas apariencias. Con mejor manejo de la pelota, Independiente empezó empujando al Pincha contra su campo. Con Lucas Romero en la primera puntada y Blanco como enganche con los de arriba, incluso generó un par de ocasiones: no llegó Palacios en una; definió mal Blanco por encima de la cabeza de Andújar en la siguiente.
Hasta que a los 58, Pablo Echavarría interpretó como tarjeta amarilla una inexistente falta de Ortega sobre Godoy. Era la segunda y en ese instante el encuentro pegó un giro. Retrocedieron los de Falcioni y el protagonismo cambió de dueño. Se dejaron ver entonces todas las carencias de Estudiantes para generar juego. El correr de los minutos puso en evidencia que al armazón de Zielinski le falta la mitad del andamiaje, y los centros de Godoy y Sánchez Miño se fueron convirtiendo en los únicos argumentos para arrimar peligro.
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A Independiente no le quedó más remedio que rescatar una imagen que se hizo habitual en las últimas semanas. Muchas veces criticado en años recientes por cierta debilidad mental, el Rey de Copas pareció hacer un “click” positivo en aquel conflictivo viaje a Salvador de Bahía. Las peripecias vividas en Brasil y solventadas con un empate que supo a victoria fortalecieron la autoestima del Rojo. El cómodo triunfo ante Huracán y la igualdad agónica en inferioridad frente al Torque ampliaron ese margen de confianza en sí mismos. Lo sucedido a Falcioni convirtió la fe casi en una conjura.
Se hizo fuerte el Rojo, incluso por arriba y pese a la mayor altura de los atacantes locales. Hasta se dio el lujo de preocupar en un par de contras que no supo concretar y sostuvo el 0 a 0 sin demasiados agobios. Después vendrían los penales, las manos de Sosa, el llanto de Falcioni y una muesca más en la vieja historia épica de Independiente.
En Independiente el pico de rendimiento se dio en la quinta fecha, cuando aplastó al recién ascendido Sarmiento por 6-0 en el Libertadores de América. Luego el coronavirus atacó duramente al plantel y al cuerpo técnico, con 22 casos detectados.
A eso se sumó un calendario ajustado por la Copa Sudamericana, que otorga un solo pasaje a los octavos de final por grupo. En ese contexto, el Rojo se metió a los playoffs de la Copa de la Liga en la última fecha regular, al superar a Huracán por 3-1. Le dedicó su pase al entrenador, Julio César Falcioni, ausente en estas semanas por la Covid-19 y el fallecimiento de su esposa.
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