La Nación Economía: Historias: el joven que quería cambiar el mundo y aterrizó un avión en la Plaza Roja en plena Guerra Fría

Historias: el joven que quería cambiar el mundo y aterrizó un avión en la Plaza Roja en plena Guerra Fría

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El solo hecho de que la idea se le haya metido en la cabeza a un adolescente normal, de clase media de Wedel, un pueblito cercano a Hamburgo, da cuenta de cómo eran aquellos tiempos en los que un joven podía llegar a preocuparse seriamente hasta poner su vida en riesgo en aras de la situación política mundial.

“Construir un puente imaginario entre Occidente y el Este europeo y mejorar las relaciones entre nuestros mundos”. Esa idea comenzó a obsesionar al alemán occidental Mathias Rust a los 18 años cuando vio con preocupación por televisión el 12 de octubre de 1986 cómo fracasaba en Reikiavik, Islandia, la reunión cumbre entre el entonces presidente norteamericano, Ronald Reagan, y el de la Unión Soviética, Mikhail Gorbachov, para la prohibición de los misiles balísticos.

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Mikhail Gorbachov y Ronald Reagan, en la firma de uno de sus acuerdos

“Creo que todos los seres humanos en este planeta son responsables de lograr algunos avances, y yo comencé a buscar una oportunidad para hacer mi parte en ello”, recordó luego Rust.

Un año antes lo había marcado una experiencia con su papá, un ingeniero de la compañía de electrodomésticos AEG, que invitó a su mujer y a sus dos hijos a dar una vuelta en avioneta por los cielos de Hamburgo. Ese vuelo de bautismo cambió la vida de Rust. Inmediatamente se anotó en la escuela de piloto de avionetas del Aeroclub de Hamburgo, y un año más tarde, cuando Reagan y Gorbachov veían fracasar su cumbre en Islandia, ya había sumado 40 horas de vuelo y obtenía su licencia que le costó a su papá unos 9000 marcos (alrededor de 5000 dólares). Y ahí comenzó a tomar forma su sueño, entre idealista y delirante, de contribuir al acercamiento mundial.

Su plan era naif, ingresar con una avioneta a uno de los espacios aéreos más defendidos del planeta y demostrar que los rusos no eran el “Imperio del mal”, como decía Reagan, ni Occidente el monstruo que imaginaban los soviéticos.

Un periplo de 15 días

Su periplo le llevó 15 días. Cuando salió de su casa en Wedel, Alemania Occidental, el 13 de mayo de 1987, le dijo a sus padres y a su hermano Ingo, que realizaría una gira de dos semanas por Escandinavia para sumar horas de vuelo y obtener la licencia de piloto profesional.

Alquiló entonces una avioneta Cessna 172B en Hamburgo, acomodó su 1,86 de altura en la butaca del piloto y quitó el asiento trasero de la nave de cuatro plazas para hacer lugar a los bidones de combustible extra que necesitaría para su viaje.

Su primera escala fue las Islas Shetland, en el norte del Reino Unido: allí pasó la primera noche. Al día siguiente durmió en las Islas Feroe, Dinamarca, y finalmente alcanzó el punto más boreal de su viaje en Islandia, precisamente en el país donde había fracasado la cumbre Reagan-Gorbachov el año anterior. Desde ahí inició su vuelo hacia el sur con Moscú como destino deseado.

En aquel momento la Unión Soviética tenía el mayor sistema de defensa aérea del mundo. Cinco años antes, un avión comercial de Corea del Sur se había extraviado en el espacio aéreo soviético y, sin miramientos, Moscú derribó la nave con 269 pasajeros a bordo.

La mañana del 28 de mayo, dos semanas después de haber salido de su casa, Rust despegó del aeropuerto de Helsinki y dijo a la torre de control que se dirigía a Estocolmo, Suecia. Pero aún entonces no estaba seguro de qué era lo que iba a hacer.

“Tomé la decisión final una media hora después de la salida, ya estando en el aire. Cambié la dirección en 170 grados y me dirigí directamente hacia Moscú”, contó más tarde.

Habían pasado pocos minutos de haber ingresado al espacio aéreo soviético cuando un avión de combate MiG se acercó al Cessna.

“Pasó por mi lado izquierdo, tan cerca que pude ver a los dos pilotos sentados en la cabina y vi, por supuesto, la estrella roja del ala de la nave”, recordó.

Por un error grave, los pilotos soviéticos confundieron el Cessna de Rust con una nave amiga que sobrevolaba la zona y se alejaron. Y así el adolescente pudo continuar en su travesía hacia Moscú adonde llegó alrededor de las 19, unas dos horas antes de la puesta de sol. Dio tres vueltas sobre la Plaza Roja a unos diez metros del suelo y sobrevoló las cabezas de los peatones que caminaban sorprendidos por el lugar en esa tarde de primavera. Como había tanta gente pensó que era peligroso aterrizar en el empedrado y se dirigió al cercano puente sobre el río Moscova, y luego sí carreteó hacia la Plaza Roja.

Su odisea pacifista terminó allí. No tenía muchos más planes. Bajó de la nave, explicó a la gente que llegaba “en misión de paz” desde la Alemania Occidental, y aunque llevaba unos folletos, no llegó a distribuirlos antes de ser arrestado por la policía.

Mathias Rust en el juicio que se le siguió por entrar ilegalmente en territorio soviético

Mathias Rust en el juicio que se le siguió por entrar ilegalmente en territorio soviético (MARK J. PORUBCANSKY/)

Rust fue luego condenado en Moscú a cuatro años de trabajos forzados, pero su caso se convirtió en prenda de negociación entre Occidente y la Unión Soviética, que terminó liberándolo luego de 14 meses en prisión.

Tras el escándalo protagonizado por el adolescente alemán con su Cessna, Gorbachov aprovechó para sacarse del medio a su ministro de Defensa y despedir a más de 2000 funcionarios que se oponían al plan de reformas y transparencia, Perestroika y Glasnost, que impulsaba el líder soviético.

A su regreso a Alemania, Rust no se convirtió en un héroe ni nada parecido. De hecho, en 1989 apuñaló gravemente a una compañera de trabajo en un hospital, y tuvo varias entradas y salidas de la cárcel por otros delitos.

Mathias Rust en 2012

Mathias Rust en 2012 (Udo Grimberg/CC/)

Las últimas veces que se supo de su vida, dijo que trabajaba como analista financiero e instructor de yoga.

A sus 53 años, sabe que la paz mundial no hizo grandes avances por su gesto alocado de la adolescencia, pero sigue ufanándose de su decisión. “Le permití a Gorbachov llevar a cabo su Perestroika y su Glasnost con mucha mayor rapidez de lo que lo habría hecho sin mi”, dice.

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