La Nación Economía: Guy Gilles, elogio de la sombra

Guy Gilles, elogio de la sombra

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El fin de semana pasado, descubrí en la plataforma Mubi un ciclo consagrado a Guy Gilles, el notable y, hoy, casi desconocido director de la nouvelle vague. Le dediqué viernes, sábado y domingo.

Gilles nació en Argelia en 1938 y murió en París en 1996. Su verdadero apellido era Chiche. De niño compraba revistas frívolas. En esas páginas, vio a menudo la imagen de Jean Cocteau del que, al principio, ignoraba todo. Ese Jean famoso, de mediana edad, siempre estaba acompañado por un actor joven y rubio, Jean Marais, apodado “Jeannot”. Con el tiempo, Guy leería a Cocteau y vería varias de sus películas. Empezó a pensar que también él sería un director con un álter ego, su propio Jeannot.

Gilles llegó a la capital casi sin dinero en 1960. París lo embriagó. Dormía en una mansarda miserable. Se desmayaba de hambre.

La melancolía, el pasado, el amor, las palabras y la fascinación de la muerte están en todas sus películas. También la pasión de la alegría y de la tristeza. En 1964, rodó Amor en el mar en Brest y París. Es un romance de verano entre una secretaria parisiense de vacaciones y un marinero. Gilles necesitaba a un chico como su doble, pero con la cara de un pequeño ladrón en cierne. Lo halló en un bar de jóvenes. Era Patrick Jouané (1946-1999). Fue su actor fetiche. Nunca se separó de él.

En el corto Ciné Bijou, de 1965, Gilles se anticipó veintitrés años a Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore. El Bijou era un cine de barrio que desapareció desplazado por los barrios de cine. En Pigalle, había otro cine vacío. Si se pagaba un franco se podía entrar a ver el pasado. Patrick recorre la sala; las paredes están cubiertas de fotos. Cuando se enfrenta a la de Gene Tierney, besa sus labios de papel.

Gilles podía amar a un muchacho y también a una mujer. Su gran amor fue Jeanne Moreau. Le hizo una entrevista filmada, Jeanne raconte Jeanne (1970). La cámara enamorada registró el rostro nunca tan bello de la actriz. Ella cantó sus propias canciones. Dijo que nunca se ataría a nadie. Cuando cortó el vínculo con Gilles, él intentó suicidarse.

La lectura de Proust consolidó el estilo cinematográfico de Gilles, que le debe mucho a la memoria involuntaria del escritor. En 1971, centenario del nacimiento de éste, Gilles le dedicó un documental al petit Marcel. Emmanuelle Rivas (Hiroshima mon amour) leyó los textos en off. Céleste Albaret, el ama de llaves de Proust, y Pierre Larcher (90 años), custodio de la casa de la tía Léonie en Illiers, fueron entrevistados para el film: habrían opacado a Bardot, vestida.

De los tres largometrajes que pueden verse en YouTube y Mubi: El amor en el mar, Au pan coupé (Wall Engravings) y Clara tierra (Light Earth), el último es el mejor. Gilles pintaba muy bien y la imagen es una de las virtudes del film. Es la historia de un muchacho de veinte años que deja París, donde vive con su padre, para volver a Túnez, donde nació, tras las huellas de su madre muerta. En aquel viaje, se encuentra con una mujer madura muy maternal que le recuerda a su madre perdida. Ese papel lo interpreta admirablemente Edwige Feuillère.

Guardo para el final la aparición de Lucienne Boyer, una de las grandes cantantes francesas a la que se la ve y se la escucha cantando en Clara tierra. Lucienne simboliza una época de la canción francesa. Voy a contar lo que me contó Edgardo Cozarinsky al que, a su vez, se lo contó el inolvidable escritor y crítico Alberto Tabbia. Éste escuchó cantar a Lucienne en 1946, en el teatro Odeón. Todo Buenos Aires quería verla: era un emblema de la Francia liberada. Para despedirse del público porteño, salió a escena envuelta en un vestido con los colores de la bandera francesa y cantó “La Marsellesa”. El tiempo recobrado.

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