El Cronista @cronistacom: ¿Hacia dónde va la política argentina?

¿Hacia dónde va la política argentina?

Empezó oficialmente la temporada de elecciones: Neuquén y Río Negro eligieron gobernador el pasado 16 de abril. Mientras las internas en las principales fuerzas a nivel nacional se cuecen a fuego lento (pero seguro), los comicios patagónicos ofrecen las primeras señales concretas del año electoral. Alberto Weretilneck y Rolando Figueroa se impusieron en Río Negro y Neuquén, respectivamente, y lo hicieron comandando amplias coaliciones de fuerzas políticas locales.

En el caso de Neuquén, particularmente interesante porque allí está en disputa la joya de la corona del sector exportador argentino, Figueroa triunfó al frente de una diversísima y novedosa alianza. A ella contribuyó con un dispositivo que creó para estas elecciones a partir de desprendimientos del Movimiento Popular Neuquino (MPN), el partido que domina la política provincial desde comienzos de los 1960. De hecho, Figueroa compitió en la interna del MPN en 2021. Allí realizó un primer desafío a la dinastía partidaria: triunfó sobre una lista apoyada por el gobernador Omar Gutiérrez y por su padrino político, Jorge Sapag, el pater familias de la fuerza neuquina. Luego de aquella interna, y de un modesto triunfo en las generales de 2021, Gutiérrez decidió abrirse del MPN. Creó el partido Comunidad, se alió con un amplio espectro de agrupaciones políticas locales -entre ellas el PRO-, y acaba de quedarse con la gobernación.

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Sería erróneo leer los resultados de Neuquén como los de un gran golpe a la tradición. La derrota del MPN es, en un sentido, un signo de su propio triunfo: el partido solo pudo ser vencido por un desertor de las propias filas, quien no olvidó reafirmar su identidad emepenista en declaraciones la misma noche de su victoria. Y, además, los acontecimientos de Neuquén, lejos de significar reversiones de grandes tendencias políticas previas, en realidad confirman algunas de ellas.

En primer lugar, Neuquén agrega espesor a un proceso generalizado de fragmentación, de desnacionalización y de creciente fluidez en el sistema de partidos argentino que ya lleva varias décadas. En ese sentido, si uno observa la evolución de las últimas elecciones provinciales a gobernador en Neuquén, la pérdida de relevancia de las principales fuerzas a nivel nacional es clara: el candidato del FdeT sacó 26% en 2019 y 13% en 2023; el candidato de JxC sacó 15% en 2019 y 4% en 2023, en parte porque el PRO decidió subsumirse en un armado que no domina para alcanzar cierta relevancia en un ámbito clave de la política subnacional. Esa particularidad explica algunas curiosidades alrededor de las atribuciones de la victoria provincial a nivel nacional: en una escena cada vez menos inusual, celebraron Massa, de buena relación con Rolo, y Patricia Bullrich, a quienes sus socios de JxC rápidamente le recordaron que el candidato de la coalición, de hecho, había quedado tercero.

Sin embargo, los hechos de Neuquén no nos hablan, únicamente, de la desinstitucionalización del sistema tradicional de partidos. Los hechos de Neuquén nos hablan, además, de lo que parece consolidarse como la respuesta de la política argentina: el coalicionismo. Al nivel provincial, florece una forma de hacer política: el de las grandes coaliciones, plurales y diversas, que gobiernan con continuidad y aseguran la gobernabilidad de sus distritos. La tendencia, de una enorme vitalidad, no distingue entre provincias chicas y provincias grandes. En Neuquén y en Río Negro, pero también en Jujuy, Salta, Santiago del Estero, Corrientes, Misiones, Río Negro, Córdoba, Santa Fe y hasta en la CABA, la política provincial argentina, desfasada de los clivajes de la política nacional, explora con éxito un sendero en el que confluye el centro del sistema político.

La experiencia subnacional es, por supuesto, mucho más auspiciosa que la experiencia nacional: en este último plano, los recientes ensayos coalicionales han sido estruendosamente fallidos (los acontecimientos de la última semana, por si hacía falta, agregan un clavo más al ataúd del proyecto Fernández-Fernández). Faltan experiencias nacionales de coalicionismo exitoso, y sin embargo se trata de un modelo cada vez más utilizado en la vida política argentina.

El escenario recién descripto, que podría permitir cierto optimismo de cara al futuro, debe ser matizado con una excepción que es casi más grande que la regla: la Provincia de Buenos Aires. PBA es la única provincia donde la vida política local se superpone, como con un papel de calco, a la vida política nacional, y que hace que convivan en la política argentina procesos paralelos de nacionalización y desnacionalización. Desde el retorno de la democracia, todos los candidatos que accedieron a la presidencia obtuvieron alrededor del 40% de sus votos totales en la PBA, una dinámica que se acentuó con la reforma constitucional de 1994 y la eliminación del Colegio electoral (Alfonsín en 1983 y Menem en 1989 obtuvieron en la Provincia de Buenos Aires alrededor del 40% de los votos que cosecharon a nivel nacional, pero solo consiguieron allí el 25% de sus electores.) Es decir, pelear por la presidencia es pelear por la provincia: por su brutal potencia demográfica, PBA tiende inercialmente a colonizar la vida política nacional.

Si la Provincia de Buenos Aires es la clave para la victoria de cualquier proyecto presidencial, también suele ser la clave de su decadencia. La PBA, y particularmente su Conurbano, concentran los perdedores del ocaso del proyecto industrial mercadointernista y de las grandes explosiones macroeconómicas que puntúan la historia reciente. Es una región que debe ser asistida, y que contiene de manera latente la amenaza de la conflictividad social. Desfavorecida en los arreglos del federalismo fiscal argentino, pero favorecida con subsidios energéticos y con obra pública desde el gobierno nacional, el gobierno de PBA es un centro de comandos potencialmente tan poderoso que debe ser siempre controlado desde la presidencia. A ese amordazamiento desde arriba se le suma otro desde abajo: el de los intendentes, a veces tan poderosos como gobernadores en otras provincias.

El nudo comienza a desatarse en la política provincial, pero una pregunta persiste: ¿Cómo se deshace el nudo en la Provincia de Buenos Aires?

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