Maternidad: entre el mandato y el contramandato
Me encontré con el deseo de ser madre después de años de darle vuelta al asunto. Para los de afuera, era fácil: muchas personas que me conocían aseguraban que yo quería ser madre. Esa proyección hacia mi deseo me irritaba y me resultaba una rotunda falta de respeto. Yo no sabía qué quería y el resto de la gente podía asegurar lo que yo deseaba. ¿Raro? Bienvenidos al mundo de las mujeres.
Me asustaban los tipos de maternidad que me rodeaban. La histórica y familiar, asociada a la idea de “sacrificio”, “pérdida de libertad”, “dedicación full time” y “extrema soledad”. Tenía pocas amigas madres y me había distanciado de algunas que ya lo eran.
Cuando empecé a identificarme con las causas del feminismo, caí en un lugar incómodo: ¿se podía maternar siendo feminista? ¿Qué hacía con el bagaje de injusticias de las que ahora era consciente? ¿Cómo iba a construir una maternidad que, de plano, ya carga con años de desigualdades respecto de las tareas de cuidado que siempre cargamos las mujeres? ¿Iba a disfrutar el tener hijos?
Mi duda se volvía una negativa rotunda cuando tenía que escuchar la insistente pregunta de cuándo iba a ser mamá; o el comentario de alguna pariente que amorosamente recordaba mi reloj biológico. ¿Se imaginan que en la mesa de domingo alguien le comente a un hombre de 38 años sobre la movilidad de sus espermatozoides? No, no pasa. A quienes nos siguen indicando la maternidad como profecía, realización y destino es a nosotras, a quienes nacemos con útero.
En ese contexto, era difícil encontrarse con el deseo y discernir quiénes siguen usando la maternidad para oprimirnos y quiénes promueven la idea de ser madre como un espacio en construcción y reconstrucción de sentidos.
Las dispersiones a mis ganas también se mareaban ante las burlas y comentarios de muchas personas que no son madres o padres; o deciden no serlo y cuentan con una batería de chistes e ironías para reírse de las “mamis”.
Hace dos años participé de una investigación sobre maternidades en Argentina. En ese trabajo, encontré una cifra que llevo impresa en la memoria: en Córdoba, el 60% de los embarazos son no intencionales.
Fracasa el sistema de educación cuando falta educación sexual integral; fracasa el Estado en no poder acompañar qué decisión quiere tomar esa mujer. Y fracasamos todos por seguir hablando, opinando, señalando, haciendo chistecitos o erigiendo monumentos a un tipo de maternidad o a la no maternidad como solución.
Hoy es domingo y es mi segundo Día de la Madre. Me hago cargo del cansancio demoledor que siento. Me hago cargo de que varias veces lloré en el sillón por extrañar mi vida anterior.
Jane Lazarre, en su libro El nudo materno (editorial Las Afueras), lo define con precisión. El sentimiento que nos domina a las madres es la ambivalencia. Y reconocernos en ella es la herramienta más sincera y genuina a la que podemos echar mano cuando alguien se atreve a opinar. Estamos ahí; como podemos, pero estamos.
*Periodista, escritora
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