Primer borrador de un nuevo frente “nacional y popular”
Es poco sensato el desdén que exhibe Javier Milei respecto de la necesidad de argumentar, de esgrimir razones que justifiquen sus decisiones, incluso las más obvias. Hasta las dictaduras más férreas necesitan elaborar un discurso, esto es, una línea argumental que intente convencer a propios y ajenos acerca de la corrección o del carácter imperativo del camino emprendido.
Ha sido esta actitud de displicencia lo que ha permitido a la oposición dejar al Presidente como un enemigo de la educación pública cuando lo único que pretende es someter a auditoría los gastos de las universidades para evitar despilfarros y excesos y para dar una señal clara acerca de los tiempos austeros que vive el país todo y que las universidades deben acompañar.
Sin embargo, el estilo recio del Presidente no hizo más que volcar a las calles a cientos de miles de manifestantes, entre los que se encontraban seguramente muchos de los votantes que lo llevaron a la Presidencia, además de los obvios oportunistas que no iban a desaprovechar la oportunidad de abrochar a su pecho la siempre digna cucarda de defensor de los pobres frente a los ajustadores.
En tal sentido, la manifestación del martes pasado fue el primer borrador de una futura alianza política en la que se intentará reconstruir el frente “nacional y popular” en modo actualizado, incorporando a franjas del radicalismo, del PRO y a sectores del peronismo, de todos los colores. Nada mejor que una causa justa e inmaculada, como la defensa de la educación pública, para que oficie de piedra basal de una futura coalición contra el insensible liberalismo.
Y aun así, el Gobierno no se siente obligado a argumentar. Quienes le señalan esta elemental necesidad son catalogados como gente que “no la ve”, o sea, que no se da cuenta de que se trata de detalles nimios que para el grueso del pueblo carecen de importancia pues todos entienden que Milei se está ocupando de las cosas relevantes como la supresión del déficit fiscal y la eliminación de la inflación.
Despilfarro del capital propio
En la misma dirección concurren las actitudes del Presidente hacia los periodistas que osan cuestionar algún aspecto de su política. Prestamente los califica de estar sobornados por algún sector con fines inconfesables.
La burla y el insulto hacia los que disienten es la actitud permanente del Presidente, que se siente protegido por algunas encuestas que revelan que, de un modo u otro, conserva un apoyo equivalente a los votos que obtuvo en el balotaje. Y, a partir de allí, ya ha comenzado a soñar con las elecciones de medio término e incluso se ha empezado a hablar de reelección, palabra harto prematura y completamente fuera de contexto.
Si bien el Presidente intenta instalar una imagen de austeridad económica, con reducción de gastos innecesarios, con controles y auditorías, además de la eliminación de ñoquis y otros robos al erario, no parece ser tan cuidadoso cuando se trata de su propio capital político, que despilfarra en forma cotidiana de mil maneras.
Por ahora, es ampliamente perdonado. Todavía una ancha franja apoya con fervor el rumbo iniciado, pese a las crecientes dificultades en materia de ingresos que ha comenzado a enfrentar. Pero esto no será así para siempre. Y no hay que estar seguros de que, cuando todos estén ya a punto de un fastidio completo, las fuerzas del cielo llegarán justo a tiempo para derramar los beneficios del crecimiento económico y entonces todas las deudas quedarán saldadas y todos estaremos felices al poder corroborar que el liberalismo provee las soluciones justo a tiempo.
Llegará el momento en que los argumentos, el discurso, las explicaciones, serán invalorables. La realidad es siempre medio tozuda y esquiva. Se niega a presentarse tal cual está anunciada en los textos teóricos de economía, meras guías indicativas y tendenciales, carentes de precisión matemática.
Ajustes y ajustes
No son pocos los economistas de cuño liberal que realizaron observaciones acerca de la tosquedad del ajuste emprendido por el Gobierno. Sentarse sobre la caja no constituye un arte excelso en materia de restricción del déficit fiscal. Por otra parte, no son pocos los que ya están advirtiendo sobre el exiguo ajuste periódico que recae sobre el dólar oficial, situación que el país ya ha vivido, con resultados nefandos.
Clavar el tipo de cambio es una medida tentadora y convergente con el freno a la inflación. Por eso seduce fuertemente. Pero, con el paso de las semanas y los meses, se va acumulando un retraso cambiario que termina complicando todo en poco tiempo, cuando se plantea la necesidad de una actualización.
Pero el Gobierno no entiende razones. Prefiere dar cátedra una y otra vez, hasta la fatiga, la bolilla uno del liberalismo. Se siente cómodo dando clases elementales y pueriles acerca de cómo nació el dinero, como si su función fuera la del docente de un curso de ingreso. Sigue embelesado por sus propias palabras y, detrás de él, un gran número de argentinos esperanzados, que en pocos meses comenzarán a reclamar por resultados concretos y efectivos.
* Analista político
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