Yésica, la mujer que vende cartón para alimentar a un comedor en Villa Urquiza
En la calle Juan Cano al 5.262, un pasillo da cobijo a la “trinchera de los desposeídos”. Un banner rosa con corazones de colores invita a entrar: “Comedor El Ángel de la Guarda”. La vivienda está emplazada en barrio Villa Urquiza, en la zona noroeste de la ciudad de Córdoba.
Al atravesar la puerta aparece Yésica Heredia (32), que es la creadora de este particular centro asistencial. ¿Cómo hace para dar comida en dos meriendas y una cena semanal? Junto a su familia, junta cartones y los vende para comprar el alimento.
Cuando comenzó en Argentina la pandemia por coronavirus, en marzo de 2020, la crisis económica dilapidó las exiguas posibilidades que la familia de Yésica tenía para comer. Entonces, ella decidió salir hacia la zona comprendida por los barrios Cerro de las Rosas, Chateau Carreras y Don Bosco para solicitar alimentos. Pasados los primeros días, se dio cuenta de que la comida que conseguía le alcanzaba para algo más.
“Ahí empecé con la idea de abrir un comedor. Entre la ‘platita’ que juntábamos con la venta del cartón y los paquetes de fideo, arroz y tomate que nos daban, me quedaba alimento para ofrecer a los demás. Y mi esposo me siguió la corriente”, rememoró de aquel comienzo.
Al poco tiempo atendía a 100 vecinos. Pero en la actualidad ese número se duplicó. Y con la llegada de los 200 inscriptos, también se incrementó la cantidad de trabajo necesaria para garantizar la ayuda.
“Le puse ‘Ángel de la Guarda por mi abuelo’. Él había fallecido un poco antes de la pandemia y siempre siento que me está ayudando. Pero ahora la gente necesita más y más, y eso nos obliga a estar muchas horas en la calle juntando cartón”, comentó Yésica.
Todas las mañanas, sale con un carro que un vecino le prestó. “Salimos muy temprano porque cada vez hay menos material tirado. La gente está desesperada y hay muchos cartoneros. Cuando llenamos el carrito vamos y vendemos el producto a una casa que está cerca de mi domicilio”, detalló la vecina.
Con angustia, todos los días Yésica registra a niños que vienen a pedirle alguna ayuda. “Los padres de esos chicos hoy están sin trabajo, al igual que nosotros. Vienen chicos cada vez más pequeños. Ahora también pido ropa, porque la mayoría anda descalza y sin abrigos”, relató.
La dura realidad que golpea la cotidianeidad de esta gente se traslada también a la zona que habitan. Yésica vive rodeada de basurales y de sitios baldíos. Además, aseguró, las cloacas que pasan por la esquina de su casa se desbordan día de por medio.
Ingeniería para curar el hambre
¿Cómo hace para subsistir una familia que por semana reúne dos mil pesos? Según Yésica, es una tortura. Todos los días se levantan pensando que por delante tienen que juntar el dinero para darle de comer a sus cuatro hijos.
“No me alcanza el dinero que junto. Pero tampoco consigo trabajo y mi marido se quedó sin nada cuando empezó la pandemia. Antes trabajaba en obras de construcción. En gran parte, dependo de lo que nos dan los negocios de la zona y la gente a la que le tocamos la puerta”, se angustió.
La mujer cuenta además con tres asistencias por parte del Estado nacional (Asignación Universal por Hijo) y una tarjeta social por parte del Gobierno de Córdoba. El dinero que recibe de parte de las asignaciones le alcanza para pagar el alquiler.
Por mes, Yésica desembolsa ocho mil pesos. Vive en una casa con garrafa, así que evita utilizar el gas para cocinar. En el comedor, la comida se prepara con el fuego de la leña o del carbón.
Para achicar los gastos, trata de comprar la harina y preparar fritos. O busca que una porción del pan criollo que reparte sea una donación. Acudiendo a esas maniobras, consiguió aumentar la cuota de asistencia al “Ángel de la Guarda”.
“Es muy angustiante sentir que no alcanza. Todos los días andamos más de ocho horas en las calles. Somos tres, junto a mi hija más grande. Y así y todo no conseguimos otros medios para subsistir”, lamentó Yésica.
Hace un tiempo que la mujer mastica la idea de fundar una cooperativa de trabajo. Para ella, el mal más doloroso que golpea a sus vecinos es la falta de un ingreso constante. “Acá no nos ayuda nadie. Estamos solos. Y la solución más digna es tener trabajo. Cuándo vamos a tener un trabajo los cordobeses?”, se preguntó.
La pandemia, dijo la mujer que cartonea para dar de comer a sus vecinos, recortó las posibilidades de trabajo de manera abrupta. Y aseguró que en su barrio sobran las necesidades, tanto como la intención de sumarse a algún empleo. También destacó que muchas personas que se acercan a comer dominan oficios y tienen sendas experiencias laborales.
“El problema acá es que los jóvenes y los viejos no consiguen trabajo. Y a los adultos, cada vez se nos hace más difícil”, concluyó.
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