Vicentin, la tentación de las “patriadas”
Presentado en los últimos días al juez que entiende en la causa de la convocatoria de la empresa Vicentin, el informe de los síndicos sorteados para determinar las causas del formidable endeudamiento y posterior crack de la empresa cerealera permite varias lecturas y una única moraleja: que las causas justas no pueden ser inventadas, por mucho que algunos se esmeren en lograrlo.
Dicen los síndicos que la empresa se desfinanció y endeudó por motivos claramente concomitantes; a saber: inflación, alza continua de los costos y pérdida de crédito externo. Casi una radiografía de la Argentina de los últimos años y de las penurias de no pocas empresas, algunas ya extintas.
Ello, no obstante, sin dejar de entender que una administración desatenta o ineficiente pudo haber sido un agravante del cuadro que indujo a no pocos a suponer que estaban a tiro de piedra de una gesta épica, como podía serlo el salvataje de una empresa depredada por el apetito feroz de algunos despiadados capitalistas vernáculos. Al menos, eso parecía.
No hace falta rememorar el fiasco derivado de una pésima apreciación de la circunstancia y el grosero cálculo político que convirtió a una supuesta patriada en una triste chirinada. Tampoco el rechazo subsecuente de un vasto sector de la sociedad, atento a la historia repetida de un gobierno que achaca a terceros la responsabilidad generada por una empecinada fábrica de inflación, como lo viene siendo nuestro país, administrado ya sea por ultraliberales o por ultraestatistas con el mismo resultado: el fracaso.
Pero el caso Vicentin vale para patentizar, una vez más, esa ingenua y a la vez nociva mirada de quienes se sienten llamados a protagonizar épicas salvadoras.
Baste citar el prolongado corte de un puente y el conflicto con Uruguay por el tema de las pasteras, convertido en paradigma del infantilismo criollo. O el presunto salvataje de Cresta Roja por parte del entonces secretario Guillermo Moreno, a un costo de 25 mil millones de pesos (no es necesario decir que la empresa ya no existe). Sin mengua de la ruinosa expropiación de YPF, que “no le costaría ni un peso a los argentinos”. O la estatización del sistema jubilatorio a costa de empresas a las que nadie nunca controló y el posterior derroche de los ahorros de los jubilados.
Importa recordar todo esto porque la tentación sigue vigente. Ya hay quienes quieren manotear Edenor y Edesur, empecinados en no aprender lecciones después del patético intento de nacionalizar un campo ajeno, una hazaña equivalente a matar hormigas a garrotazos.
Los salvadores de la patria siguen allí, atentos a la menor oportunidad de corporizar su heroísmo, émulo del general mejicano Antonio López de Santa Anna, llamado “héroe de mil derrotas”. Si las hazañas de este último le costaron a México la mitad de su territorio, las de nuestros coterráneos no les van en zaga.
Combatientes de escritorio, siguen imaginando nuevas gestas sin reparar en el costo, que será siempre el de nuevas frustraciones.
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