Ver o no ver Drácula: Mar de sangre, el filme de terror estrenado en la semana
La primera pregunta que surge con Drácula: Mar de sangre es qué necesidad había de hacer una película con el capítulo 7 de la obra maestra de Bram Stoker, en el que está la bitácora del capitán del Demeter, el barco ruso que iba de Varna a Londres para entregar unos misteriosas cajones llenos de tierra.
La pregunta surge porque el escritor deja ese momento para la imaginación del lector. Además, no es difícil imaginar lo que ocurre con los tripulantes y con la goleta que llega hecha trizas a Whitby.
Aquí es donde está el merito del director noruego André Øvredal y de los guionistas Bragi F. Schut y Zak Olkewicz: en el libro, quienes encuentran el barco encallado se sorprenden del desastre reinante, y ese detalle envuelve cierto misterio porque en el relato de Stoker se habla de Drácula como alguien que tiene todo planeado y controlado. De modo que ese arribo accidentado a Whitby deja la siguiente pregunta: ¿qué pasó realmente con la embarcación?
La trama
El prólogo es muy prometedor: el capitán Eliot (Liam Cunningham) tiene que elegir tripulantes porque cuenta con poco personal para hacer el viaje. De entrada, los enormes cajones despiertan curiosidad, sobre todo porque uno de ellos tiene el símbolo de un dragón alado, lo cual interpretan como un mal augurio. Estos primeros minutos generan suspenso y se siente la presencia amenazante del mal.
Sin embargo, a medida que la película avanza empiezan a surgir ciertas inconsistencias que molestan (más allá de que sean convenciones del género), como si de un material original tan bien resuelto no pudieran hacer demasiado, lo que lleva al director a alargar escenas y a rellenar con demoras innecesarias.
La novedad es que hay un protagonista bien definido y con carácter, Clemens (Corey Hawkins), quien se encarga de sostener el relato con decisiones firmes y con inquietud por entender el bien y el mal, lo que hace que la película asuma una preocupación moral.
Además, agrega otro personaje, Anna (Aisling Franciosi), quien va en uno de los cajones a modo de alimento de Drácula. Pero este personaje no es del todo convincente. También está el pequeño Toby (Woody Norman), nieto del capitán, personaje que es otra licencia con altibajos.
El filme se centra en Clemens, doctor recibido en Cambridge que tiene que hacer changas porque sufre discriminación por su color de piel (por eso acepta ser un tripulante más), lo que le permite a la película abordar el tema del racismo (lateralmente). Clemens y Anna son los personajes que le permiten a la historia, de cierta manera, conectarse con el presente.
El otro acierto es el villano, Drácula (Javier Botet), cuyo diseño se inspira en el Nosferatu de Murnau y en el de Salem’s Lot, la miniserie dirigida por Tobe Hooper, como así también en las películas de monstruos de la Hammer. Y la fotografía de Roman Osin y Tom Stern logra una atmósfera claustrofóbica, como la de Alien, el octavo pasajero, con la que tiene muchos puntos en común.
Lo mejor es el giro revelador que da Clemens, el personaje en el que más se centra la película, porque de la preocupación teórica pasa a la práctica, de las ganas de entender el mundo pasa a querer cambiarlo, dispuesto a vencer al mal.
Para ver “Drácula: Mar de sangre”
Estados Unidos/Reino Unido/Malta/Italia/Alemania, 2023. Terror. Dirección: André Øvredal. Guion: Bragi F. Schut y Zak Olkewicz. Elenco: Corey Hawkins, Aisling Franciosi, Liam Cunningham, David Dastmalchian, Javier Botet, Chris Walley, Jon Jon Briones, Stefan Kapicic, Martin Furulund, Nikolai Nikolaeff y Woody Norman. Fotografía: Roman Osin y Tom Stern. Música: Bear McCreary. Duración: 118 minutos. Apta para mayores de 16 años. Complejidad: moderada. Sexo: nulo. Violencia: alta. En cines.
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