Urge abordar la violencia juvenil
La sociedad asiste perpleja y consternada a la escalada de violencia que involucra a menores de edad. Y el Estado en toda su dimensión funge desorientado y ausente en su función de abordar un fenómeno que va alcanzando bordes inusitados y perjudiciales para el desarrollo de la infancia.
El asesinato del menor de 14 años Joaquín Sperani, cometido días atrás por otro adolescente en la ciudad de Laboulaye, al sudeste de la provincia de Córdoba, puso a la comunidad en situación de shock.
Al mismo tiempo, abrió un abanico de interpretaciones de diversa naturaleza acerca del “cómo” y el “por qué” de semejante barbarie.
Un interrogante que, por cierto, es difícil de entender, pero que no por ello debe llevarnos a presunciones apresuradas que no indagan en el fondo del problema, cual es la escalada de virulencia entre grupos antagónicos de menores de edad.
Será la Justicia penal la que determine las causas del homicidio de Joaquín. Ello no exime al conjunto social (incluidos los medios de comunicación) de ensayar su propio juicio en vías de indagar la problemática desde un contexto más amplio.
Y es en este plano que se disparan opiniones valederas, aunque no siempre hagan foco en lo primordial del asunto. Por caso, ante el homicidio del chico de Laboulaye, se repuso la polémica sobre la edad de punibilidad de los menores.
Pero como bien señaló en una entrevista con La Voz Licia Tulián, jueza de control de Río Segundo y especialista en justicia penal juvenil, “sólo se piensa en lo punitivo y no en términos de políticas públicas”. Y puso el acento sobre “la mezquindad de la política y las dificultades de la sociedad para mirar más allá del castigo”. La polémica sigue abierta.
Pues bien: el estrépito de Laboulaye se suma a la preocupante seguidilla de violencia urbana en modo de riñas que tiene como contendientes a jóvenes.
Las cámaras de seguridad y algunas imágenes tomadas por teléfonos celulares nos muestran la peor cara de la convivencia entre adolescentes.
Una gresca en una plaza pública (como ocurrió en barrio San Vicente de la ciudad de Córdoba) o a la salida de un boliche no son novedosas, pese a lo cual la Policía y los organismos del Estado no logran acertar en una tarea de pacificación a través del control y de una investigación exhaustiva sobre los motivos que empujan a la minoridad al desasosiego constante.
Secuelas de un entorno familiar traumático, de una infancia sumergida en la pobreza o conductas belicosas que llegan como “herencia” de lo que van dejando los mayores, son sólo algunas de las causas de tantos entreveros entre pandillas que, incluso, lanzan “desafíos” por las redes sociales.
Las argumentaciones y advertencia de los expertos en materia social y juvenil son de indubitable valor y merecen ser escuchadas. Pero si los consejos no se llevan a la práctica desde la órbita estatal, seguiremos observando las imágenes de una sociedad partida y con su juventud extraviada.
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