La Voz del Interior @lavozcomar: Una inútil guerra de símbolos

Una inútil guerra de símbolos

Puede que quienes dieron la orden no hayan reparado en el enorme peso simbólico de la imagen: una topadora embistiendo un humilde monumento, quizá la mejor representación de la guerra que hoy se pretende librar en nuestro país; esa “batalla cultural” que nadie pidió pero unos cuantos libran, probablemente por no tener nada mejor de qué ocuparse. O, lo que sería aún más grave, porque no saben cómo ocuparse de lo que deben.

El ataque de Vialidad Nacional contra el monumento al historiador Osvaldo Bayer en la ruta 3, en las afueras de Río Gallegos, provincia de Santa Cruz, es una acabada muestra de la capacidad de ciertas personas que, provistas de alguna cuota de poder, se exceden en sus decisiones, sea de manera insidiosa o ingenua.

Pero como nada es gratuito ni fortuito, la lamentable gestión de una batalla minúscula fue obra de una repartición nacional, la misma que hoy, prácticamente desmantelada, ya ni siquiera pinta una línea blanca sobre el pavimento. No hubo en esto orden municipal o provincial alguna, lo que pone en negro sobre blanco el objetivo de la dudosa iniciativa.

En un país de pésima memoria cultural, debería recordarse que Osvaldo Bayer es el autor de esa obra monumental, La Patagonia rebelde, que enaltece los estudios históricos nacionales y en la que revisa de manera minuciosa y con abundante documentación las trágicas huelgas patagónicas de 1920-1921, salvajemente reprimidas a costa de centenares de muertos.

Su trabajo es un verdadero hito en materia de estudios históricos, y la obra de un historiador concienzudo, aplicado y tenaz. Desconocerlo por razones ideológicas es una clara apuesta a la relectura del pasado, esa tentación que anida en todos los regímenes autoritarios y de la que el actual Gobierno nacional no deja de dar muestras, como sucedió con la conmemoración del Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia, el pasado 24 de marzo.

Si la humilde escultura estaba mal emplazada –como se ha alegado–, bastaba con removerla e instalarla en otro lugar. Pero el efecto mediático, por supuesto, no hubiera sido el deseado. En una escalada de la provocación como sistema, el gesto de desprecio debía ser manifiesto, siempre en línea con ese afán cotidiano de fabricar títulos de prensa capaces de disimular los verdaderos conflictos del presente.

Es casi seguro que la obra del escultor Miguel Villalba encontrará pronto otro emplazamiento, dado que quedó en manos de la Comisión por la Memoria de la provincia de Santa Cruz.

Pero lo preocupante sigue siendo esta batalla que se quiere imponer a una sociedad que votó en su momento con la expectativa de que se encararan con seriedad los problemas de fondo que nos aquejan, problemas que nada tienen que ver con estas gestas minúsculas, batallas que nadie había solicitado. Y, por si alguien lo está pensando, debe recordarse que la quema de libros es algo que ya se hizo en nuestro país y que no debería repetirse nunca más.

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