Una coherencia autodestructiva
La fuerte tradición caudillista argentina todavía impregna el siglo 21 y no se vislumbra que cambie. Ni siquiera los nuevos partidos y alianzas, que intentaron un estilo y estructuras diferentes al largo dominio radical-peronista en la política democrática del país, evitaron sucumbir al modo vertical y autoritario que adjetiva sin rubor la forma de ejercer el liderazgo en el país.
Un personalismo siempre en el borde de las instituciones, forzando sus límites, creando situaciones de emergencia, solicitando poderes especiales, prorrogando presupuestos, decidiendo vía decretos, avanzando sobre otros poderes.
Un antirrepublicanismo desembozado, que en este último bienio asedia la publicidad de los actos de gobierno, algo insólito desde 1983. Presente, por ejemplo, en los juramentos de los ministros en soledad o sin transmisión oficial. Visible, también, en los nuevos requisitos limitantes al periodismo libre para ejercer su profesión en los edificios gubernamentales.
El lenguaje desde el Gobierno y en cierto periodismo, violento, agresivo, descalificador del adversario, como si este no tuviese legitimidad en su representación, llena espacios sin dificultad y sin rechazo de la sociedad, que, asqueada de los fracasos colectivos, se aferra a lo nuevo sin fisuras. Es entendible, pero ningún cheque en blanco augura cosas buenas.
Confundir, editar, elegir con quién hablar, fundirse en el anonimato de las redes para asolar el disenso son las nuevas formas globales del antidemocratismo. Y, como si nada nos faltara, se cultivan en nuestra nación con sospechas fuertes de que, en algunos casos, están al servicio del poder de turno.
Nuestra idiosincrasia política no se alarma ante esta caracterización; la critica sí, cuando las prácticas que enumeramos las llevan adelante otros. Y lo hace sin vergüenza, con estridencia, en una mise-en-scène que se recrea con una mezcla de artificialidad y convencimiento.
El buen ritmo económico puede hacer que la sociedad obvie estas cosas, pero en Argentina se ignoran siempre: en los escasos momentos de prosperidad y en los extensos desiertos de estancamiento y crisis.
En nuestro desprecio por las formas y por el fondo republicano institucional, somos coherentes. Una coherencia formidable y autodestructiva que transitamos con pasión y sin escándalo desde los comienzos mismos de nuestra historia.
* Periodista
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