Trastorno emocional de la primavera
Cada cambio de estación condiciona cambios en el funcionamiento del cuerpo humano, que se reflejan en signos y síntomas.
Esta primavera comenzó marcada por temperaturas elevadas y un sinfín de partículas suspendidas en el aire, producto del viento, del polen y de los incendios, lo que afecta directamente a los órganos más expuestos.
Nuestra maravillosa cubierta protectora, la piel, es la primera en demostrar el impacto climático, así como las nuevas capas de químicos usados para protegerse de los rayos UV, para repeler mosquitos y para evitar piojos.
Sequedad, grietas, eccema y picazón predominan como molestias que afectan el humor y el sueño infantil.
En este contexto, los chicos con piel atópica son los más sensibles. Esta condición se expresa por zonas de la piel enrojecidas que pican y que pueden llegar a formar escamas y costras. Es posible que se alivie cuando se evitan temperaturas elevadas (al sol o en el agua de baño) y se mantiene la piel hidratada; ante molestias severas, algunos antiinflamatorios son útiles.
Así como las flores, la piel también se brota en primavera con enfermedades eruptivas (exantemáticas). Varicela, hasta hace poco la más frecuente, mermó desde que los chicos reciben dos dosis de la vacuna específica: una después del año de vida y una segunda a los 5 años.
Otra exantemática primaveral es la escarlatina. Si bien su nombre parece remitir a una infección medieval y superada, esta enfermedad sigue vigente y se expresa con fiebre, faringo-amigdalitis y erupción roja y áspera en la piel, que se descama con el paso de los días.
Urge realizar el diagnóstico dentro de los nueve días de la aparición de los síntomas y administrar un antibiótico a fin de no sufrir complicaciones.
Sobra decir que las conjuntivas, narices y todas las vías respiratorias altas padecen este molesto inicio primaveral, con tantos chicos y chicas congestionados de manera persistente.
Trastorno afectivo estacional
Menos conocido que las condiciones anteriores, cunde el denominado “trastorno afectivo estacional”. Sus síntomas varían de persona a persona, aunque lo que predomina es la fatiga.
Los chicos sienten haber perdido toda fuerza –tanto física como intelectual– para realizar hasta las tareas más sencillas.
También muestran dificultad en conciliar el sueño, tienen menos apetito y, para congoja de sus adultos, aumentan los episodios de intranquilidad, enojo y protesta.
Es entonces cuando aumentan las consultas médicas suplicando por complejos vitamínicos, aumentadores del apetito perdido y hasta medicamentos tranquilizantes que colaboren en la armonía familiar (y escolar).
No se debería llegar a este diagnóstico sin haber descartado antes otros desencadenantes emocionales o dolencias físicas que originan síntomas parecidos. Pero una vez asegurado que un niño sufre trastorno emocional estacional, es indispensable obrar con cautela.
Importa saber que las crisis son de corta duración y que remiten de manera espontánea una vez que el cuerpo logra adaptarse a las nuevas condiciones ambientales.
Por lo tanto, conviene no maquillar los síntomas con fármacos, ya que ningún medicamento supera (ni reemplaza) a un sueño reparador, a realizar actividades recreativas, a consumir más agua ni -de ser accesible- a alimentarse de modo saludable.
Por todo ello, y antes de comprar las milagrosas vitaminas que recomiendan vecinos, amigos o suegras, los mayores deberían, además de reconocer sus propios síntomas de “fatiga primaveral”, intentar descomprimir las jornadas infantiles.
Aún faltan 15 semanas para finalizar el ciclo lectivo.
* Médico
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