Tras salvarse de la muerte, ahora Félix lucha junto a su pareja para poder subsistir
Entrar a la casa de Félix Lallana no es para nada sencillo: se derrumban sobre uno las chapas apiladas que están fijadas por una cadena con su respectivo candado, a falta de puerta. Así es todo en la casa de este changarín de 54 años que recibió un balazo casi a quemarropa hace un mes, que por suerte no lo mató.
Aunque él no sabe si fue una fortuna vivir después de todo lo que le ocurrió en el recordado ataque a balazos en un asalto a una verdulería de barrio Matienzo, en Córdoba capital, el domingo 21 de mayo.
Ese día lo echaron al piso y cuando presuntamente descubrió la identidad de los asaltantes, uno de ellos le disparó, a pesar de estar tirado en el suelo e indefenso.
El ataque, que se situó en la zona sudoeste de la Capital, le trajo a Félix numerosas complicaciones. Casi no puede hablar (la bala pegó en el cuello afectando sus cuerdas vocales) y no es capaz de levantar su brazo derecho, el que cada día usaba para subsistir.
Desde hace años el hombre vive sumido en la pobreza. “No hay nada peor para un pobre que te peguen un tiro y te dejen sin trabajo”, dice con los ojos llenos de tristeza.
Su pareja, Claudia Flores, está parada a su lado luego de sortear la compleja maniobra de la apertura de las puertas de casa. Lo escucha hablar y llora. Habla poco. Los dos, dicen, son analfabetos que apenas pueden entender lo que leen y escriben. Él terminó la secundaria en barrio Bella Vista. Ella no recuerda si alguna vez fue a la escuela.
Viven en una pieza que funciona como dormitorio, cocina y comedor. La construcción es precaria y carece de puertas, ventanas, calefacción y una conexión eléctrica segura. Está pegada a otra pieza, igual de pequeña que la principal, donde duerme la hija de la pareja.
Afuera hay un baño sin techo y sin puertas. Si los dueños de casa no avisan que eso es un baño es imposible darse cuenta lo que allí funciona.
Pero encontrar el sanitario no es más difícil que imaginar cómo se las arregla esa familia para vivir en ese sitio y bajo esas condiciones de vida: Félix aún se recupera de las heridas y lo hace rodeado de cachivaches que amontona por toda la vivienda con la esperanza de poder venderlos algún día.
Volver a trabajar no va a ser para Félix nada fácil, ya que no puede realizar ninguna changa junto a su mujer. “Salgo sola a la calle”, dice Claudia mientras llora y soporta los retos de su pareja que le pide que no sucumba ante el dolor. “Callate, basta. No llores”, le pide.
Pero para la mujer es imposible. A la falta de sustento y de trabajo, ahora se le suma el miedo.
“Esas veces que salgo sola tengo miedo. Ahora vivimos con miedo. Y él no puede salir”, continúa narrando.
“Su voz no es la de antes, ya no la tiene, ya la perdió”, cuenta mientras termina de aguantar las lágrimas y las suelta, a pesar de los reproches de su compañero.
Para colmo, el temor de la pareja aumenta mientras hay un solo detenido por el hecho delictivo que les tocó sufrir. “Nadie más volvió a contactarnos. Parecen haber desaparecido y haber dejado que todo quede en la nada”, reprocha Félix.
Los investigadores tienen en su poder un video en el que se puede ver el momento justo en el que Félix está al borde de la muerte: son unos segundos en los que se ve a un desconocido accionar su pistola contra el hombre tirado en el suelo de la verdulería.
“En realidad, sigo muerto en vida”, dice el trabajador que ya no puede trabajar.
La imperiosa necesidad de una familia víctima de la delincuencia
Cuando los delincuentes que atacaron al changarín se dieron a la fuga –se presume que podrían haber sido al menos dos–, uno de ellos se topó de frente con Claudia.
“Miré para abajo y me hice la ‘boluda’. Me miró fuerte y le avisé que no tenía nada. Es que no tenemos nada, vivimos al día”, recuerda, al mismo tiempo que lamenta sus carencias.
Días después del alta clínica de Félix, agentes de la Municipalidad de Córdoba visitó a las víctimas del robo y les asignó una suma de dinero para su sustento. Además, aportó chapas para que la familia pudiera mejorar su vivienda.
Sin embargo, a más de un mes del hecho ambos viven casi en las mismas condiciones que antes.
“El robo me cambió la vida para mal porque ya no puedo trabajar. Pude comprar bloques, un poco de materiales de construcción, algo de comida y nada más. Seguimos necesitando una cama y una heladera”, dice Félix.
A la par, el hombre requiere realizar un tratamiento y rehabilitación para recuperar la movilidad de su brazo. Sin completar este proceso va a ser muy difícil que pueda volver a trabajar.
Pero también se encontraron con trabas para acceder a la atención médica y para comprar los medicamentos. “Fuimos varias veces a los turnos asignados, pero no nos atendieron. Habíamos entendido bien la fecha y el horario. Tampoco pudimos comprar los analgésicos porque no nos alcanzó el dinero”, aseguró la pareja.
En medio de todo el dolor, esperan que alguien les dé una mano. Hay un número telefónico para ofrecerles ayuda: (0351) 153-061478.
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