Tamara Sternberg: Ninguna inteligencia artificial va a reemplazar al lector
–Entra Milei a tu librería, ¿qué título le recomendás?
–Un libro breve, pero intenso, teniendo en cuenta su poco tiempo disponible: Perón, Frondizi. La conversación, de Luis Meglioli.
–¿Por qué ese?
–En 1972, en Puerta de Hierro, Madrid, tuvo lugar un histórico encuentro entre Perón y Frondizi. Este libro presenta la transcripción de esa conversación, en la que ambos líderes dialogan sobre Argentina, sus familias y el futuro del país. Un material inédito que ofrece una valiosa perspectiva para entender nuestra historia. La obra explora temas como la tolerancia, la convivencia y la comunicación entre dos expresidentes de facciones opuestas, dispuestos a abordar cuestiones que van más allá de sus diferencias.
–¿Le ves uñas de lector?
–Sí, es una persona que evidencia haber leído.
–¿Tenés amigos que ya no leen, que sólo miran pantallas?
–La mayoría de mis amigos, en general, no leen. Sin embargo, siempre que estoy con ellos, trato de motivarlos sugiriéndoles algún tema o libro en particular, con la esperanza de despertar su curiosidad y fomentar su interés por la lectura.
–¿Qué tipo de libros te gustan?
–Leo de todo y, con mayor interés y dedicación, leo las obras de autores noveles con quienes me comprometo a darlos a conocer al mundo.
–¿Qué estás leyendo ahora?
–Además de los libros que estoy por editar, estoy volviendo a la literatura que ha habitado mi vida desde que nací. Cuando se tiene hambre de saber, de conocer, de explorar, se puede regresar más de una vez a textos que leímos tiempo atrás. Por ejemplo, estoy leyendo El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl.
–¿Cuáles son los títulos más vendidos hoy en tu librería?
–Nexus, de Yuval Harari; La felicidad, de Gabriel Rolón; Este dolor no es mío, de Mark Wollynn; Eso que quiero que me pase, de Cris Schwander; Los soles de Santiago, de Viviana Rivero, y La vegetariana, de Han Kang.
–¿Cuál es el consumo de libros per capita en Argentina?
–Se estima que la mitad de los habitantes de nuestro país leen al menos un libro por año, esta es una estimación del Sistema Nacional de Cultura Argentina (Sinca).
–¿Qué tan bien o mal estamos con respecto al resto del mundo?
–Argentina tiene una buena actividad lectora y escritora, prueba de ello es la gran producción de libros que tenemos y los autores de renombre que nuestra cultura ha gestado. Hacia la década de los años ‘50, nuestro país floreció como el centro cultural y editorial de mayor importancia para América latina. Hoy esta situación a cambiado notablemente. Europa posee una producción editorial profusa y ello impacta en la cultura de la sociedad, creando un círculo virtuoso donde más lectores buscan más obras para leer.
–¿Hay alguna estimación de cuántos ejemplares se venden por año en Córdoba o en Argentina?
–Es difícil llegar a un número en Córdoba porque no existe estadística al respecto. Esta sería una línea de indagación muy interesante para los entes gubernamentales que tienen a su cargo el desarrollo de la educación y la cultura. El último informe Sinca, del año 2022, indica que en la mayoría de los hogares argentinos hay hasta 25 libros: el 62% del total de la población tiene entre uno y 25 libros en su casa. El grupo etario que más lee corresponde a los adolescentes y jóvenes, lo que se relaciona con el hecho de estar insertos en alguna institución educativa. El formato papel es el más elegido en todas las edades, estratos socioeconómicos, géneros y regiones del país: el 48% de la población leyó libros en papel durante 2022, ya sea habitual u ocasionalmente. Casi el 40% de la población lectora leyó uno o dos libros en el último año, y el 24%, seis o más libros. La cantidad de libros leídos guarda relación directa con el nivel socioeconómico (a mayor NSE, mayor cantidad de libros leídos). Sobre los géneros leídos, prevalecen los cuentos, novelas, ensayos históricos y biografías. Sólo la mitad de la población que leyó libros en 2022 compró algún ejemplar en papel, mayormente uno o dos libros. En 2022 la población que leyó y compró libros adquirió en promedio 4,6 libros y en Región Centro, 3,77.
–¿Cómo varió esa cifra con respecto a 10 o a 20 años atrás?
–El factor económico es crucial en este sentido; y sí, en términos generales, se están vendiendo actualmente menos libros.
–¿Cuáles son los géneros que más títulos venden?
–La novela histórico-romántica, el género policial y los libros de autoayuda.
–¿Se lee todo lo que se compra? ¿O hay también un componente simbólico en adquirir un libro?
–Existe un componente simbólico, ya que el libro es un bien preciado que posee valor como “objeto”, ligado a la posesión que representa. Por otra parte, la aceleración del tiempo en el que vivimos, la ansiedad, el consumismo, etcétera, nos arroja hacia la adquisición de textos que deseamos aún sin abrirlos ni conocer su contenido.
–¿La inteligencia artificial puede acabar con las librerías cuando le pidamos al bot que nos lea o resuma tal contenido de tal autor?
–Nada va a reemplazar al lector, quien, a diferencia de una inteligencia artificial, se mueve por el deseo de recorrer una librería, tocar los libros, olerlos, buscar entre tantos y descubrir cuál es el título adecuado para llevar a su casa y disfrutar de ese momento mágico.
–Los libros digitales ¿fueron el boom que se esperaba?
–No, de ninguna manera. Sí hemos advertido una mayor demanda de libros digitales y audiolibros en la época de la pandemia. Ello se ha sostenido, pero el libro impreso en papel sigue jugando en primera.
–¿Quién hace mejores recomendaciones de libros: el librero o los algoritmos?
–Sin dudas, el librero. El algoritmo solo busca coincidencias, su servicio tiene, claramente, menor calidad que un librero. Entiendo que la empatía, la disponibilidad y la experiencia dan al librero una ventaja clara y contundente sobre el algoritmo.
–¿Cuántos años de vida tiene ya El Emporio?
–83 años de existencia posee la librería y 23 años la editorial.
–¿Cuántos locales trabajan actualmente?
–Tres.
–¿Cómo comenzó tu papá, Moisés, su relación con los libros?
–Empezó como canillita junto a su papá, con un kiosco de diarios y revistas. Sus inicios estuvieron siempre cargados de un enorme deseo de crecer y de desarrollarse. De este modo, se fue haciendo un lugar en la cultura de Córdoba con todo el empuje para poder salir adelante de la escasez económica que tenía su familia.
–¿Cómo fue ser la hija del librero?
–Fue un faro, una manera de mostrarme el camino que quería seguir en mi vida. Y fue también la experiencia más maravillosa que me regaló mi padre: ser su hija.
–¿Por qué le pusieron una bomba a la librería?
–Durante la época del Cordobazo vendíamos un libro muy crítico sobre Lacabanne, el interventor de Córdoba. Un excomisario lo había escrito y lo trajo a nuestra librería para que lo distribuyéramos y vendiéramos. Días después, colocaron una bomba en una de nuestras sucursales, ubicada en la entrada de la galería General Paz. La explosión fue devastadora: la galería quedó completamente destrozada y tuvieron que retirar los vidrios de los locales utilizando dos camiones areneros. El libro cuestionaba duramente a Lacabane, y un comisario llamado Chow, amigo de mi padre, desconocía que esa librería era nuestra. En ese entonces, también teníamos otra sucursal en Deán Funes y Trejo. Al enterarse del ataque, mi padre confrontó a Chow: “¿Cómo es posible que me pongas una bomba?”. Chow, incrédulo, le respondió: “¿De dónde sacás esa idea?”. Mi padre señaló que ahí mismo estaba la lata con el explosivo. Nadie se hizo responsable de los daños ocasionados.
–¿Cómo hicieron durante la dictadura para vender títulos y autores perseguidos?
–Teníamos un espacio en el edificio frente a la librería (cruzando la avenida Gral Paz) donde guardábamos las cajas con los libros prohibidos, según la resolución del gobierno militar. Cuando la gente pedía alguno de esos títulos, mi papá se cruzaba para buscarlo y acercarlo a cada persona que quisiera leerlos.
-¿Por qué tu viejo llenó de quesos la vidriera?
–Llegó a Córdoba el libro ¿Quién se ha llevado mi queso? y, luego de leerlo, mi papá quedó impactado y con la convicción de que esto que había sido tan bueno para él también podía serlo para otros. ¿Cómo lograrlo? Siempre fue creativo y se le ocurrió llenar de hormas de queso la vidriera. La empresa de lácteos La Paulina adhirió, pero le dijeron que se le echarían a perder, entonces enviaron quesos de utilería y una señorita con un stand de quesos para degustar. Fue un hecho descontracturante y novedoso. Y la editorial registra en su haber que El Emporio fue la librería que más libros vendió de ese título en Latinoamérica.
–¿Cuando eras más joven, imaginabas que tu destino también sería la librería?
–No. De hecho, estudié en la UNC la Licenciatura en Ciencias de la Educación. Debido a que siempre fui idealista, rebelde y soñadora, albergaba la idea de cambiar el sistema educativo anacrónico por el que había pasado.
–Trabajaste con tu papá y luego con tu marido, Pablo Kaplun. ¿Cómo resultó eso?
–Hice siempre buena dupla con ambos, ya que nos motivó crecer en familia, y ese es un valor que transmitimos siempre desde nuestro espacio.
–¿Ya sabés quién va a continuar el negocio familiar?
–Todavía no pienso ello, creo que ese futuro está aún lejano.
–Durante la pandemia, tuviste un rol líder entre los comerciantes céntricos. ¿Qué pasó ahí?
–Sentí que la situación de emergencia y la falta de apoyo por parte de las autoridades requerían adoptar un rol activo para que todos pudiéramos mantener nuestros negocios y la actividad económica de nuestra ciudad.
–¿Qué aprendizaje sacaste de eso?
–Yo ya estaba en la línea de comprender que la quietud o la parálisis ante la diversidad no es el camino más adecuado. Aprender a trabajar en comunidad fue un resultado importante para entender que políticos y no políticos debemos unirnos para hallar la mejor solución para todos. Tengo una enfermedad que a veces me deja con las defensas muy bajas, podrás imaginar que en circunstancias de pandemia, con todo el aparato publicitario de esa época, salir a manifestarme, en grupo, representaba un riesgo enorme. Pero ganaron mis fuerzas y mi deseo de hacer algo por los demás. Ganó mi vocación política y mi compromiso con los demás.
–¿Tienen futuro las librerías?
–¡Por supuesto!
–¿Cómo convencerías a un chico de 10 años de que la lectura es importante?
–Le preguntaría qué le gusta hacer y, sobre la base de sus intereses, le regalaría el mejor libro que explore esa temática, porque no hay mejor forma de despertar amor por la lectura que a partir de la identificación con sus contenidos, hallando en sus páginas lo que emociona, intriga e interpela.
–¿Tiene sentido seguir leyendo hoy? ¡Ya hay millones de personas que no lo hacen!
–¡Claro que sí! Leer nos permite habitar mundos distintos, viajar a través de las palabras y aprender sobre temas nuevos. Nos conecta con otras personas y nos enriquece intelectualmente. Leer es esencial para vivir una vida más plena, curiosa y expansiva en todos los sentidos.
–¿Los títulos de las grandes editoriales copan siempre toda la vidriera?
–Sí, es una batalla a la que nos enfrentamos todas las demás editoriales, un trabajo muy arduo y que requiere, principalmente, de pasión por el trabajo propio para hacerlo conocer y llegar a todas las librerías posibles.
–¿Qué porcentaje de libros “made in Córdoba” vendés en la librería?
–Aproximadamente un 8%.
–¿Cuántos títulos llevan editados con Emporio Ediciones?
–Más de 700.
–¿Cuáles fueron sus títulos que más vendieron?
–Dioses de la guerra, de Claudio Fantini; El revés de las lágrimas, de Cristina Loza; Sin tapujos, de Quito Mariani; Libertad o barbarie, de Pablo Rossi; Una sombra en el jardín de Rosas, de Reyna Carranza; Eso que quiero que me pase, de Cris Schwander, entre otros.
–¿Qué tal es ser editora?
–Es una hermosa profesión que volvería a elegir, ya que, además de nutrir el alma, conociendo nuevas personas y nuevas temáticas, desata una creatividad que no sabemos que poseemos. El servicio al autor motiva y trasciende los límites que conozco acerca de mí misma y me entrego con pasión a la posibilidad de que el autor alcance su sueño. Así, también hago realidad el mío, siendo un puente que conecta talento y posibilidades.
–¿Por qué estudiaste cábala?
–Fue un llamado al que decidí responder. Sentí una profunda necesidad de explorar qué hay más allá de nosotros, de entender lo que nos rodea como parte de la existencia. Todo me llevaba hacia el deseo de abrir una gran puerta de sabiduría. Comencé a estudiar cábala con Beatriz Borovich, editora de Lumen, quien tenía un vasto conocimiento del tema y había escrito un libro sobre Borges y la cábala.
–¿Te sirvió de algo?
–Sí, todo conocimiento, todo lo que uno aprende, nutre y es algo que hace bien no solamente para uno, sino para el entorno y también para darlo a quien lo necesite. Al saber hebreo, pude aprender junto a ella conceptos profundos relacionados con la esencia de la vida.
–¿Cuál es el sentido de la vida?
–Disfrutarla, aprender, ayudar y vivir en armonía con otros.
–¿Estamos solos en el universo?
–No. Todo me indica que hay algo más, algo que nos ampara y nos acompaña.
Una librera que también sueña con pantallas
Tamara Sternberg tiene 56 años y comparte su vida con su marido Pablo y sus hijos Micaela y Matías, en un barrio de la zona oeste de Córdoba. Dice que le gustaría llevar a la pantalla todos los libros que edita. “Pienso particularmente en títulos que ahora están siendo muy buscados, por ejemplo, los policiales: Aguas turbias, de Florencia Ghio, o Los jazmines de la muerte, de Fernanda Salguero. Se trata de dos novelas muy disímiles, una perteneciente a la serie negra y la otra, al género de misterio. Otro libro muy apropiado para el cine, particularmente porque aborda el tema del rol de la mujer en la sociedad contemporánea, es Mi nombre en el calendario, de Ivana Barujel. Puede ser también El maestro del juego, el thriller psicológico de Marisol Soppe, porque aborda las condiciones de sumisión y riesgos por los que atraviesan los jóvenes cuando se encuentran con los videojuegos en red.
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