Solo, Javier Milei a un año de sí mismo
No parece ser el Presidente un títere de fuerzas que lo dominen y le dicten sus deberes. Ocultas, tras bambalinas de la opinión pública, celosas de sus intereses y dedicadas a protegerlos. Maquinando planes y dejando a manos de su factótum la cara deslucida de su plan y, quizá, feliz de su éxito.
Tampoco es el rostro visible de una maquinaria partidaria con la cual debe acordar, ganar o rendirse en función de los planes de una estructura que no controla y de la cual no puede desprenderse sin que peligre su supervivencia en el poder.
Menos, una parte simétrica de una mesa pequeña, de tres o cuatro y, ocasionalmente, algún invitado más, dispuestos a decidir de manera colaborativa los temas de gobierno, con cierta igualdad, aunque con diferentes responsabilidades.
No. El caso de este personaje exótico –que hoy es el primer mandatario argentino– excede lo conocido, se sitúa en el borde de las formas, cae en la tentación de lo burdo y navega con facilidad las secretas aguas del ciberespacio y las combinaciones supersticiosas de los algoritmos.
Puro decisionismo
Como todo ideólogo, no le gusta ceder. Y eso a veces se confunde, no sin algo de verdad, con capricho. Es dogmático en lo fundamental de sus creencias, y flexible en lo más laxo de ellas. Tiene fijaciones y se pone retos a cumplir a fuerza de puro decisionismo. Siempre redobla la apuesta o fuga hacia adelante.
Si alguna vez retrocede y debe frenar sus políticas, culpa a sus rivales. Y al mismo tiempo, vuelve al ataque. A toda costa, presenta sus iniciativas como triunfos de su visión del mundo, estén plasmadas o no en los hechos. Inventa iniciativas donde no las hay y comenta como propias ideas dichas por otros.
El summum de su egolatría es presentar como nuevo lo añejo o lo ya establecido. Ahí lo ayuda la desmemoria social, la confusión general y el bajo nivel que ostenta la política clásica.
Central en la escena pública, necesita una contraparte para dirimir, discutir, pelear y tomar envergadura a su costa. Pero no hay nadie equivalente en sus maneras, en su desparpajo y en su ausencia de límites formales.
Hay, sí, profesionales de los asuntos públicos con su relevancia perdida, con una historia apenas presentable o con un núcleo duro de seguidores ideológicos e irreflexivos, espejo de los groupies del presidente. Pero aun estos últimos no saben cómo confrontarlo, no dominan su lenguaje, demasiado original y posmoderno.
Fiel a su estilo
Rara avis de la vida pública, Milei corre el riesgo de la repetición de sí mismo, del agotamiento del público y de fracaso de sus políticas. Todo junto o separado constituyen sus talones de Aquiles, potenciados por su ideologismo y el hábito de consultar siempre a los mismos.
Los contextos cambian, las mayorías son arbitrarias y la opinión pública es voluble. Ser consciente de eso es un talento que se aprende, y de ese conocimiento se sostiene la supervivencia política de cualquier hacedor.
El Presidente está solo, viene solo, viaja sin compañía por el cruel sendero de la política argentina. Una gran parte del público lo acompaña y su porcentaje parece estable, al menos para la ciencia inexacta de la estadística.
Pero nada es para siempre ni para tanto. Pasó un largo año y es muy apresurado diagnosticar un resultado. Algo es seguro: luego de este proceso la Argentina dejará de ser lo que fue.
Aunque lo que vendrá sigue siendo una incógnita o un misterio, parece no haber otra alternativa tentadora o razonable.
Estamos transitando un salto hacia el futuro en manos de un líder que está solo en la cúspide del poder de un país descreído, asolado por la pobreza y la desigualdad. Vivimos inmersos en una apuesta a todo o nada, bien al estilo de los tiempos. Fiel al estilo de Javier Milei.
* Periodista
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