La Voz del Interior @lavozcomar: Sobre qué discuten los padres primerizos

Sobre qué discuten los padres primerizos

Una concepción dinámica de la institución familia considera que es un organismo “vivo”, cambiante y que usualmente evoluciona en diferentes etapas, de acuerdo con las personas que la integran.

Tanto las tradicionales, las ensambladas, las homoparentales –incluso las monoparentales– muestran algo en común: los iniciales y profundos cambios que se producen en las parejas desde la aparición de un hijo o una hija (por nacimiento o por adopción).

De manera casi inmediata, surge la necesidad de volver a conocer al otro/a; entender sus conductas, sus creencias, sus hábitos y hasta sus prejuicios, que nunca hubieran visto la luz de no haber aparecido ese hijo o hija.

Durante esos primeros días con el bebé en brazos, parecen no bastar el amor y las afinidades previas para encarar la crianza de quien –como primera gran sorpresa– anuncia que pertenece un 100% a cada uno.

Es necesario construir una nueva morada, otros sitios de encuentro y renovar el plan de convivencia que hasta poco antes les alcanzaba.

En ese proceso, las discusiones no tardan en aparecer; todas en torno de quien, con su llegada, ha despertado lo oculto: las costumbres arraigadas en cada familia anterior.

La infaltable primera discusión es acerca de cómo abrigarla/o.

Es sabido que en todas las parejas uno es más friolento y el otro, acalorado. Lana sí, lana no; manta sí, manta no; gorro sí, gorro no. Y esa noche no se hablan.

La intensidad del calefactor o del aire acondicionado (según la temporada) refuerza el enfrentamiento, habitualmente azuzado por suegras que, siempre desde el amor, niegan con la cabeza.

Otro conflicto nace al discutir acerca de los contactos sociales que tendrá el bebé, de apenas pocos días de vida.

Tanto quien no quiere ser invadido como quien quiere recibir “en casa a todos” afilan sus garras. Invariablemente, y cualquiera sea la exposición a contactos, la primera congestión nasal provoca feroces cruces de miradas. “¿Viste? Yo tenía razón”, asegura cada uno por su lado.

Si ese minicatarro va acompañado de un (primer) pico febril, a la preocupación por el hijo/a se suman reproches mutuos –explícitos o no– por haber hecho o dejado de hacer tal cosa.

En algún momento, ambos extrañan la antigua complicidad; no saben cómo afrontar este desencuentro entre extraños. Pero ¿quién podría anticipar la conducta del otro/a antes de tener al bebé en casa? (y con fiebre).

La mera cifra del termómetro es capaz de exponer de manera violenta las diferentes maneras que tiene cada familia para enfrentar esos momentos, el miedo a las convulsiones o la asociación con aquella enfermedad severa de algún pariente.

Abrigo, mocos, febrícula son nimiedades cuando se plantean las distintas políticas educativas que portan, a veces sin saberlo.

Los choques más frecuentes ocurren entre quienes afirman “debe aprender a esperar” y quienes repiten “no quiero que sufra”, lo que refleja tal vez cómo transitaron sus propias infancias.

Así transcurren innumerables pulseadas para definir la forma de alimentar al bebé, de comprender sus reclamos, de lograr que duerma, bañarlo/a o acunarlo/a; todos rituales básicos que explican por qué discuten los primerizos.

Es posible que las siguientes incorporaciones (nacimientos o adopciones) encuentren a la pareja más advertida de las discrepancias, aunque nada asegura la paz familiar.

Sólo después de nacido, cada niño o niña muestra esa poderosa capacidad de hacer surgir del pasado las más irreconciliables diferencias de crianza.

* Médico

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