Sobre furias divinas y paraísos ideológicos
La maestra jubilada dijo que Javier Milei había sido alumno suyo y pidió al Presidente que no ajustara tanto porque docentes y jubilados están muy mal. No lo insultó ni usó términos fuertes, pero recibió como respuesta del mandatario la acusación de “farsante” y “mentirosa”, porque no había sido su maestra sino de otra sección del mismo grado.
¿Consideró el Presidente que la jubilada pudo equivocarse sobre algo ocurrido hace muchos años? ¿Ameritaba la inexactitud de lo que dijo la señora que el Presidente la atacara?
No la llamó farsante y mentirosa por lo que dijo de manera errónea, sino por haberle pedido que no ajustara tanto ya que jubilados y docentes están mal.
Momentos antes, a los alumnos que lo escuchaban en la sala de actos del colegio les habló de los “zurditos” y denunció como crimen el aborto legal. También bromeó sobre el desmayo del pibe que estaba a su lado, sin intentar atenderlo ni ver si estaba bien. Más tarde, los escuadrones del linchamiento descargaron en las redes sus oscuras viscosidades sobre quienes cuestionaron esas actitudes baldías de empatía y razonabilidad.
El mismo tipo de dispositivo para denigrar y ensuciar que en su momento utilizó el aparato de propaganda kirchnerista con el objetivo de amedrentar y disuadir la crítica.
¿Es posible el diálogo con quienes construyen poder desde la confrontación y son intolerantes a la crítica y al disenso? Evidentemente, no. Por eso fue falsa la transversalidad que convocó Cristina Kirchner y que tuvo a Julio Cobos como cómplice fallido. Por la misma razón, podría fracasar el llamado al “pacto de mayo”.
El centro y el diálogo
El Pacto de la Moncloa funcionó porque los bandos que se habían desangrado en la Guerra Civil se acercaron al centro. Por eso pudieron entenderse los falangistas liderados por Manuel Fraga Iribarne, los comunistas liderados por Santiago Carrillo, los socialistas de Felipe González y los liberales de Adolfo Suárez. Lo mismo hicieron socialistas, democristianos y derechistas chilenos, y en Brasil los conservadores que habían apoyado la dictadura que inició Humberto Castelo Branco, la izquierda petista y el centro liberal de Fernando Henrique Cardoso.
El centro es el único punto donde es posible el diálogo. Nadie puede invitar a los adversarios a dialogar en el polo político que habita. Debe arrimarse al centro, igual que los convocados.
Dar un paso al centro implica salir del dogmatismo, que es la antítesis del diálogo porque monologa y adoctrina, ya que considera verdad absoluta lo que dice la doctrina del grupo ideológico o religioso.
Cuestionar una idea elevada a la categoría de verdad absoluta implica blasfemar, pervertir o ignorar. Quien lo hace puede ser denostado por el grupo que comulga con la verdad cuestionada.
Nada es más auténticamente liberal que el pensamiento crítico, y nada resulta más contrapuesto al pensamiento crítico que el dogmatismo.
En ese punto se contradice Milei, el gobernante más auténtico pero también el más aferrado a dogmas ideológicos, en su caso presentados como teorías económicas.
Ante el Congreso, por primera vez hizo algo que se parece a convocar a un diálogo. Pero, para que funcione, él debe salir de sus dogmas y los adversarios deponer la defensa de intereses políticos propios, la especulación mezquina y las construcciones de poder usando aparatos estatales.
El llamado a gobernadores fue una buena señal, pero mal planteada, porque no parece ofrecer un diálogo sino una oportunidad de apoyarlo para mostrarse como “gente de bien” y no como “casta”.
No se trata de discutir si es o no necesario cada uno de los 10 puntos propuestos por Milei. Lo son. Pero subyace la imposición de lo que presenta como misión sagrada, un designio de “las fuerzas del cielo”.
Amén de ese merodeo místico, dio una imagen de poder arrollador, pese a ser un presidente débil. Si esgrime permanentemente el 56% que logró en el balotaje, es porque su partido fue derrotado en todo el país, sin lograr gobiernos provinciales ni significativas representaciones legislativas.
El contraste entre lo que consiguió él y lo que consiguió su partido es revelador. Los votos le dieron la presidencia y también le fijaron límites. Pero ni Milei ni quienes lo defienden acríticamente parecen entender esos límites.
Cuando gritaba en televisión, no se mostraba fuerte sino histérico. Ahora se muestra fuerte. Logra intimidar porque la oposición centrista sabe que el país debe avanzar por una senda liberal. Pero eso no significa avalar un ajuste que hunda en la miseria a los pobres y empobrezca a las clases medias. Es como dinamitar un edificio con residentes adentro para construir uno nuevo, funcional y confortable.
A los dogmatismos de izquierda no les importan los disidentes que mueren en las cárceles; a los dogmatismos derechistas no les importa quiénes se hunden en la desesperación social.
Consideran que deben ser sacrificados para alcanzar los paraísos en los que creen plenamente.
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