¿Simple maquillaje o revolución educativa?
Inicio del período escolar. Otra vez los docentes en la escuela, pensando entre colegas, cómo organizar la tarea de forma productiva; intentando respuestas a situaciones y a problemas de vieja data, con sugerencias surgidas de las buenas intenciones, de la experiencia y de la intuición.
De nuevo, la propuesta de “talleres docentes” de pocos días de duración, con algunas lecturas breves, un tiempo de reflexión y una puesta en común para lograr ciertos acuerdos básicos. Lo mismo de todos los años, es decir, un poco de cosmético, con las variantes de luces y sombras, que determina el Gobierno de la educación en la provincia de Córdoba para 2022.
Y el equipo docente tratando de entrar en el clima escolar, con algunos conocimientos olvidados y pocos incentivos que despierten ganas de hacer algo nuevo, algo que además pudiera favorecer el aprendizaje de quienes estudian.
Podría decirse que, salvo contadas excepciones, hay una inercia educativa, acentuada por la ausencia de clases durante 2020 y los altibajos del período 2021, que impidió el desarrollo de muchos contenidos y la posibilidad de realizar actividades significativas. Y aunque existe preocupación en diferentes sectores, incluso en ciertos grupos de padres, respecto de la recuperación del tiempo perdido y, sobre todo, con relación a cómo apropiarse de conocimientos básicos, en la práctica hay desorientación respecto del “cómo hacer” para superar esta situación.
Falta una política que dé los lineamientos para este tiempo de pandemia, pero también para que la escuela se sustente en una pedagogía del conocimiento.
Lejos está un planteo pedagógico que ayude a definir y a coordinar los objetivos de la enseñanza con el interés de los educandos y el esfuerzo que cada estudiante debe poner para el desarrollo de capacidades.
Hoy el énfasis de la enseñanza está dado en el interés, o sea, en atraer la atención de quien aprende, y en lograr que ese incentivo se mantenga durante el desarrollo de toda la tarea. En general, se afianza la idea de que el esfuerzo y la voluntad no tienen lugar en este mundo de abundancia de estímulos visuales y de urgencias, y al final del camino a veces se reconoce, y otras se ignora, si los objetivos referidos al aprendizaje se cumplieron o no.
Personalmente, y ateniéndome a los resultados que ha logrado la escuela en las últimas décadas, considero que los maquillajes que se aplican al comienzo de todos los años no redundan en beneficios apreciables.
La educación necesita un cambio revolucionario, es decir, un movimiento en sus estructuras con amplitud y profundidad, que atienda a las necesidades del estudiantado y a metas de un país que debe aprovechar sus posibilidades para el crecimiento y la mejora de la calidad de vida de todos los habitantes. Hoy funcionamos inscriptos en ideologías populistas, promotoras del facilismo y la formación de un pensamiento pobre.
La Argentina debe replantear el funcionamiento del sistema educativo, el para qué de la Escuela, el cómo de la enseñanza y del aprendizaje, el sentido de la evaluación y la importancia de los derechos, como así también la necesidad de las obligaciones que han de asumir todos los actores que tienen que ver con la docencia, los estudiantes y, por supuesto, las familias.
La revolución que la educación argentina necesita requiere mucho más que sugerencias basadas en la experiencia y la intuición. Hay que cambiar la mirada, trabajar sobre bases científicas y reconocer que cada acción, por estar destinada a la formación de personas, debe tener una finalidad ética.
Cuando un niño o un joven no aprenden, se está produciendo un daño que con frecuencia resulta irreversible, y es en sí una injusticia incalificable.
En este tiempo de notables avances científicos y tecnológicos, ¿es posible entender que los docentes se capaciten si lo desean? ¿O es necesario que todos los docentes tengan las posibilidades de actualizarse y lo hagan como una condición indispensable para la realización del trabajo?
Estas dos preguntas hablan de decisiones políticas que no se toman, para evitar confrontaciones gremiales y para ahorrar dinero. Sin embargo, en la Ley de Educación Nacional se encuentra el primer argumento, que es el derecho que tienen todas las personas de educarse. Y un segundo argumento estaría en las bases de la propia carrera docente, que debe actualizar conocimientos de forma constante.
Vale decir que el Gobierno provincial, para respetar la letra de la ley, debería arbitrar los medios para que la capacitación llegue a todos los docentes como una necesidad y, a la vez, como oportunidad.
Creo que ha llegado la hora de hablar de educación en serio. Basta de discursos grandilocuentes de gobernantes y de políticos. Hace falta poner manos a la obra y convocar a quienes saben del tema para que se dé inicio a una verdadera revolución pedagógica que saque de la ignorancia a miles de niños y jóvenes; y el Gobierno provincial tiene la obligación de invertir más recursos y de exigir mayor eficiencia en el trabajo de la docencia.
Nos merecemos, como pueblo, tener alguna esperanza de que a través de la educación se logrará un mejor país en el futuro próximo.
* Licenciada y profesora en Ciencias de la Educación
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