Seguridad: la involución del tejido social
Lo que alguna vez fue el título de una película es hoy una realidad nada distante, algo que le sucede a cualquier ciudadano cuando sale de su casa o cuando intenta regresar a ella: nadie está a salvo. En el marco de una fuerte involución del tejido social argentino, en el que la pobreza no es el disparador sino apenas uno de los síntomas, las calles urbanas y también áreas rurales se han tornado una suerte de territorio ajeno, tomado por quienes desconocen derechos o marcos legales y aplican la ley del más fuerte. Como en un juego de ruleta rusa en el que todos podemos ser los próximos.
La inseguridad cotidiana y sistemática nos ha alcanzado con un rigor que desconoce límites o jerarquías. La desesperanza, el desconocimiento del otro, la certeza de que la impunidad es lo corriente, amén del descrédito que alcanza a todo lo institucional, se verifican a cada paso: madres que atacan a docentes; padres que se enloquecen en un partido de fútbol infantil; policías atacados en las barriadas populares por vecinos que no aceptan tutela alguna; trabajadores que suspenden servicios para pedir mayor seguridad y regresan al trabajo para aportar nuevas víctimas a una rueda que gira a mayor velocidad cada día. El listado de la anomia que está devorando a la sociedad argentina es tan extenso como desesperante.
Es difícil precisar cómo fue que llegamos a esto, en qué punto nuestra historia como país se desmadró, pero puede hacerse un ejercicio conjetural si ponemos el foco en un sistema político que no ha sabido dar respuestas, entretenido en responderse a sí mismo según prioridades y conveniencias propias, construyendo a fuerza de ajenidad la distancia sideral que hoy lo separa de la sociedad a la que dice representar. Allí radica buena parte del escepticismo, del vale todo que se impone al punto de anular hasta la última capacidad de asombro.
Tenemos las fuerzas de seguridad que hemos malformado, poco profesionales, a las que sólo se les ha pedido obediencia debida y silencio cómplice, y que de la Justicia obtuvo actitudes amigables.
En el medio, el obsceno espectáculo de una corrupción inenarrable ha alimentado la convicción de que ya nada tiene remedio, de que no habrá premios y castigos y cada uno está librado a su suerte.
En el principio de todas las cosas, está la falta de programas educativos realmente inclusivos. Abundan, en cambio, soluciones que tendieron a invisibilizar las carencias, desplazándolas hacia la periferia y encerrándolas en guetos que no contienen a nadie, mientras las áreas de salud, justicia y seguridad reciben las migajas de presupuestos de ejecución nada transparentes.
El saldo está a la vista: ciudadanos abandonados a su suerte se organizan para vigilar, prevenir y hasta responder a los ataques que se suceden.
Si la apuesta era construir un territorio al margen de todo y regresar a la ley de la selva, bien puede decirse que lo estamos logrando. Claro que se trata de un viaje con pasaje de ida.
https://www.lavoz.com.ar/opinion/editorial/seguridad-la-involucion-del-tejido-social/
Compartilo en Twitter
Compartilo en WhatsApp
Leer en https://www.lavoz.com.ar/opinion/editorial/seguridad-la-involucion-del-tejido-social/