Roberto Rock: Vivimos el peor momento en materia de libertades
Roberto Rock fue director del diario mejicano El Universal y actualmente dirige el portal digital La Silla Rota.
Hace menos de un año fue elegido presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), que entre los días 17 y 20 de octubre realizará en la ciudad de Córdoba su 80ª Asamblea Anual.
Desde la dura realidad mexicana, donde el presidente Andrés López Obrador acaba de cerrar su mandato con más de 200 mil asesinatos a mano de las distintas organizaciones criminales, reflexiona sobre los desafíos que tienen las empresas periodísticas para superar un momento político y económico complejo e inédito para Latinoamérica.
–Desde una mirada histórica, ¿considera que la prensa está viviendo su hora más difícil?
–Cuando hablamos de horas difíciles en Latinoamérica, solemos llevar la mirada hacia el recuerdo de las épocas de las dictaduras militares. Pero creo que la complejidad del momento sí puede ser históricamente la más importante, porque hay una suma de factores que en el pasado no existieron. Las dictaduras eran brutales y no permitían las libertades sociales. Hoy tenemos algunos casos que van más allá de las dictaduras de Nicaragua, Venezuela o Cuba. Existe una mayor complejidad, con gobiernos que van hacia una hiperconcentración del poder, a una tentación autoritaria cada vez más extrema, aunque llegaron al poder por la vía democrática. Esto es una diferencia que hace más compleja la circunstancia. No es lo mismo un gobierno de facto que se sabe anómalo en términos jurídicos, en términos democráticos, en términos de reconocimiento de la comunidad internacional, que lo hacen corto en su legitimidad, que uno que llega por la vía democrática y luego empieza a limitar las libertades, a suprimirlas. También supone un momento de enorme complejidad histórica para la industria periodística en todas sus vertientes y plataformas, en medios digitales, en las webs, con la transformación del mercado y de los usuarios, que ponen en riesgo la sostenibilidad de los medios. Es un momento muy polarizado, en el que parte de la población considera que los medios son cómplices de los poderes constituidos y en el que se está produciendo una transformación de la economía que antes supo dar sustento a los medios.
–¿Esto es más grave en lo referido a la situación de la libertad de prensa o a la sostenibilidad de la industria periodística?
–Creo que es la mezcla de ambas cosas lo que genera el entorno de máxima gravedad. Porque la fragilidad del sostenimiento de los medios genera vulnerabilidad de estos frente a las presiones políticas. Cuando tienen un sustento económico más sólido y respaldo social, acompañamiento por parte de otros actores, diferentes tipos de ingresos publicitarios, etcétera, les es más fácil resistir el acorralamiento del poder político. Una de las formas de ese acorralamiento es la utilización de la publicidad gubernamental en las maneras más primitivas, para premiar a medios afines o crear una prensa adicta, o medios sicarios contra sus adversarios políticos, contra la prensa independiente. Por supuesto, no respetan la normatividad en la asignación de publicidad. Sobre todo, eso sucede entre los medios latinoamericanos. Es diferente para los medios sajones, donde puede haber una autoridad gubernamental regulatoria. Aquí es un factor adicional de riesgo para acorralar a los medios, y esto asume mayor gravedad cuando el resto de los elementos del entorno se debilitan.
–En el continente tenemos hoy tres dictaduras, hay regímenes híbridos como el de El Salvador, y democracias con líderes que atacan fuertemente al periodismo. No es un buen momento para la libertad de prensa.
–Visto en conjunto, sí, es el peor momento en materia de libertades en general. En materia de la libertad de prensa entendida como el ejercicio de una herramienta social para que la sociedad cuente con un contrapeso, creo que sí, que esta función se ha debilitado y que, combinada con otros factores, hacen de este el momento más delicado. Tenemos estas dictaduras establecidas, los regímenes híbridos que en cualquier momento pueden caer en autocracias, como en El Salvador y, en menor medida, Ecuador. Pero hay un extendido tono autocrático de búsqueda y concentración del poder. Incluso en estados que se asumen como democracias en proceso de consolidación, tal vez no consumadas pero con licencia o consistencia, como México y la Argentina. También en Brasil, que ha tenido sobresaltos importantes. Sí, hay un panorama complejo en América latina, con ingredientes compartidos. Estamos en una ola de este tipo de narrativas, sobre las que algunos autores ubican su nacimiento allá por el año 2000. Ven que hay como una inauguración de esto con Vladimir Putin, en el comienzo del milenio, pero en cada país tienen su particularidad. Es una narrativa polarizante de concentración del poder, que en América latina también hay que asimilarla con la polarización alimentada por la desigualdad social. Nuestra región a veces es entendida sólo como una región pobre, pero somos una región muy desigual, y a veces hay actores, como la intelectualidad o como los mismos medios, que piensan que estos gobiernos de tono autoritario crean la polarización, cuando esta polarización también es alimentada por la desigualdad. Estos personajes políticos que vemos ahora se construyen llevando a grupos sociales muy grandes y marginados a creer que su condición es provocada por un modelo capitalista de amigos o de cuates, como decimos en México. Acaban ganando su adhesión a este tipo de discursos electorales con esquemas clientelares. En México, lo vemos de manera abrumadora: una de cada cuatro familias recibe un programa gubernamental que no quiere perder, que quiere mantener, y la gente adhiere electoralmente a los gobiernos que se los mantienen. Es una cuestión compleja, pero insisto en la desigualdad. La polarización hace muy visible estos fenómenos que permiten la marginación. En México, más de la mitad de la población vive en la economía informal, más de la mitad sufre algún tipo de pobreza, ya sea extrema, profunda o relativa, que no le permite el acceso a la canasta básica, a un sistema de salud viable, a una educación básica. El nivel promedio de educación en el país es de cuatro o cinco años de educación. Esta gente que fue invisible está dejando de serlo a través de estos discursos.
–Las dictaduras y estos gobiernos de tendencia autocrática han provocado el fenómeno del periodismo en el exilio. ¿Cuántos periodistas exiliados hay en América latina? ¿Cuántos han podido seguir siendo periodistas?
–Es un tema muy importante. No está medido el problema; nadie tiene registro acabado. En España ya hay hasta colectivos de periodistas venezolanos, son cientos de periodistas venezolanos ahí. Además, se trata de un fenómeno muy diverso. Hay periodistas que se exilian y deciden seguir trabajando de otra cosa, no quieren seguir siendo periodistas porque, si bien salvaron sus vidas, tienen a sus familiares en sus países de origen y no quieren generar peligros para ellos. También hay periodistas que tratan de mantener medios en funcionamiento desde el exilio, como hace el Confidencial de Nicaragua, con Carlos Chamorro, también muy reconocido como periodista en el exilio. Es imposible cubrirles lo suficiente, pero mantienen medios de comunicación en términos heroicos. Hace poco, en una conferencia sobre libertad de prensa de la OEA, conocimos a un periodista mejicano muy laureado, que reside en Canadá y trata de seguir haciendo periodismo, pero por las tardes limpia pisos para sobrevivir, es una situación dramática. En esta asamblea de Córdoba, presentaremos el tema de forma más estructurada, con fondos específicos para avanzar en el tema, a lo largo de varios años, para que el abordaje tenga mayor calado.
–Estuve viendo hace minutos la portada del medio digital que dirige, “La Silla Rota”, y había siete titulares principales sobre la violencia del narcotráfico. ¿López Obrador dejó a México en una situación peor que la que recibió respecto del avance de la violencia narco?
–Sí, mucho peor. Las estadísticas publicadas, las cifras oficiales dan cuenta de que el problema estalló en 2006, con una estrategia de confrontación hacia las bandas del narcotráfico. El presidente Felipe Calderón decidió asumir y entender que había territorios del país controlados por el crimen organizado. La cifra de asesinatos fue escalando y llegó a 125 mil asesinatos violentos, dolosos, solamente bajo el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. López Obrador se acaba de ir, pero va a cerrar su gobierno arriba de los 200 mil asesinatos durante su mandato; según cifras oficiales, reitero. Pero tenemos un fenómeno, incluso en Ciudad de México, donde no sólo crece la cifra de los asesinatos, sino también de los desaparecidos, lo que genera un fenómeno igualmente singular, porque, por ejemplo, la cifra de asesinatos en ciudad de México bajó un 60% en los últimos años, pero el número de desaparecidos se multiplicó por siete. Entonces se asume que estamos frente a autoridades que maquillan las cifras o frente a criminales que esconden los cadáveres. De esa cantidad de gente que se reporta desaparecida, no hay cadáveres, pero puede presumirse que un número importante está muerta, y al final del día la cifra de 200 mil asesinatos puede quedarse corta, especialmente si no registra crímenes aislados en poblaciones marginadas o alejadas. Tenemos, por ejemplo, un estallido de violencia en Chiapas, uno de los estados más pobres, cerca de Guatemala, donde las comunidades u organizaciones de derechos humanos reportan 15 muertos en un episodio de violencia, pero las autoridades dicen que son dos o tres. Y nadie entra ahí a verificar cuál es la verdad, debido al aislamiento y al nivel de violencia. Al no haber nadie a quién preguntarle, la cifra de 200 mil está subestimada frente a la cifra negra de la violencia que no se reporta.
–¿Cree que este fenómeno está en expansión a nivel continental?
–Mi impresión es que nuestra región se divide en dos en torno de la violencia: los países que aceptan que están perdiendo el control frente al crimen organizado y aquellos países que no lo aceptan. No creo que la violencia criminal en la Argentina se reduzca a la región de Rosario. Lo mismo pasa en Brasil, en Colombia. Creo que en México lo más grave sobre López Obrador es la percepción de que sobrevivió a la impunidad. Habló siempre de un gobierno de abrazos y no de balazos, pero los narcos comenzaban a pasearse por las ciudades a la luz del día sin que nadie los molestara. López Obrador viajó varias veces a un pueblo llamado Badiguarato, en Sinaloa, donde no hay más que interlocutores del narcotráfico. Allí saludó a la madre del “Chapo” Guzmán. Una conducta que nadie entiende. Esa señal parece marcar una pedagogía política de que hay que platicar con las mafias. Hace pocos días, en una ciudad del Estado de Guerrero, el alcalde pidió a sus escoltas que no lo acompañaran y condujo solo su camioneta hacia el lugar que es el asiento de la banda criminal de Guerrero, Los Ardillos. Apareció muerto y con su cabeza colocada en el techo de la camioneta, a una semana de haber tomado posesión del cargo. Se asume que fue a conversar con las mafias para llegar a algún tipo de acuerdo, quizá fue a subordinarse. Otra mujer, alcaldesa, fue vista desayunando en términos cordiales con el jefe de Los Ardillos. México vive un momento de violencia de marcada impunidad, con zonas territoriales dominadas por el crimen. Ya hay estados completos dominados. No sólo es el fenómeno de los asesinatos, sino la incursión de las mafias en todo tipo de negocios: tráfico de migrantes, trata de personas, tráfico de niños, extorsión a empresarios, a transportistas, hasta a las señoras que venden tortilla en el mercado; todos deben pagar cuotas al crimen.
–Le llevo al tema de la publicidad gubernamental. ¿Hasta qué punto es importante hoy para la supervivencia de los medios periodísticos?
–Creo que los medios tendrían que asumir que el volumen y la cantidad de dinero destinado por los gobiernos para pauta comercial en la prensa no corresponde a una realidad comercial y no corresponde tampoco a un gobierno que tendría que atender urgencias de marginalidad y tantos problemas. Los medios nos volvimos demasiado dependientes de la pauta oficial y descuidamos la necesidad de transformar nuestras empresas en medios que tengan otros canales de ingresos, que aprovechen la transformación digital. No es algo que se haga de manera fácil. ¿Quién se pone a competir con Google en innovación tecnológica? Pero creo que la débil capacidad de los medios para buscar una transformación en su modelo de negocios estuvo de alguna medida alimentada por la tranquilidad que daba la pauta oficial. El volumen de dinero de esta publicidad, que debe ser diferente de país a país, no corresponde a criterios lógicos. El modelo se estrecha porque los gobiernos entran en problemas de solvencia, o por muchos motivos: por competencia de las empresas, porque pierden competitividad las materias primas o porque la apertura de los mercados obliga a una forma distinta de actuar, o la gente se vuelve más exigente, o porque cada vez es más difícil tener consenso social en un mundo polarizado o porque hay desencanto de la gente con las consecuencias de la polarización. Esa búsqueda de construcción del consenso los lleva a lo que pasó muchos años, antes de que la normatividad regulara cómo se otorgan esas publicidades. La SIP reconoció a un juez de una corte argentina que marcó jurisprudencia en materia del reparto equitativo de publicidad, pero hay contextos que son desiguales entre países y gobiernos que premian a los medios que coinciden con su mirada o crean nuevos medios digitales. Es una epidemia de medios que no existía hace seis años y que hoy cuentan con recursos, pauta oficial, con indicadores de que la decisión viene de altos niveles de gobierno, con influencers, con cuentas en redes que pagan para generar seguidores. En México, era tradición que los medios recibieran una pauta exuberante y siempre las televisoras, por su alcance o complejidad o por afinidad al gobierno, recibían el mayor porcentaje, el 60% de la pauta oficial. El resto de la pauta la peleaba el resto de los medios. Al cierre del gobierno de López Obrador, la pauta televisiva sigue siendo dominante, pero los medios afines recibieron una pauta equivalente a lo que se les dio a las televisoras. Un solo periódico que se autonombra de izquierda, que en períodos anteriores recibió, por decir, U$S 50 mil, a lo mejor con López Obrador recibió U$S 400 mil. Se necesita un nuevo acuerdo para decidir con qué política distribuir la pauta. Pero no hay tema más volátil en este momento; está mostrando una movilidad absoluta. En México, en Argentina, en otros países, tendríamos que empezar a asumir que en nuestros presupuestos debemos presupuestar menos de publicidad gubernamental. Sería lo más sensato.
–¿Cuáles son sus tareas principales al frente de la SIP?
–En el año de gestión que se nos asigna a los presidentes, he buscado elevar el nivel de la discusión en el sentido del alerta sobre la sostenibilidad de los medios, y alentar la posibilidad de que los medios grandes tengan un sentido de mayor acompañamiento a los medios pequeños de la región. Pero si bien hubo avances en ese sentido, la tarea de la SIP se concretó en un mayor protagonismo en el tema de la libertad de expresión y de prensa. Durante este año, asumimos que tenía que seguir siendo esa la prioridad fundamental, y que tenía que haber activismo y posicionamiento en eso. Por otra parte, la SIP también tiene que estar más presente en la región. Los directivos han tomado el compromiso, con generosidad, de participar de viajes y encuentros, porque la SIP no paga a sus directivos por gastos de cualquier naturaleza. Cualquier misión a un país sale de los bolsillos de sus integrantes. Hemos impulsado el homenaje al primer periodista asesinado por Pablo Escobar, Guillermo Cano, del diario El Espectador, en una ceremonia muy emblemática. Estuvimos en Guatemala, Ecuador, Chile, El Salvador, reuniéndonos con presidentes y asociaciones. Tuvimos mucha movilidad, y el factor central de la SIP ha sido este año la tarea de la defensa de la libertad de prensa, tarea que en la estructura de la SIP tiene Carlos Jornet (N. de la R: director periodístico de La Voz), uno de los actores más importantes. Jornet es un protagonista central en esto y lo será seguramente también en el futuro.
–Le he escuchado decir que en el continente surgieron líderes locos que se colaron en la vida democrática y son un riesgo para la prensa. ¿Ubica ahí al presidente argentino Javier Milei?
–En mi comprensión, no podría decirlo tajantemente, pero creo que es un fenómeno más complejo. Creo que en Argentina hubo decepción sobre los gobiernos de los partidos tradicionales, desencanto, igual que en México con Fox, con Calderón, con Peña Nieto. Ese desencanto muy grave se sumó al desencanto global frente a la corrupción, la frivolidad. López Obrador era alguien que estaba más cerca de la gente de los pueblos. Hoy en día sería una estupidez imaginar a un presidente como Peña Nieto, que varias veces a la semana se tomaba el helicóptero oficial para ir a jugar al golf. Eso da una idea del hartazgo de la gente. En medio de eso, se atravesó López Obrador, personaje populista de la vieja escuela, priísta por sus cuatro costados, alineado con ese modelo de polarización. Pero también tuvo el mérito de recoger ese desencanto. Desde lejos, y con todo el respeto que uno puede tener, creo que Milei recogió también ese desencanto y le habló a gente, a la que convenció. Creo que es un cuadro raro, que sus postulados pueden ser muy conservadores o muy liberales en el tema económico. Entiendo a Milei como un salto al vacío. Pero depende de los argentinos y de sus resultados. Ya se verá, Milei es un producto de una nueva generación de ese deterioro que vemos en nuestra política latinoamericana.
–¿Cómo ve el aumento del hostigamiento digital hacia los periodistas?
–Lo veo como una construcción de la política. Estoy convencido. En México se han publicado contratos del gobierno de López Obrador sobre ejércitos de bots o de troles que atacaron a periodistas, a intelectuales críticos y a políticos y actores del mismo sistema, que muestran cierto nivel de dependencia. Hay operadores contratados que repiten el discurso gubernamental. Lo deplorable es que atrás de todo esto hay dinero público y una estrategia perversa para combatir a los medios.
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