Rescatar a la infancia del delito
No es novedoso que la inseguridad en Córdoba muestre a menores de edad integrados a las bandas de malvivientes que mantienen en estado de alerta a la comunidad. Lo que resulta nuevo, y a la vez preocupante al extremo, radica en que ya se observan grupos de niños que se “independizaron” y actúan por cuenta propia.
No es ni más ni menos que el dato elocuente que dejó atrás la presunción para volverse una terrible realidad. Al respecto, hace unos días dimos cuenta de un episodio estremecedor, en una crónica acompañada de un video que certifica el nivel de abandono que afecta a la niñez vulnerada.
Vale una referencia previa en materia de prevención antes de ahondar en este flagelo social al que las autoridades públicas no le encuentran solución.
Los miles de cámaras de seguridad dispuestas en distintas zonas de la ciudad de Córdoba, tanto en la vía pública como en espacios cerrados, pocas veces aportan para sorprender in fraganti a los ladrones.
Se trata de soportes digitales, en su mayoría operados por la Policía, aunque también se multiplican aquellos instalados en edificios de departamentos y en viviendas particulares.
Y fue debido a esta proliferación de cámaras que se pudo visibilizar algo inconcebible: cinco niños que intentaban forzar la puerta de entrada de dos edificios de barrio Cofico, de la ciudad de Córdoba. Huelga señalar que la embestida no tenía otra intención que el robo.
Cuesta creer lo que ven los ojos. Niños (algunos que no parecen superar los 10 años de edad) hacían palanca para forzar la puerta de acceso. Como resultado, lograron violar el acceso a uno de los edificios, pero ya dentro del palier los asustó un ruido y huyeron.
Pero hay más para medir la magnitud de este hueco en el tejido social y familiar: eran casi las 4 de la madrugada. Y salta inevitable el interrogante: ¿qué hacían a esa hora los padres de los chicos? El abandono y la ruptura parental que imperan en tiempos de crisis podrían proporcionar una respuesta. Sería condenable (y motivo de una investigación) que algún adulto inescrupuloso estuviera aguardando en una esquina las utilidades del atraco que no fue.
No hay excusas para demorar el abordaje de esta problemática por parte de los sectores con injerencia en la seguridad pública y de aquellos competentes en la reeducación de los menores. La escuela, los profesionales en psicopedagogía (en fin, el Estado en general) y los propios núcleos familiares deben obrar sin pérdida de tiempo para rescatar a la niñez del delito.
Mientras la política se encamina a aprobar un profuso menú de leyes cuyos efectos económicos y sociales son difíciles de pronosticar, el sometimiento de menores de edad a la mala vida debe ser una prioridad en vistas de su erradicación.
Hay que hacer algo. Es un deber colectivo del cual el Estado no puede estar ausente.
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