“Que lindo es dar buenas noticias”
El título de esta columna -una frase que dijo en 2001 el expresidente Fernando de la Rúa- no pretende establecer una analogía con la actual situación económica de Argentina. La intención sólo es destacar que desde el poder los mensajes suelen ser muy optimistas, aún en las más difíciles circunstancias.
Esta semana, el presidente Javier Milei, en su visita a la Fundación Mediterránea, no fue la excepción. Más allá de sus habituales descalificaciones a quienes no coinciden con sus convicciones, o de los exabruptos de los que disfrutan sus acólitos, sus consideraciones sobre la situación económica de nuestro país no pudieron ser más positivas.
Su irreverente y falaz referencia al expresidente Raúl Alfonsín es sólo un matiz de su visión de la política. Que el licenciado Milei se considere el mejor presidente de la historia fue sólo un detalle de su acrítica evaluación de los resultados de su política económica.
Una consideración más objetiva permite ver que junto a logros muy importantes e indiscutibles existen cuestiones no resueltas y desafíos futuros plagados de incertidumbre.
El más importante de sus éxitos es, sin lugar a dudas, la reducción de la tasa de inflación. La variación del Índice de Precios al Consumidor, nivel nacional, en octubre probablemente sea menor al 3% o muy próximo a ese valor y ello merece el mejor de los elogios.
Además, el draconiano ajuste fiscal ejecutado logró que el Estado nacional pudiera exhibir superávit fiscal (primario y financiero) más rápidamente que lo esperado por la mayoría de los analistas.
Que la sociedad argentina asuma la importancia de la prudencia fiscal y por consiguiente del cuidado que merece la cuestión monetaria es otro logro de la gestión de Milei que nadie podrá ignorar en el futuro.
Asimismo, aunque discutible por su heterogeneidad sectorial, la actividad económica parece, aunque aún falte mucho, haber superado la recesión que generó el programa económico.
Sin embargo, es pertinente interrogarse sobre cuáles son los riesgos y costos de estos logros.
En primer término, aparece la cuestión sobre la forma en que se consiguió el ajuste. Todos los análisis muestran que la reducción del gasto público (de 5 puntos porcentuales del PIB) se asentó en la caída en términos reales de jubilaciones y pensiones, en la suspensión de la obra pública, en la caída del salario real y en la virtual supresión de las transferencias a las provincias.
Surgen entonces dos cuestiones importantes. La primera se refiere a la equidad con que se ha distribuido el esfuerzo, la segunda sobre la posibilidad de sostener en el tiempo.
Otro aspecto a considerar se refiere a las restricciones al acceso de moneda extranjera. Coloquialmente llamado “cepo”, esas restricciones no podrán ser superadas sin una recuperación de las reservas internacionales del Banco Central a un nivel que el programa no parece garantizar.
A corto plazo el Gobierno debería obtener el apoyo externo necesario para acelerar la reducción de esas restricciones. Por supuesto que el indiscutible éxito del “blanqueo” ayuda, pero no elimina esa necesidad.
Finalmente, el Gobierno no puede ignorar que sus intenciones de aumentar la competencia abriendo la economía a productos extranjeros, mientras mantiene una tasa de devaluación menor a la inflación doméstica generando atraso cambiario, no es novedoso en nuestro país.
El programa económico de diciembre de 1978, con una “tabla” anunciando la devaluación y la decisión de abrir la economía, no dio los resultados que anunciaba José Alfredo Martínez de Hoz, por entonces ministro de economía. Los costos en términos de desindustrialización fueron muy severos.
Por último, pero muy importante, debe recordarse que no existe programa económico que resulte exitoso al margen del volumen político que lo sostiene. Milei parece contar con una significativa consideración positiva de la población, pero sería inteligente que construyera más consenso en lugar de construir enemigos.
Construir enemigos, como lo hicieron gobiernos anteriores, es una estrategia que puede “rendir políticamente” pero acrecienta los niveles de incertidumbre y atenta contra las inversiones imprescindibles si se aspira al crecimiento sostenido, con estabilidad e inclusión social, de una sociedad democrática respetuosa de las instituciones y las libertades individuales.
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