Qué haremos con la segunda ola
Es probable que, en estos tiempos confusos, sólo dos cosas estén claras para la mayoría de nosotros: que aguardamos la llegada de una indefectible segunda ola de Covid-19 y que el tema casi ha dejado de importarnos. De lo segundo, da cuenta el dato de que la vida parece haber recuperado buena parte de su ritmo anterior y de que los datos diarios de evolución de la pandemia suenan como algo que les ocurre a otros, en otro lugar.
Nada menos cierto.
El largo e insoportable período de ensayo y error que nos hizo transitar la cuarentena más larga del mundo dejó huellas visibles, tales como el hastío generalizado y una sensación de que nada es tan grave como parece, unidos a la certeza de muchos en el sentido de que quienes toman las decisiones saben menos que lo que deberían y con frecuencia hacen lo que no corresponde.
El caso de los vacunatorios VIP es una prueba al respecto y contribuyó a minar la credibilidad de las autoridades de manera indisimulable entre la opinión pública.
Tampoco ayuda la reiterada promesa de la llegada de vacunas que no están ni se sabe cuándo estarán, lo que contribuye a instalar la idea de que ya estamos ganando una batalla en la que hasta ahora sólo hemos contabilizado pérdidas, en el marco de una política comunicacional más politizada que sanitarista. Pero el peligro sigue allí, corregido y aumentado, mientras celebramos victorias inexistentes.
Y las mismas autoridades pasaron del exceso de rigor a la falta de definiciones.
El vecino Brasil se ha convertido en una amenaza mundial, lo que evidencia las consecuencias de una suicida prédica negacionista, mientras las nuevas mutaciones del virus avanzan sobre una frontera porosa e incontrolable, tal como sucede con Paraguay y con Bolivia.
Y los camiones que ingresan vía Mercosur atraviesan medio país sin control alguno, situación que urge corregir, tanto como la ya mencionada política comunicacional, que debería estar haciendo hincapié en las responsabilidades inherentes al cuidado personal y advirtiendo que la prudencia es la única arma existente cuando no se dispone de vacunas, como está ocurriendo desde ayer.
Errores de cálculo y mezquindades inconfesables hicieron que el año pasado la economía argentina retrocediera como nunca y al mismo tiempo se perdiera buena parte del año escolar expulsando a un millón y medio de niños y jóvenes, desastre que no deberíamos repetir a menos que estemos empecinados en hacerlo mal.
Pero para que ello no suceda, se debe convocar a la responsabilidad ciudadana a través de informaciones sin triunfalismo ni proyecciones voluntaristas.
Comprender que la amenaza no ha sido conjurada y que el próximo golpe puede ser demoledor –y hacerlo entender a todos y cada uno– es el gran desafío en este momento.
Nada más ajeno, por cierto, a ese raro “idealismo realista” mencionado por estos días.
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