Obsesiones adolescentes: Antes del amanecer, la trilogía de nuestras vidas
Hay una nueva generación de espectadores y espectadoras que descubrieron viendo una película de Netflix la historia real del grupo de jugadores de rugby uruguayos cuyo avión se cayó en los Andes y sobrevivieron a costa (y costilla, permítaseme el humor negro tan demodé en estos días) de sus amigos.
Es la misma audiencia que quizá se siente un poco incómoda al descubrir que un personaje de La sociedad de la nieve que despierta piedad y humanismo también genera irresistibles deseos de tenerlo en un póster en la habitación (bueno, quizá hoy lo que despierta es deseos de seguirlo en Instagram y rogar que allí haya fotos de él un poco mejor alimentado en que en filme).
Bueno, amigos y amigas jóvenes, deben saber que eso ya nos pasó a los de la generación X, hace 20 años.
Muchos de nosotros también quedamos impactados por otra película sobre el mismo suceso, (¡Viven!) y nos obnubilamos con su actor protagónico. Lo que a ustedes les pasa hoy con el montevideano Enzo Vogrincic, nos pasó a nosotros con Ethan Hawke. Al menos, a algunos de nosotros. Al menos, a mí.
También me daba un poco de impresión que al ver los primeros planos de Hawke, interpretando en ese caso a Nando Parrado, no pensaba tanto en el sufrimiento de ese chico abandonado en los Andes, sin comida y enfrentado el duelo de su familia muerta, sino en qué haría si un día me lo cruzaba en una esquina (invitarlo a tomar un helado de Dolce Neve, claro está).
No había Instagram entonces, así que me dediqué, a mis 13 años, a lo que cualquier adolescente hacía: recortar sus fotos de revistas y pegarlas en mi habitación.
También me dediqué a ver todas sus películas, desde Colmillo blanco, que de ninguna otra manera hubiera alquilado en el videoclub si no hubiera estado su cara helada por la nieve en la cajita del VHS, a Generación X, que lo catapultó como el novio ficticio de Winona Ryder (y el imaginario de toda una generación).
Así llegue a Antes del amanecer. Y todas mis ideas del amor romántico se sacudieron.
El amor puede ser otra cosa
Esa película que Richard Linklater lanzó en 1995 llegó en pleno furor de las comedias románticas, que moldeaban la idea de qué era enamorarse. En resumidas cuentas: chico conoce chica/ se enamoran/ surgen obstáculos/ los superan/ terminan juntos.
Lo disruptivo de Antes del amanecer era que ese final quedaba abierto. Lo disruptivo era que en lugar de escenas de amor declarado antes miles de testigos (una fiesta, un partido de béisbol), ellos siempre estaban solos. Se conocían en un tren, de casualidad (como se conocen los amores de vacaciones y viajes), dedicaban 24 horas a contarse sus vidas (con la sinceridad que sólo usamos para contársela a un extraño), se separaban porque tenían destinos distintos y se prometían volver a verse un día, en un lugar (con el fervor de los encuentros imprevistos, que suele apagarse al volver a la rutina).
Con esa película confirmé mi amor platónico por Ethan Hawke y sumé uno nuevo por la divina Julie Delpy (por ella, sus discos, sus series y películas).
Pero Linklater nos hizo un regalo: Antes del amanecer no fue sólo nuestro relato del amor adolescentes. Antes del atardecer lo fue del amor adulto. Y Antes del anochecer, del amor maduro.
Si los más jóvenes acompañaron a los personajes de Harry Potter en su crecimiento, esta trilogía nos acompañó en el nuestro.
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