La Voz del Interior @lavozcomar: Nombrar lo inconcebible

Nombrar lo inconcebible

Corro buscando refugio; no estoy dormido, pero aún no despierto. Miro sin ver. El humo me roba el aire; las explosiones iluminan mis pasos, mis tropiezos. Corro, no sé hacia dónde; somos muchos. Creo escuchar gritos, aunque un fuerte zumbido me aturde.

¿Dónde están mis padres?

Cientos (¿miles?) de golpes secos impactan en las maderas, las chapas y el cemento que dejamos atrás. ¿Son dirigidos a mí, a nosotros?

Un grupo nos sobrepasa. Dos chicas van tomadas de la mano; una lleva la blusa manchada con sangre. ¿De quién?

Choco contra las piedras de uno de los agujeros abiertos en esta tierra seca, como si la piel de este sitio protestara con heridas humeantes.

¿Dónde está mi abuelo?

Estoy perdido; cambio de rumbo. Ahora que escucho mejor los gritos, las balas perforan y es sangre lo que brota de algunos cuerpos, de un rojo brillante.

Sin resistencia, alguien me toma del brazo y me transporta, casi en el aire, hacia un lugar cerrado. No soy el único: hay otros, todos bajo un silencio nuevo. ¿Quiénes son? ¿Qué haremos? ¿Qué harán?

Un brazo pequeño –como el de alguien de mi edad– me roza. No digo palabra; mi garganta es un cartón seco y rasposo. Entonces deja de mirarme.

¿Dónde está mi maestro?

El tiempo se detiene. De repente, y desde la profundidad de la nube de polvo, surgen sombras que nos gritan. Martillan contra nosotros.

Si su objetivo es la paz, la guerra es una contradicción. Si es sólo una pausa entre guerras, la paz es un engaño.

Los ataques terroristas no son guerras. En el siglo XIV, Maquiavelo afirmaba: “La guerra resulta de estrategias políticas; a final de cuentas, es uno de sus instrumentos. Sin política, la guerra se torna absurda e irracional”. Bajo esta concepción –antigua pero invariable–, el terrorismo no plantea guerras ni estrategias políticas; sólo el absurdo e irracional intento de sembrar las peores semillas en los suyos para dañar a ajenos.

Mientras que las guerras se aprenden en libros de historia, la naturaleza de los ataques terroristas se descubre en cualquier noticiero del día. Son aberraciones espasmódicas que dañan brutalmente a muchos y asustan, pero sólo a quienes aceptan otorgarle identidad al terror.

Quienes planean y ejecutan cualquier violencia terrorista lo hacen cultivando el odio, una sustancia oscura y viscosa que impregna sus gestos de cobardía, sus impulsos fanáticos. Olvidada, la paz queda como una palabra vacía, a la espera de un mejor sentido.

Como todos los violentos suelen ampararse en otros violentos (que son apoyados por otros, y estos respaldados por más), resulta imposible desentrañar la profundidad del odio, sólo justificado por ignorantes y dogmáticos que creen ver en el terrorismo la defensa de algún pueblo.

Ninguna organización terrorista representa a un pueblo, porque ninguna genuina comunidad es sorda y ciega al humo, a los gritos, a los disparos y a las salpicaduras que ocurren cuando la palabra “paz” queda vacía.

A quienes pierden a sus madres y a sus padres se les llama “huérfanos”. Viudos y viudas a quienes pierden a su pareja. Pero ¿cómo nombrar a las personas que pierden a sus amigos?

¿Qué palabra usar para describir los festejos que provocan las ejecuciones de ancianos?

¿Cuál para comprender lo que sienten quienes han sido secuestrados y vejados?

¿Cómo nombrar a las personas que pierden a sus hijos, asesinados?

Ningún idioma contiene palabras para pronunciar lo inconcebible.

* Médico

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