Néstor Perlongher, una amistad en Brasil
Néstor Perlongher fue un poeta, novelista, sociólogo, antropólogo muy destacado. Su obra dejó una profunda huella y hoy es estudiada en universidades de todo el mundo. Militó en favor de grupos LGTB y en política.
Su estilo ha sido llamado “neobarroco” y, por él mismo, como “neobarroso”. Su poema más conocido se titula “Cadáveres”, fue escrito en 1981 y publicado en el libro Alambres, en 1987, por la editorial Último Reino. Su cuento “Evita vive” motivó apasionados debates, y la revista El Porteño, que lo publicó, fue amenazada de bomba en su redacción, al tiempo que algunos miembros del Partido Justicialista solicitaron a la Justicia que el número fuera retirado de los quioscos. Por su parte, su ensayo “Prostitución masculina” abrió nuevos campos en antropología.
Perlongher nació en Avellaneda, provincia de Buenos, el 25 de diciembre de 1949. De familia humilde, su padre era taxista y su madre costurera. Desde niño conoció la discriminación, el abuso y las burlas: sus compañeros lo llamaban “marica” porque prefería leer en vez de participar de sus juegos, mientras que su madre le recriminaba que compraba libros.
Sin embargo, superó todas esas dificultades y, a medida que sus actividades en defensa de las disidencias sexuales trascendieron, la relación con sus padres se hizo más tensa, al punto de que el poeta se alejó de la casa paterna.
Además, fue un activo militante del Frente de Liberación Homosexual (FLH) junto con Juan José Sebreli, Manuel Puig y Blas Matamoros, entre otros. Políticamente, intentó integrarse al peronismo y al grupo Montoneros, pero estos rechazaron incluirlo en sus filas por su condición homosexual, incluso creando un cántico que entonaban en sus manifestaciones: “No somos putos, no somos faloperos: somos soldados de Evita, Montoneros”, lo que demostró que el grupo era machista, patriarcal y homofóbico.
Un exilio sexual
En 1981 se radicó en Brasil, período que consideró un “exilio sexual”. La sociedad brasileña tuvo un efecto muy positivo en su vida por la libertad sexual en el vecino país, muy alejada de la homofobia machista argentina. Luego, recibió una beca para cursar una Maestría en Antropología Urbana en la Universidad de Campinas (Unicamp), una ciudad cercana a San Pablo.
En una carta que envió a su amigo, el escritor cubano Reinaldo Arenas, le relata: “Los avatares de la supervivencia me han enclaustrado en los recovecos de una universidad provinciana, donde enseño Antropología Urbana y un curso que inventé, Deseo y sociedad”.
De esta manera, poco a poco se fue relacionando con importantes personalidades de la cultura brasileña, como la prestigiosa escritora y crítica Berta Waldman, docente en la Unicamp; Jorge Schwartz, autor del importante libro Las vanguardias latinoamericanas y de Borges babilónico, recientemente reeditado por el Fondo de Cultura Económica de Argentina, proyecto que le llevó tres décadas concretar. Se relacionó con Roberto Suárez, importante sociólogo y crítico, y con Antonio Cándido, entre otros.
Después de tantos años, recuerdo la tarde en que lo conocí. Fue en una reunión organizada por amigos y conocidos en común, cuando Néstor vivía en un pequeño departamento en el barrio de Santa Cecilia, en el centro de San Pablo, y en un sector conocido como “Boca do Lixo”, que traducido quiere decir “El basural”, y que consistía en varias cuadras con numerosos locales nocturnos, burdeles, hoteles por hora de quinta categoría, prostitutas, gays, travestis, etcétera.
Cuando llegué a la reunión, ya estaba ahí la mayoría de los amigos. Néstor estaba junto a la mesa, sentado en una silla con los codos apoyados en las rodillas y hablando por teléfono. Alguien me dijo que un familiar lo había llamado de Buenos Aires.
Me acerqué a dos amigos que hablaban de Borges y de Arlt. Uno de ellos, importante crítico, dijo una frase que me quedo grabada: “Lo primero que uno advierte en Arlt es la vulgaridad”. Otros hablaron de Machado de Assis, de Poesía concreta y todos coincidían en que la novela Estorbo, de Chico Buarque, que acababa de salir, era excelente. La reunión continuó hasta entrada la noche.
Una llamada telefónica
Pasadas unas semanas, comencé a visitarlo: sabía que había contraído el virus del VIH y quería que supiera que, aunque tuviera muchos amigos y conocidos que lo apreciaban y sentían por él gran cariño, yo era uno más de ellos.
No me llevaba a esto un sentimiento de admiración ni nada especial, sino sólo un sentimiento de afecto. Teníamos largas conversaciones en su departamento, a veces íbamos al cine, y cuando caminábamos por la avenida paulista, pasábamos junto a los teléfonos públicos que hay en la vereda frente al Masp (Museo de Arte de San Pablo), donde los jóvenes esperan llamadas con fines sexuales.
Cierta vez que pasábamos por ahí, uno de los teléfonos empezó a sonar, y Perlongher me dijo que atendiera. Era un muchacho que buscaba una persona para tener relaciones sexuales y me ofrecía dinero. Yo estiré la conversación mientras Néstor me miraba y reía: él ya conocía cómo eran estas situaciones. Cuando le dije que era argentino, se interesó más aun, y me dijo que le encantaría tener un encuentro con un argentino tanguero. Como no concretaba el encuentro, cortó irritado la comunicación.
A medida que el tiempo pasaba, varias editoriales le encargaron proyectos. Un día me comentó que Iluminuras, una de las editoriales más importantes de Brasil, le había encargado una antología de poesía neobarroca caribeña y rioplatense que saldría en edición bilingüe.
“En principio –me dijo–, incluiría a José Lezama Lima, Severo Sarduy, José Kozer y Osvaldo Lamborghini, entre otros. Vos sabés cómo me gusta Lamborghini, me decía, y le escribí a Roberto Echavarren para que me envíe algún texto suyo”. Estaba entusiasmado porque la editorial Sudamericana le había comunicado su interés en publicar Parque Lezama.
“Sé que me estoy muriendo”
Mientras tanto, su enfermedad iba avanzando, pero sobre eso no hablábamos mucho, y su aspecto no mostraba signos de deterioro. Sabía que había visitado al Padre Mario en Buenos Aires, que le había dicho que fuera una vez por semana y que había experimentado una mejoría, pero no pudo hacerlo porque no vivía en Argentina.
Después, en una carta enviada desde París a una amiga, le pide que vaya a verlo al Padre y le pida que lo ayude. La amiga así lo hace y, según relata el mismo Perlongher en otra carta, le comenta que un ganglio que tenía inflamado –y de cual le iban a retirar una muestra para una biopsia– había vuelto rápidamente a su estado normal ante el asombro de los médicos. A la vez, Néstor continuó con un grupo que practicaba una clase de medicina basada en hierbas que no le dio resultado.
En los últimos meses, en San Pablo, y gracias a la insistencia de amigos –especialmente de Roberto Echavarren–, escribió el libro Chorreo de las iluminaciones, que incluye “Canción de la muerte en bicicleta”, donde se repite el estribillo “Sé que me estoy muriendo, sé que me estoy muriendo”.
Durante ese período, seguí visitándolo. Uno de los últimos temas de los que hablamos fue sobre un problema que había surgido con los repartidores de gas en garrafa, que recorrían las calles de la ciudad anunciando su presencia con altavoces.
Esto había molestado a muchos, por lo que la municipalidad había promulgado una ordenanza que los obligaba a cambiar el modo de ofrecer su producto. Sin embargo, la nueva modalidad molestó aún más Perlongher, pues los repartidores ahora se anunciaban con una grabación de la Novena Sinfonía, de Beethoven. “Le envié una crónica a un diario de Buenos Aires sobre ese tema –me dijo–, me tienen harto con esa música”.
De la amistad que tuve con él guardo el recuerdo de una persona de gran cultura, una extraordinaria capacidad creativa y un gran valor humano, cosas que le permitieron superar los prejuicios de una sociedad homofóbica y construir una obra que mantiene su vigencia.
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