La Voz del Interior @lavozcomar: Miradas opuestas de Shōgun: ¿la mejor del año o final vacío?

Miradas opuestas de Shōgun: ¿la mejor del año o final vacío?

A favor: la serie del año, redonda pero dispuesta a tomar riesgos

Micaela Fe Lucero

Shōgun es, sin duda (y me atrevo a decirlo cuando aún es apenas abril), la serie del año. Tiene todo: un componente exótico y fascinante, un camino del héroe, una fotografía hipnótica, una historia rica en sentidos y matices a descubrir, varios plot twist que dejan al espectador al borde de la silla sin necesidad de cliffhangers, novedad y lugares comunes en perfecto equilibrio, un final que sí, es algo vacío para quien esperaba uno lleno de acción, pero con el que marca la cancha y deja en claro que quiere diferenciarse de otras y que toma riesgos.

La serie de Star+, creada por Rachel Kondo y Justin Marks, se basa en la novela del mismo nombre de James Clavell. Logra, en apenas 10 episodios, no solo contar lo que hay que contar, sino ser lo suficientemente clara sobre el mundo que muestra, una tarea considerable en la que producciones similares han fallado: tiene que responder tanto al libro que le da origen como introducir a un espectador al mundo del Japón feudal del 1600, un mundo con el que, posiblemente, muchos no estén familiarizados (punto para los fans del anime que aborda esta época en distintas producciones).

Logra, además, otros resultados, en mayor o menor medida: por un lado, aunque sea explicativa por sí misma, da ganas de ir a leer el libro que le da origen. Por otro, ayuda a crear un diálogo entre clásicos como El último samurái o Memorias de una geisha (que suceden siglos después). No solo porque las tres producciones ahondan en la cultura e historia japonesa, sino también porque Shōgun muestra las primeras épocas de la explotación europea sobre las civilizaciones orientales.

De hecho, esto abre la puerta para una recomendación personal: ver, a continuación, Samurái de ojos azules, impecable serie animada de Netflix que, sin estar relacionada, transcurre algunas décadas después de los acontecimientos de Shōgun, cuando “el hombre blanco” ya ha sido expulsado de Japón.

En conclusión, Shōgun podría haber sido, fácilmente, un estrepitoso fracaso, pero es un contundente éxito. Con la pericia que Mariko-sama (la amamos, a pesar de sus romanceo con la muerte) maneja la naginata (lanza japonesa) o con la que Toranaga teje y desteje los hilos del destino de su país (¿el mejor estratega del mundo ficcional hasta ahora?), la serie lleva a su público por donde quiere, público que, al principio, ni sospecha que John Blackthorne es sólo una excusa para empezar a contar una historia de la que, al final, él también es espectador.

Mariko-sama, con facilidad el personaje más atrapante de

En contra: final resolutivo, pero amargo (alerta de spoilers)

Nicolás Lencinas

Antes de posicionarme en contra, debo decir que disfruté Shōgun desde su estreno y me encargué de recomendarla en cada ámbito que podía. La serie me despertó una cierta fascinación (que no tenía) por conocer más detalles del Japón feudal en la época de guerras y samuráis.

Cada capítulo es un gran despliegue visual y narrativo que emociona e invita a adentrarse en la historia de Yoshii Toranaga, John Blackthorne y Lady Mariko. Quizás de manera errónea, me aventuré en compararla con la clásica Game of Thrones cuando veía la manera en la que los protagonistas negociaban políticamente cómo sería la sucesión del reino, en medio de la irrupción de la Iglesia católica y las coronas europeas.

Esperaba que luego de traiciones y disputas de poder, se libere una guerra emocionante (en pantalla) para ver el destino del enfrentamiento entre Toranaga y los regentes. Imaginé un final cara a cara entre el líder e Ishido, una posible “Batalla de bastardos” que no sucedió.

Más allá del deseo de un simple espectador, no se liberó ninguna gran batalla, hecho que se insinuó durante toda la temporada. Entonces, la serie definió un final resolutivo y vacío.

Es que en cada episodio se construyó una épica a través del teje y maneje de Toranaga, quien movía voluntades en nombre de la protección de su feudo. En tanto, tras varias caídas, la guerra parecía inevitable y, al igual que el “Anjin”, muchos esperábamos venganza contra Ishido y los regentes.

Pero Toranaga, en su ajedrez, ideó convertirse en Shōgun desde el principio, con la paz de su gente como misión final. Ninguno de sus aliados (que sacrificó en los mejores momentos de la trama) era consciente del alcance de su plan. Todo esto lo hizo con el “Anjin” como comodín o catalizador para generar discordia y pequeños enfrentamientos. Finalmente, el heredero retiró sus tropas y no hubo tal guerra.

Y esta es la razón por la que Shōgun no nos brindó lo que muchos esperábamos: una épica batalla con miles de extras que culminase la serie de manera épica. Para mí, el final atentó contra la excelencia de la serie.

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