La Voz del Interior @lavozcomar: Miradas opuestas a En las profundidades del Sena, el gran éxito de Netflix

Miradas opuestas a En las profundidades del Sena, el gran éxito de Netflix

A favor: La fragmentación social como espectáculo

Mauricio Ortega

En las profundidades del Sena logra poner en escena, a través de la incorporación de un elemento fantástico, el ánimo social dominante en los últimos tiempos: la confluencia de múltiples formas de ver el mundo, muy dispares entre sí, que cotidianamente terminan decayendo en discusiones donde la falta de apertura y rigidez predomina con tal de acallar, ganarle y “domar” a quien piensa distinto.

Para el problema de la película, la intrusión de un tiburón en el río Sena, se podría encontrar una solución si todos y cada uno de los actores sociales dejaran sus egos e intereses de lado.

A pesar de que políticos, activistas, policía e investigadores tienen un mismo objetivo, se ven incapaces de encontrarse juntos en pos del bien común. Y es en ese desencuentro donde yace el espectáculo. Las secuencias en las que la bestia descuartiza gente, son consecuencias de esa disputa.

La psicosis y la violencia se impregnan en el relato para narrar las masacres propiciadas por el tiburón. Recursos como los bruscos movimientos de primeros planos en cámara en mano y las histriónicas actuaciones ya habían sido utilizadas anteriormente por Xavier Dens, el director de la película.

Dens proviene de la tendencia estética conocida como “Nuevo extremismo francés”: un conjunto de películas francesas de terror, que se pretendían transgresoras por utilizar recursos del cine gore para poner en discusión temas de identidad sexual y la violencia brutal. Las mismas pretensiones de cineastas como Gaspar Noé o Lars von Trier.

El problema con estas películas es que hacer espectáculo de la violencia brutal tan explícita caiga en ignominia por fetichización.

En En las profundidades del Sena Dens maneja muy bien el ritmo frenético de las escenas de violencia, pero evitando lo explícito y lo brutal.

Deja de lado la transgresión porque el objetivo es otro. Se propone llevar a cabo una empresa propia de los grandes clásicos de género: entrar de lleno en el mood social actual con la introducción de un elemento fantástico, para pensar el comportamiento de una sociedad fragmentada en una crisis ante un acontecimiento sobrenatural. Si bien, está lejos de alcanzar la maestría de los clásicos, es una muy buena propuesta de entretenimiento dentro del catálogo de Netflix.

En contra: Un filme que estupidiza al ambientalismo

Germán Arrascaeta

No fue un sueño, algún agite promocional lo expuso por allí: “La mejor película sobre escualos después de Tiburón (Steven Spielberg, 1975)”. Stop, paremos en seco este delirio.

En las profundidades del Sena es buena película del cine catástrofe construida a partir del terror que produce la posibilidad de ser mordido y luego deglutido por estas criaturas. Apenas eso.

Sus momentos de amenaza latente son muy logrados, al igual que los correspondientes a los ataques voraces, aunque hay que señalar que todo está seteado con los modos instituidos para el consumo en plataformas.

Esto es cine para ser visto en televisión y en otros dispositivos en los que se pueda disponer de Netflix. No tiene nada de malo, pero es eso.

Y cuesta imaginar al tiburón hembra Lilith de En las profundidades del Sena fotografiada junto a su protagonista tal como lo hizo Roy Scheider con el tiburón macho usado por Spielberg.

Ella es digital; él, una reconstrucción entre mecánica y artesanal.

Por otro lado, son oportunas las críticas de este filme al poder político, que cegado por su necedad y movido por intereses de todo tipo decide llevar adelante un triatlón aun cuando el río parisino está superpoblado de tiburones, que se mueven en agua dulce con mayor voracidad que en la salada.

Esto, gracias al calentamiento global, a la creciente contaminación de los océanos, a la pesca furtiva… A todo lo que les preocupa a la científica Sophia (protagónico de la franco-argentina Bérénice Bejo, siempre solvente, siempre magnética) y a una de sus admiradoras presentada como una activista dispuesta a todo a partir de un dogmatismo inconducente.

Pero (tenía que haber un pero porque estas es una mirada opuesta en contra) es en la construcción de este personaje que el filme de Xavier Gens entra en contradicción: por un lado, advierte a lo que nos exponemos si continuamos siendo irresponsables en lo que respecta al medioambiente y, por otro, infantiliza –estupidiza– esteriliza a una joven cruzada de esta causa.

Otra costilla para contarle al filme: no alcanza a liberar la tensión erótica que se produce en el encuentro entre Sophia y el policía Adil (Nassim Lyes). Quizás lo haga en una secuela…

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