Massa y la hora del ministro que devalúa al candidato
Guido Sandleris, presidente del Banco Central al final de la presidencia de Mauricio Macri, hizo en las últimas horas una comparación que refleja el desempeño fiscal de la gestión económica de Sergio Massa: el déficit fiscal primario de junio pasado fue equivalente a 0,35% del producto bruto interno (PIB). Casi igual al déficit primario que tuvo el gobierno de Macri en todo 2019. Es tan marcada la diferencia que el dato sirve para enmarcar las negociaciones que el país tiene en marcha con el FMI y su impacto directo en la campaña electoral.
Esos números en frío son los que llegan a la mesa del FMI. Todo el pliego de compromisos firmado por la Argentina está pendiente de cumplimiento. Con ese nivel de déficit, el Estado sólo puede financiarse licuando sus gastos con inflación, endeudamiento interno a tasas usurarias o emisión monetaria sin respaldo. Es decir: induciendo él mismo la depreciación de la moneda nacional. Cuando se presenta para solicitar nuevos desembolsos de dólares en el Fondo, allí le señalan al gobierno argentino algo que ya hizo con su agujero fiscal: devaluar su propia moneda.
El ministro Massa entiende a la perfección la lógica de ese razonamiento. Pero el candidato Massa pide una dispensa, que el sinceramiento de esa realidad se posponga hasta un nuevo gobierno. Porque si se concreta ahora, sus posibilidades electorales pueden colapsar. Como consecuencia, el ministro Massa está intentando conseguir para el candidato Massa algo así como la cuadratura del círculo: devaluar sin devaluar.
Las herramientas que propone son las mismas que ya aplicó sin éxito: una nueva versión de dólar diferencial para algunas exportaciones y una promesa de más impuestos a las importaciones para impedir el drenaje de reservas.
Como señaló el economista Miguel Braun, son dos devaluaciones, a falta de una: una selectiva con un tipo de cambio más alto para algunas exportaciones agropecuarias y una fiscal, proponiendo un arancel encubierto a las importaciones.
Héctor Torres, exdirector ejecutivo por Argentina en el FMI, consideró que así Massa podría argumentar, como verdad relativa, que no devaluó en campaña. Y, sobre todo, que pudo preservar la discrecionalidad en la distribución de dólares preferenciales. “Distribuir rentas es muy importante”, ironizó.
Estas propuestas de Massa al Fondo abrieron algunos debates. Si se le agregan impuestos a las importaciones, Massa estaría eludiendo al Congreso con una estratagema legal implícita en las facultades delegadas en el Poder Ejecutivo. Aparece en el artículo 41 de la ley 27.541, del 23 de diciembre de 2019.
Aquella macro-emergencia que le entregó el Congreso a Alberto Fernández cuando comenzó su gobierno. Pero si el nuevo impuesto a las importaciones termina siendo una percepción a cuenta de otros impuestos para gambetear al Congreso, representaría un nuevo canal por el cual el actual gobierno se endeuda a cuenta del próximo. Lo advirtió el economista Eduardo Levy Yeyati.
El primer resultado de toda esta geometría imposible saltó por el lado del mercado paralelo: en sólo cinco días, el dólar blue subió un 6%.
Devaluar sin devaluar
Toda esta ingeniería de la simulación que intenta Massa en su relación con el FMI le está detonando en las manos a tres semanas de las Paso. Ya terminó el primer viento de cola que tuvo su candidatura al emerger de una doble combinación favorable: la aureola de unidad interna, en una coalición estragada por sus divisiones, y el repliegue obligado de Cristina Kirchner (una deserción que la vice intenta disimular en todo momento; el consultor político Guillermo Raffo diría: “Se van de la plaza todo el tiempo. El problema es que cuando se quedan sin plata, vuelven”).
La cuestión es que ahora Massa no tiene más remedio que enfrentar el costo de su condición simultánea de candidato y ministro. Teniendo en cuenta que la economía es el eje central de la campaña, es Massa quien está fungiendo como una suerte de candidato a la reelección.
Este giro en la campaña presidencial es aprovechado por los dos principales candidatos de Juntos por el Cambio, que desde el batacazo en las primarias de Santa Fe hacen cálculos con un nuevo mapa político, más favorable al que esperaban tener. A los territorios de la Ciudad de Buenos Aires, Mendoza, Jujuy y Corrientes, ya sumaron San Juan y San Luis y se encaminan a añadir Santa Fe. Córdoba no es territorio permeable a la alianza entre Massa y Cristina, recordó días atrás el gobernador Juan Schiaretti. La densa franja central del país tiende a consolidarse como un contrapeso de la provincia de Buenos Aires, trinchera principal de Unión por la Patria.
Pero el avance territorial de Juntos por el Cambio se está produciendo con un nuevo formato interno para sus socios. Pese a haber gobernado desde la presidencia y en distritos clave, el PRO no ha conseguido consolidar un desarrollo territorial más allá de la extensa área metropolitana. El radicalismo está mostrando una dirigencia distrital nueva y competitiva en las elecciones locales; pero llegó a la elección presidencial sin dirigentes propios para la candidatura mayor. Es una ecuación cruzada de carencias y patrimonios: unos tienen lo que a otros les falta.
Con los tirones inevitables que ese nuevo formato incipiente le impone a su dinámica de campaña, Juntos por el Cambio ajusta su estrategia yendo al contragolpe sobre la agenda de la economía que le estalló a Sergio Massa. Es lo que el ministro arriesgaba al presentar su candidatura como una redención inesperada para la crisis que potencia con su gestión. A propósito, el escritor Fernando Savater solía elogiar una extraordinaria ironía teológica de Franz Kafka: “El redentor no vendrá el último día; vendrá el día después del último día. Cuando ya no haga falta”.
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