Mariana Sández, autora de Una vida en miniatura: Me gusta la literatura que juega consigo misma
El comienzo de la propia vida, de un vivir auténtico, puede demorarse. A Dorothea Dodds, por ejemplo, se le ocurre que es momento de abandonar el orillo de las vidas ajenas para zambullirse en la suya a los 60 años. Esta es la búsqueda que emprende la protagonista de Una vida en miniatura (Impedimenta, 2024), la última novela de la escritora argentina Mariana Sández.
La muerte de un familiar obliga a Dorothea y a sus padres a viajar a Londres. Su prima los hospeda unos días y propone una idea casi adolescente: intercambiar roles. Dorothea se quedará unos meses en Inglaterra para tomar un desvío de una vida que de tan recta parece detenida. Su prima la reemplazará en su trabajo como secretaria personal del famosísimo pintor Robert Dodds, padre de Dorothea.
El azar le da a la protagonista la oportunidad de dedicar esos meses de caducidad indefinida al pet sitting. Con digresiones sobre su extinta relación amorosa en la que fue amante, Dorothea narra sus viajes y las impresiones de las casas y las mascotas que cuida. Es una ocupación que le permite explorar otras vidas y, en el mismo movimiento, acercarse a la suya.
La intimidad que produce la narración en primera persona refuerza el tono delicado y contenido de la novela, en contraste con el nombre de la protagonista que anticipa una trascendencia que nunca llega. Tono, nombre y personalidad forman una unidad de referencia mutua.
Se insinúa, así, la forma en que Dorothea llega hasta la autora: “Vino muy vinculado el nombre a la personalidad y a la imagen que tenía de ella. La voz siempre es lo que más tiempo me lleva buscar. El personaje lo pensé hace unos 12 años, pero me puse realmente a escribirla en la forma que tiene hoy a los dos o tres. Mientras escribía otros libros, cada tanto me ponía a buscar la voz de Dorothea. Por lo general, es lo que me aparece más al final”, explica la autora.
Rebeldía gris
El trabajo de Dorothea como secretaria de su padre es afín a otras tareas impuestas por la lógica familiar, como contener a su madre y ser el único eslabón con su hermano mellizo, que desde hace décadas deambula por ciudades imprecisas del mundo.
Durante su estancia en casas prestadas, organiza el material para escribir la biografía de su padre. La ironía no se le escapa: se reconoce como una mujer sin biografía que escribe la biografía de alguien importantísimo para ella y para el arte. La narración de Dorothea, una suerte de brevísima autobiografía, hace de Una vida en miniatura un juego metaliterario con el género biográfico.
–¿En qué momento del proceso de escritura decidiste hacer esa maniobra con el género?
−Creo que lo que me dio la pauta de ese elemento de la biografía fue cuando leí de Ricardo Piglia, en El último lector, unos pasajes sobre Franz Kafka y su relación con Felice Bauer. Dice que aunque Kafka estaba enamorado de ella y la veía como su prometida, la realidad es que también ella era para él la mujer máquina de copiar, la mujer copista. Ella era la que le leía los manuscritos, se los corregía, le hacía devoluciones, era toda una editora para Kafka. Entonces él dice que Felice es la mujer atada a los manuscritos. Y eso me vino a completar la idea del personaje de Dorothea y del vínculo que tiene con el padre. Sentí que eso, de alguna manera, es lo que hacía también Dorothea con él.
La decisión de tomar un desvío, de hacer del pet sitting una forma de “intuir la realidad de siempre desde una rendija distinta”, causa el esperado estupor en el padre. Ese acontecimiento radical y mínimo convierte a Dorothea en una versión femenina de Bartleby, que en su “preferiría no hacerlo” lleva a cabo la titánica tarea de resistir en su deseo.
El célebre personaje de Herman Melville encabeza la lista de figuras que para Sández cimentaron su forma de entender y hacer literatura. Son personajes que invocan cierta idea del fracaso, como ya supo explorar en su novela anterior Una casa llena de gente (Impedimenta, 2022). “Eso viene de toda una literatura que a mí siempre me fascinó, que un poco viene por el lado del existencialismo, el absurdo, de otros autores como Vila-Matas, el Wakefield de Hawthorne, el Akaki Akákievich Bashmachkin en El capote de Gogol, algunos personajes de Robert Walser. Es una literatura que tiene en el eje personajes que a veces parecen inútiles, a veces abatidos o grises, y que, sin embargo, uno se enamora de ellos”, agrega.
El adentro y el afuera
Mientras Dorothea recorre los contornos de su vida, Inglaterra se convierte en un territorio fértil en personajes y en paisajes que son algo más que distracciones y encuentros fortuitos.
−El siglo XIX está muy presente en la novela, en referencias e insinuaciones, y a la vez tu formación académica estuvo marcada por el estudio de la literatura inglesa. ¿Cómo ves ese puente entre tu formación y tu oficio como escritora?
−En otra época hubiera pensado que era un peso, como dice mucha gente, que lo académico puede ser un peso y un obstáculo para escribir. Muchas veces te dicen: “Si querés ser escritor, no sigas Letras”; es como una cosa que ya está establecida. A mí me fascinó la carrera y ahora, a posteriori, no creo que la carrera impida realmente escribir. Por lo menos en mi caso, como me gusta mucho la metaliteratura, la literatura que juega consigo misma, y los autores que me gusta leer son esos, para escribir me sirve todo ese bagaje, porque me permite jugar más con los pliegues de las historias, meter personajes ya existentes, poner citas, jugar con la literatura misma dentro de lo que escribo. Entonces, a mí me vino bien todo ese recorrido. Pero entiendo que hay gente a la que puede dificultarle.
−A la vez, hay en la novela una referencia continua a la cultura popular. Los Beatles son la referencia más clara, pero también hay una canción que surge de la novela y que está hecha por uno de los personajes. ¿Cómo surgió esa idea?
−Justo está muy conectada con la otra pregunta, porque así como me encanta la metaliteratura, esto tiene que ver con ese tipo de juegos. Sabía que eso tiene un nombre, cuando vinculás elementos de dentro de la ficción con el afuera de la ficción, y se llama “metalepsis”. Se me ocurrió usar a Mariano y a su pareja como personajes de la novela porque es un amigo argentino, pero con familia en Liverpool, que vivió mucho en Liverpool. Y una vez que ya estaban como personajes, como él es músico y le gustan mucho Los Beatles, le pregunté si no quería hacer los temas, y me dijo que sí. Entonces me gustaba esa sensación de en la diégesis fuera de la diégesis, que no sepas entre ficción y realidad cuál es cuál o cómo se complementan.
−El gran salto de Dorothea es irse al extranjero, y vos hace tiempo que residís en España. ¿Considerás que hay algo de tu carácter de extranjera que permitió elaborar ese aspecto en el personaje?
−La verdad es que cuando la empecé a escribir, no. Pero después me di cuenta de que, excepto en los cuentos, en mis dos novelas ya existentes y la que estoy trabajando ahora está el tema de la migración. Y la primera, Una casa llena de gente, la había escrito estando en Argentina, o sea, no tenía idea de irme. Con lo cual, me parece que es un tema recurrente en mí, tal vez porque hubo años en que estudié afuera y coqueteé con la idea de vivir afuera, y después siempre me volví. Pero siempre tengo la fantasía de vivir en muchos lados y tal vez sí influye en los personajes, en esos desplazamientos.
- Una vida en miniatura. Mariana Sández. Impendimenta. 192 páginas.
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