La Voz del Interior @lavozcomar: Mariana Enriquez: Silvina Ocampo no se parecía nadie

Mariana Enriquez: Silvina Ocampo no se parecía nadie

“Era un ser rarísimo y con una literatura que no se parece a nadie. Muchos dicen: ‘Es Borges con falda’. Para mí es más interesante que Borges porque tiene pasión, tiene amor. Borges es muy cerebral. Y Silvina nunca deja de ser argentina, qué lindo es eso. Puede inventar el mundo más fantástico y siempre es argentina. Y la oreja que tenía para el lenguaje común es extraordinaria”.

El testimonio pertenece a Ernesto Schoo, periodista y crítico del diario La Nación, amigo de Silvina Ocampo, y se puede leer en La hermana menor (Anagrama), el retrato que Mariana Enriquez le dedicó a la escritora argentina nacida hace 120 años, el 28 de julio de 1903.

La minuciosa investigación de Enriquez, concebida como un “retrato”, es un libro de referencia para entrar en la vida y en los mundos extraños de la autora de La furia y Cornelia frente al espejo.

Metamorfosis, monstruos, una mezcla de ingenuidad y crueldad pocas veces escrita con tanto deleite son algunos de los elementos que provienen de los cuentos de hadas en la literatura de Silvina, sostiene Enriquez.

Aunque encontrar su voz le llevó muchos años. A principios de la década de 1920, viajó para estudiar pintura y dibujo en París, donde tuvo como maestros a Fernand Léger y a Giorgio De Chirico. Su primer libro de cuentos, Viaje olvidado, es de 1937. En 1942 publicó el poemario Enumeración de la patria.

Recién en 1948, cuando tenía 45 años, publicó Autobiografía de Irene –su segundo libro de cuentos–, una elaboración de obsesiones propias pero todavía muy atada al modelo narrativo de Jorge Luis Borges, una de las figuras de la santísima trinidad que movía al grupo Sur, junto con Adolfo Bioy Casares (su marido) y la hermana mayor, Victoria Ocampo.

Autobiografía de Irene es, sin duda, un libro influenciado no sólo por Borges, sino por los debates sobre literatura que se daban en el seno de la revista Sur y a los que Silvina Ocampo no era ajena; aunque, como casi todo en su vida, prefería mantenerse en la sombra”, se lee en La hermana menor.

Silvina Ocampo terminó de escribir “La promesa” agobiada por una enfermedad que la obligaba a repetirse y a olvidar, tal como le sucede a su protagonista.

–¿Creés que ella eligió correrse del centro, quedarse un poco al margen, volverse excéntrica? Se movía en un círculo de figuras muy dominantes…

–Yo no creo que haya elegido correrse del centro. Lo que a ella le gustaba era diferente. Si ves, por ejemplo, el Borges de Bioy, Silvina siempre aparece defendiendo a escritores más experimentales, más vanguardistas. Sus amigos, además, eran Manuel Puig, Mujica Lainez, Edgardo Cozarinsky, hombres gays. Creo que había algo con su sexualidad, que era bastante ambigua. También tenía amigos más jóvenes. Entonces, no es que haya elegido correrse del centro, sino que eso la ponía en una posición que no era central, porque la gente de la que se rodeaba era gente que no estaba en una posición central. Ella no era amiga de Beatriz Guido, de Silvina Bullrich. Era amiga de Rodolfo Wilcock. Quiero decir: sus amistades eran excéntricas en el sentido de estar fuera del centro. Borges vio y decía siempre que él no sabía qué influencias podía tener Silvina, sentía que ella se había influenciado a sí misma. Y es así, no se parecía a nadie. Le gustaban Clarice Lispector, Djuna Barnes. Y cuando ella trata, en su segundo libro, de acercarse un poco a lo que hacía Borges, el cuento como más perfecto, el lenguaje pulido, le sale un libro que está un poquito muerto.

Desatada

–¿O sea que el círculo Borges-Bioy-Victoria no fue una influencia de la que ella quisiera liberarse?

–No creo que ella estuviese demasiado influenciada por su círculo. No le gustaba lo que escribía Victoria, creo que sí le gustaba lo que escribía Borges. Pero no tenía demasiado interés en escribir como Borges; de hecho, lo intenta en su segundo libro y no es un libro muy interesante. Un libro muy interesante es La furia. Creo que sí le gustaba lo que hacía Bioy, pero ella no se parece en nada. Era más moderna. Bioy, por ejemplo, nunca usa el voceo, nunca habla de vos. Los escritores que usan el voceo antes que otros son, por un lado, Julio Cortázar; y por el otro, Silvina. Me parece que no era fácil leerla en el sentido de que no era fácil ubicarla. Si vas a la época, hay muchas reseñas de sus libros, buenas reseñas, pero da la impresión de que no había lectores para ella. A los lectores los encuentra después. Lo que sí creo es que, cuando ella se da cuenta de que no está en el centro, se atreve más. En su tercer libro de cuentos, La furia, se lanza completamente y escribe historias donde hay una mujer que está enamorada de un perro o hay un tipo con una joroba al que le planchan la joroba, hay niños crueles. Hay una mujer a la que le ponen un vestido: su modista, a la que hace venir del conurbano, la termina matando con el vestido, como una especie de venganza de clase. O sea, se desata. Y eso es porque, creo, sentía que no la estaban mirando, cosa que era verdad. En eso no se equivocaba.

–Actualmente se sigue presentando a Silvina como el secreto mejor guardado de la literatura argentina. ¿Esa idea te parece un eslogan, una etiqueta de propaganda editorial, o bien tiene un fondo de verdad?

–Creo que es, por supuesto, un eslogan, que viene bien porque en su caso hay un punto ciego. Pero todas las vidas tienen un punto ciego. El de Silvina es muy claro en cuanto a que era una persona que no llevaba diario, su correspondencia no está publicada. De Alejandra Pizarnik se publicó toda su correspondencia, sus diarios. Borges daba muchísimas entrevistas y conferencias. Silvina no tenía una vida pública intensa, no presentaba libros. Habría que ver cuánto vende. O sea, sus libros siempre se consiguen, están en circulación. Es una escritora muy estudiada en la academia, pero no sé si la gente lectora común la tiene tan presente como a otros escritores de la época. Lo que sí es cierto es que ella está muchísimo más valorada que otras escritoras mujeres de la época. Sara Gallardo fue reivindicada y se la lee. Silvina no fue un best seller en su época. Más secreta es, por ejemplo, Beatriz Guido, a pesar de que ella sí fue un best seller en su momento. Elvira Orphée, una gran escritora, lo mismo: es mucho más secreta, hay algunas cosas publicadas, pero de toda su producción no se consigue casi nada. Orphée es una escritora bastante parecida a Silvina, en el sentido de que son bastante voladas y con un lenguaje bastante extrañado. En resumen, hay muchas escritoras contemporáneas que sí son secretas en serio, en el sentido de que no solo no se las lee, sino que tampoco se consiguen sus libros, sobre todo en el caso de Marta Lynch. En el caso de Silvina, no estamos hablando de una escritora que nadie conoce.

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