La Voz del Interior @lavozcomar: Marcelo Pont Vergés: No creo que los cordobeses sepan quién soy

Marcelo Pont Vergés: No creo que los cordobeses sepan quién soy

–Hola, Marcelo Gustavo Ruy Pont Vergés.

–Ja, ja.

–¡Abuelita, qué nombre tan largo que tienes!

–Es interminable, ¿no? Por eso lo simplifiqué en uno más resumido y sonoro: Marcelo Pont.

–Sos una figura de Córdoba pero no tan conocida por los cordobeses.

No estoy muy seguro de ser una “figura de Córdoba”. No creo que sepan muy bien quién soy actualmente.

–Fuiste director de producción en películas que ganaron premios Oscar y Goya.

El secreto de sus ojos se llevó un Oscar y un Goya, además de un Ariel y un Sur, de nuestra Academia. El otro Goya fue por Azul y no tan rosa, la primera película venezolana en llevarse un Goya en la historia, allí ya trabajando como production designer (diseñador de producción).

–Tu viejo, Pedro, fue un gran pintor, muy reconocido. ¿Qué tal fue como papá?

–Era un tipo muy magnético, divertido, buena gente, de una chispa y un amor por las artes y la cultura más allá de los bordes de su cuerpo. Lamentablemente, no pudimos convivir tanto como ambos hubiésemos querido, sin duda. De muy pequeño se separaron con mi madre, se fue a vivir a Buenos Aires y luego el exilio lo retuvo en España. Cuando regresó a Córdoba poco tiempo después, partí yo para Venezuela y al regresar viví en Buenos Aires. Pero siempre fue muy grato disfrutar de Pedro y sus singulares y descomunales amistades.

Marcelo Pont Vergés junto al actor Guillermo Francella. Ambos trabajan en la exitosa serie

–¿Y tu vieja también era artista?

–Era una artista en su vida diaria, creaba su mundo con sus propias manos. Mis tías (sus hermanas) fueron cruciales en estimular mi imaginación y mis talentos.

–Bohemio desde la infancia.

No creo haberlo sido. Simplemente me dediqué a vivir de la manera más honesta con mis ideales que me ha sido posible… y a veces, contra lo imposible.

–Supongo que habrás manchado algunas telas para ver si heredabas la mano de tu viejo.

Por suerte, sólo dos. Tempranamente me di cuenta de que no tenía nada que contar con un lienzo. Entendí que lo mío era el dibujo, la ilustración. No puedo hablar sin un lápiz a mano.

–¿Cómo aprendiste? ¿Qué dibujabas?

–Mis primeros recuerdos son tumbado en la alfombra del living, dibujando y admirando artistas como Hokusai, Leonardo, Michelangelo, Castagnino…

–¿Y cuánto demoraste en meterte en la historieta?

–Cuando mis amiguitos decían que iban a ser astronautas o bomberos, yo decía que iba a ser dibujante de historietas. No les decíamos cómics en esos tiempos remotos.

–¿Militaste en el ERP en tu época universitaria?

–No, nunca estuve afiliado a ningún grupo o partido político. En la secundaria milité en un grupo de izquierda, pero cuando pasaron a apoyar la lucha armada, los abandoné porque el uso de la violencia siempre fue inexcusable para mí. Siempre he creído en la democracia republicana. Creo firmemente en que no necesitamos a nadie que piense por nosotros.

–¿Sentías que tu vida corría riesgo en Córdoba durante la dictadura?

–Claro, todos lo sentimos. En el primer año de Arquitectura, se cepillaron a nueve compañeros y se tuvo que exiliar gran cantidad de alumnos y de amigos personales.

Marcelo Pont Vergés, el único que mira a cámara en una foto de viejas épocas. Desde la izquierda: Rafael Reyeros, Augusto González, Carlos Giménez, Giorgio Ursini Ursic, Silviainés Vallejo, Marcelo Pont Vergés y José Salas.

–¿Por eso no terminaste la carrera de Arquitectura?

–Ja, ja. No, es menos épico. El teatro quedaba demasiado cerca de la facultad y ahí podía construir ciudades en 15 días… ¡y sin necesidad de permisos municipales!

–Fuiste pollo de Cachoíto de Lorenzi cuando trabajaste como diagramador en “La Voz del Interior”.

–Orgulloso pollo del querido Cachoíto. Uno de mis grandes y entrañables maestros del oficio y de la vida.

–¿Qué recordás de aquellos días de tinta y rotativa?

–¡El temblor de la rotativa! Y cuando regresaba del diario por la noche y mi mujer me obligaba a bañarme apenas llegaba, para sacarme el olor a tinta.

–¿Para qué te sirvió trabajar en un diario?

–Aprendí a trabajar a velocidades de vértigo. Conocí gente mítica. Aprendí de Cachoíto, Yong, Sarlanga, el Negro Ortiz, Peiró, Bariles, El Paisa. Hice amigos como Juanchi, Fantini, Molina, El Diablo…

–Después fuiste historietista en revistas que marcaron época.

–Tuve esa fortuna. Crist me acercó a las grandes editoriales. Gracias a él, me hice amigo de Cognigni, de Cascioli. Trabajé en las revistas Filo, Humor, Fierro, Óxido. Un buen día, me llamó el gordo Lanata, que había visto unas historietas muy raras mías, y me invitó a hacer dos páginas por número en su revista El Porteño.

–¿Qué maestros fuiste encontrando en el camino?

–Mi viejo, Cachoíto, Miguel Ángel Roca, Rafael Reyeros, Jorge Petraglia, el director teatral Carlos Giménez, Cocho Paolantonio, y los amigotes de mi viejo: los pintores Carlos Alonso, Berni, Cuquejo, Roux, Bonevardi…

Marcelo Pont Vergés.

–¿Cómo te acercaste al mundo de la escenografía teatral?

–Me pasó algo curioso: como muchos, creía que no me interesaba el teatro. Un día vi un afiche electrizante dibujado por Cachoíto de una obra dirigida por Cheté Cavagliatto y con escenografía de Reyeros. No sabía que ahí comenzaba mi futuro.

–Cambiaste la arquitectura de cosas reales por el diseño de mundos de fantasía.

–Brillante deducción, doctor Watson. No lo podría describir mejor.

Si tuvieras que elegir tus mejores trabajos teatrales, ¿cuáles mencionás?

–Uhhh, ninguno deja de enorgullecerme. Mi obsesión ha sido entregarlo todo en cada puesta, crear universos diferentes de lo que yo mismo hubiese hecho antes, buscar desafíos mayores a mi acotado talento.

–En 1984 fuiste vestuarista de una ópera rock que fue un fenómeno histórico, “El espectáculo va a comenzar”. ¿Te acordás de esa?

–¡Cómo olvidarlo! Todo comenzó en el fogón de un campamento, y Ricky Sued me dice que estaba haciendo la primera ópera rock argentina y que necesitaba un diseño gráfico para la obra y se había quedado sin vestuarista. Le dije que estaba loco, que yo hacía gráfica, pero nunca había hecho diseño de vestuario. Bueno, no me equivocaba, Ricky está loco y me dijo que yo era la persona en la que él confiaba para hacerlo. El resto es historia, ja, ja.

–¿Daba buena plata la escenografía?

–No para mí, al menos. Me fui a Venezuela porque allí sí era rentable.

–¿Fue casualidad que empezaras a trabajar en el teatro San Martín de Córdoba?

–Casualidad. Estando en el Bar del Teatro, le dije al Rafa Reyeros que quería aprender el oficio. Me invitó a cruzar la calle, fuimos al patio donde se pintaban los telones. Había uno cuadriculado con tiza claveteado al piso junto a un boceto en acuarela de Rafa. Me preguntó si sabía pintar. Le dije que sí. Bueno, si diluís la pintura es como acuarela, si la usas más espesa, es témpera. Si la usás casi pura, es óleo. Me pasó una brocha y me dijo: ‘Andá pintando el lado derecho que yo voy por el izquierdo’. Era el telón de fondo de Carmina Burana, dirigida por Cheté. Allí supe que se cerraba el círculo del afiche del Cachoíto que me deslumbró.

–¿Cómo fue irte a Venezuela y convencer al director Carlos Giménez de que te sumara al grupo Rajatabla?

–Jaaaa. Eso fue un salto a mi futuro. Sin red. Junté dinero con el primer largo en el que trabajé y me fui con un bolso y unos cientos de dólares, con mi exsocio Augusto y una cita pedida por Rafa para que nos recibiera Giménez. Cuando llegamos a la oficina de Carlos, estaba en una mesa larguíiiisima sentado con tooodo el grupo Rajatabla, para ver nuestra carpeta. Sabía que ya no querían más argentinos en el grupo, que ya había demasiados. Carlos, estratega, los dejó ver, esperó a que dieran su veredicto… y a las horas, estábamos firmando un contrato para formar un nuevo grupo en la frontera con Colombia, enseñar y diseñar una obra que dirigiría Lito Fernández Mateu.

Marcelo Pont Vergés, en Ezeiza.

–Me contaron que tus diseños marcaron una época en la escena venezolana.

–Trabajé con casi todas las compañías principales. Si es como decís, siento orgullo de que así sea. Es todo cuanto tenía para ofrecerle a ese pueblo que me acogió como a un venezolano más, me dio tantas oportunidades y me colmó de amistades entrañables para el resto de mi vida.

–Con obras de Giménez, llegaste a Nueva York y a Philadelphia.

–Uno de los momentos más emocionantes de mi vida. La tempestad, dirigida por Carlos Giménez, en el clásico “Shakespeare in the Park”, llenando el teatro Delacorte del Central Park durante dos semanas y escuchando las ovaciones de pie durante varios minutos, fue impagable. Como el espectáculo teatral sinfónico en homenaje a Mozart con el grupo Rajatabla, la Sinfónica y un coro de 200 voces en el teatro Teresa Carreño, de Caracas, todavía me estremece. Si, di lo mejor de mí, y valió la pena con creces. Fue la primera vez que me rodaron las lágrimas sin control y sin pudor ante un estreno así. Gracias por tanto, Carlos.

–Después saltaste al mundo de la publicidad; y después de eso, al cine.

–Sí, el presidente venezolano Carlos Andrés Pérez invertía parte de la renta petrolera en cultura. Al subir Rafael Caldera, esto cambió y se fue volviendo menos rentable el oficio. Luego el coronel Hugo Chávez se encargó de hacerla desaparecer, así que incursioné en la publicidad. Gané un Bronze Medal del New York Festivals, me asocié con una de las más prestigiosas productoras de publicidad, donde aprendíamos a hacer cine filmando comerciales. Esto me dio la experticia y el reconocimiento para llegar al cine, mi objetivo final. Como verás, he logrado vivir de lo que me apasiona. Me siento un afortunado. Claro, a fuerza de tesón.

–Mientras te voy haciendo las preguntas, me da la impresión de que tenés 120 años. Has hecho tanto, has trabajado en tantos países…

–Hay días en que yo también siento eso, ja ja. Otros días, siento que comienzo como si fuese mi primer trabajo. El motor es eso que no puede cambiar un hombre: la pasión.

–¿La escenografía es un arte para buenos mentirosos?

–Ja, ja, ¡eso me lo copiaste, ya lo dije en otra entrevista!

–No con esas palabras…

–Ja. Siempre digo que nuestro oficio es mentir. Cuanto más grande y creíble la mentira, más grande es el encanto en que cae el público… y lo que más agradece.

–¿Cuáles son los secretos de una buena dirección artística?

En mi caso, investigar profundamente, sumergirme en un guion, bucear en los sentimientos, en las imágenes que me produce y emerger para darle la forma más honesta, que haga que la mentira pueda ser una verdad.

–¿Qué margen de libertad tenés después de que cada director te expone su idea original para el arte de la película o la serie?

–En general, intento compenetrarme en qué quiere transmitir y ayudarlo en lo posible a que pueda narrar visualmente su película. El director es quien ha soñado con su proyecto, el que tiene la necesidad compulsiva de llevar su historia a la pantalla. De nada vale que yo trate de lucirme con propuestas que no aportan a este objetivo. De allí en más, en mi rol de production designer, busco lograr que todas las áreas artísticas tengan la coherencia suficiente para crear un universo ficticio que parezca real.

Marcelo Pont Vergés y el premio Goya, que ganaron dos de las películas en las cuales realizó el diseño de producción.

–¿Qué sentís al ver caminar a Robert de Niro y a otros grandes actores metidos en los diseños de arte que vos imaginaste?

–Uhhh, ¡qué camino hice en 120 años…! Muchas proezas, muchos esfuerzos titánicos, mucha apuesta a las convicciones y una alegría indescriptible. Como decía el Gordo Orson: poder jugar con el gran tren eléctrico. (Millennials y centennials: sale googleo).

–¿Cómo encaraste tu trabajo en las series “Nada” y “El Encargado”, dos éxitos actuales?

–La vuelta inesperada de la vida. Cuando estaba pensando que seguiría el resto de mi vida construyendo el Festival Internacional de Cine de las Alturas, Gastón y Mariano me invitaron a trabajar con ellos en las series que crean y dirigen. Son mis directores favoritos y me llaman a trabajar con ellos. Cohn y Duprat son brillantes, innovadores, personales y exigentísimos. Es una montaña rusa diaria, cada día puede ser una jornada en el cielo o en el infierno: esos son los desafíos que me gustan. Y vamos por más, todo el tiempo.

–¿En qué tenés metida la cabeza ahora?

–¡No sé cómo estoy pudiendo hacer esta entrevista! ja, ja. La cabeza está a mil. Estamos preparando un largometraje que puede ser un hito en nuestro cine. Estamos preparando nuevas temporadas de las series. Estoy diseñando algunos monumentos con el escultor Carlos Benavídez (si, más cordobeses). Estoy esperando el “Go!” para publicar una serie de cómics… tengo que pensar en mis próximos 120 años.

–¿Te has encariñado con algunos elementos de alguna escenografía y te los llevaste?

–Gente de mi equipo me ha regalado algunos, que son mis mayores trofeos: una lámpara de ferrocarril que usó Diulio Marzio en una peli que hicimos con Faye Dunaway; la lámpara hongo naranja de la casa de Ricardo Darín en El secreto de sus ojos, y todas las credenciales de cada filmación.

–Si en vez de presidente Argentina tuviera director de arte y te eligieran a vos, ¿qué cambios hacés en la escenografía?

–Tendría que preguntarle a Eliseo (N. del R: el personaje de Guillermo Franchella en El Encargado), ese está más cerca de ser presidente.

–¿Cuál es el sentido de la vida?

–Yo lo encontré. Espero que ustedes también. Está a la mano y conlleva el esfuerzo de una vida.

–¿Ves tu trabajo como una forma de arrojarle belleza al mundo? Esta pregunta no te la copié, aclaro.

–Definitivamente, creo que es sembrarla más bien. Arrojar belleza me suena al grafiti de Banksy, ja, ja.

Hombre de tres ciudades

Marcelo Pont Vergés, que artísticamente suele acortar su nombre a un sonoro Marcelo Pont, divide su vida entre Buenos Aires, Caracas y Córdoba. Pasó la primera parte de su vida en el barrio Cerro de las Rosas, de la ciudad de Córdoba. Tiene “67 jóvenes añitos” y no respondió ninguna de las otras preguntas tontas de personalidad que solemos incluir en este cuadrito para el perfil de los entrevistados. Agreguemos que está trabajando en una película de la que no puede decir una sola palabra, porque ha firmado uno de los habituales contratos de confidencialidad con una de las más grandes productoras internacionales. Queremos la primicia, para cuando pueda hablar.

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