Manuel Belgrano, algo más que un feriado
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nace en una Buenos Aires de 22 mil habitantes. Noveno de 16 hijos, estudia con dedicación y luego viaja a España. Además de con el título de abogado, vuelve con sífilis, venérea que lo acompañará el resto de sus días.
Entre muchas tareas, practica la abogacía, pero enfoca su mayor esfuerzo en promover la educación pública.
Por fragilidad, por el clima porteño o por pura mala suerte, enferma de reumatismo. Además de dolores continuos, una lesión ocular perturba sus labores. Rechaza todo consejo y sigue trabajando, estudiando y escribiendo.
Las invasiones inglesas lo ubican –dolorido, las piernas hinchadas y con frecuentes mareos– como capitán de las milicias urbanas, cargo militar jamás imaginado.
Jefe del “carlotismo”, protagoniza la Revolución de Mayo con menos de 40 años, para luego dirigir la campaña militar al norte del territorio. Llevaba una orden tajante del poder central: preservar el virreinato para Fernando VII.
Pero Belgrano cree que es tiempo de pensar en la independencia. Entonces, imagina una bandera que la represente, y la enarbola en 1812, en Capilla del Rosario, Pago de los Arroyos.
El Primer Triunvirato reacciona: “El gobierno deja a la prudencia de V.S. mismo la reparación de tamaño desorden (la jura de la bandera), pero debe prevenirle que esta será la última vez que sacrificará hasta tan alto punto los respetos de su autoridad y los intereses de la nación que preside y forma”.
Manuel recibe tarde el mensaje. En plena campaña, no encuentra tiempo para atender amenazas, pensar en su cirrosis ni esas várices esofágicas que le impiden alimentarse lo suficiente.
Lo que mantiene intacto es su imán para las enfermedades. En algún paraje norteño, contrae paludismo, que le agrega fiebres agotadoras. Pasa sus días en una carreta de la que sólo sale para dirigir la tropa en batalla.
Los 40 mil pesos oro recibidos por los triunfos de Tucumán y Salta hubieran alcanzado para cubrir un tratamiento médico, pero elige destinarlos a la construcción de escuelas.
En el primer artículo del reglamento, escribe: “El maestro debe ser bien remunerado por ser su tarea de las más importantes de las que se puedan ejercer”.
(La última escuela termina de construirse recién en 1998).
Agitado, hidrópico pero vigente, viaja para negociar la dependencia colonial con una corte europea.
Vuelve sin éxito y se suma a la opinión de algunos diputados del Congreso de Tucumán que proponen obedecer a un descendiente de los incas. Una forma de reparar injusticias cometidas durante la conquista contra las culturas americanas. Recibe calumnias por ello.
La muerte
Belgrano muere en 1820 ante la total indiferencia popular y un atronador silencio oficial.
Dos meses después del deceso, una página interior del periódico El Despertador Teofilantrópico anuncia: “Triste funeral, pobre y sombrío, que se hizo en una iglesia junto al río en esta Capital al ciudadano Brigadier General Manuel Belgrano.”
En la autopsia –sorpresiva, porque nadie la solicita– se comprueba, además de lesiones crónicas, que la estatura de Manuel Belgrano era 1,68m.
Dato insulso, comparado con la altura simbólica que muestra un siglo después.
…
En cada época hay personas cuyo trayecto de vida –crudo, velado, estoico– narra de manera singular los profundos cambios sociales. “Todos los hombres son excepciones a una regla que no existe”, afirma Fernando Pessoa.
Resulta penoso comprobar cuánto tiempo toma reconocerlas, más allá de las láminas escolares, de las estatuas o del nombre de una calle.
* Médico
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