Malabarismos cambiarios
La conocida fórmula argentina para eludir un problema consiste en crear uno nuevo. De manera sistemática, sucede con los gobiernos autodenominados “populares”, que suelen meter mano en el sistema cambiario para no admitir lo que es una verdad de Perogrullo: hagan lo que hagan, deberán devaluar, aunque a la devaluación la bauticen con otro término. Y en el arte de no llamar a las cosas por su nombre, suponen que la realidad va a modificarse por un simple cambio de palabras,
El punto es que barrer bajo la alfombra tiene un límite, que lo impone la alfombra misma. Y no se ha inventado una del tamaño que disimule todo lo que nuestro país debe barrer en materia de desatinos. Un mercado cambiario con una docena de versiones de la moneda estadounidense es una buena manera de convocar a la desgracia, mientras se pergeña una explicación que ponga la culpa en otro lado y se cuentan los días que faltan para las Paso.
No tenemos dólares en el Tesoro. Por eso se los demanda, por necesidad o por desconfianza, porque una moneda como la nuestra requiere de un profundo acto de fe para que sigamos creyendo en ella.
Así que la solución es que los insumos importados que nuestra industria manufacturera –e incluso el sector primario– requiere para su producción se deben tramitar en dudosos mostradores instalados para filtrar la demanda, y donde unos tienen suerte y otros tienen amigos. Como sea, los billetes se liberarán a 180 días, por lo que los productores y las industrias importan a crédito, sin saber lo que habrán de depararles las circunstancias cuando les toque pagar los dólares en cuestión. Nadie está en condiciones de afirmar a cuánto ascenderá la cotización.
Ello se traduce en la falta de insumos, cortes en la cadena de producción y un ejercicio desesperado de prevenciones, que lleva a trasladar a los precios lo que aún no se pagó y no se sabe cuánto valdrá. Simple y contundente. Por esta vía, los importadores deben hoy unos U$S 12 mil millones y las empresas de transporte de cargas, otros U$S 5 mil millones. Resulta difícil conjeturar de qué modo se pagarán las cuentas acumuladas.
Así, el mercado único libre de cambios que regula el Banco Central se ha erigido en un dique de contención para la demanda de una moneda que el mismo Central ha estado gastando a cuenta de los ahorros que la banca debe mantener inmovilizados. La ficción antidevaluatoria se sostiene a pura emisión y con adelantos multimillonarios a un Tesoro que es un bebedor sediento.
En consecuencia, los pesos que nadie quiere se vuelcan al mercado paralelo, donde la gente busca una moneda que resguarde su poder adquisitivo, y la innombrable devaluación se verifica todos los días en el supermercado.
Ya es hora de que las autoridades nacionales dejen de hacer malabarismos con las palabras y con los tipos de cambio, y de que empiecen a preocuparse por solucionar los problemas concretos que se acumulan, y que seguirán ahí después de las elecciones.
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