La Voz del Interior @lavozcomar: Loyds: Me gusta que me pueda leer gente que no lee

Loyds: Me gusta que me pueda leer gente que no lee

Aunque su apodo tiene que ver con una vieja publicidad de banco que protagonizó cuando todavía era un niño, el nombre de Loyds (Jorge Lebrón) ganó cada vez más notoriedad pública desde que en 2014 editó su primera novela, Merca, una depurada relectura porteña de lo abordado en Menos que cero por Bret Easton Ellis.

Como un pequeño suceso independiente que se agranda de boca en boca, la popularidad del relato –visceral, “al hueso”, desenfrenado– se tradujo en varias ediciones y llevó a su autor a presentarlo, por ejemplo, en la Feria del Libro cordobesa y en la prestigiosa Semana Negra de Gijón. En agosto de este año, y luego de que terminara el contrato entre el escritor y la editorial Alto Pogo, el libro volvió a ser publicado por Emecé.

Esa nueva edición acompañó otra novedad, una suerte de spin-off (sí, ese mismo término aplicado a series y a películas) que retoma lo sucedido en Merca desde otra perspectiva. Si en su primera novela Loyds construyó a un protagonista despreciable (Johnny, un odiador serial cuyo combustible principal es la cocaína), en este anexo el autor se enfoca –como anuncia su título– en La mamá de Johnny.

Y aunque Paulette comparte muchos de los valores de clase alta acomodada de su hijo y también está atravesada por la dependencia a una sustancia (el alcohol), su realidad es otra: enfrenta situaciones propias de una sesentona recientemente separada que intenta adaptarse a su nueva vida y busca algo que la haga sentir libre de cualquier cadena. En definitiva, un mismo universo y una misma familia, narrados desde dos puntos de vistas diferentes (¿con un tercero por venir?).

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“Yo estaba con una novela que no me convencía, no sabía bien qué hacer con ella. Quería estar a la altura del ruido que había hecho Merca, no quería salir con cualquier cosa”, explica Loyds sobre la génesis de esta segunda parte de un relato familiar que ilustra con acidez y mucho humor negro el universo del sector social más acomodado de la Argentina.

“Carlos Salem me dijo: ‘Vos hiciste un fresco de clase que no vi nunca, ¿por qué no contás un poco más de eso? Además, la madre es un personaje tremendo, me quedé con muchas ganas de saber más de ella’”, recuerda Lebrón sobre el momento –una cena en Gijón, luego de presentar Merca junto al escritor argentino radicado en España– en el que el proyecto de una narración coral comenzó a hacerse realidad.

“Cuando llegué a Buenos Aires, empecé a escribir algunas escenas de Merca vistas desde el punto de vista de la madre”, comenta Loyds. “Empecé a jugar con el tema del spin-off. Pero todo esto era en tercera persona, así que la hice entrar a ella con algunos monólogos en el medio del relato, y eso empezó a crecer. Quienes lo leyeron me dijeron que eso era muy superior al resto y unos alumnos de un taller me sugirieron que pase todo a primera persona. Fue un laburo infernal, la novela estaba casi terminada, por eso pasó tanto tiempo (risas)”, expresa el escritor, que tuvo a su pareja y a su mamá como consultoras cercanas para lograr dar con el tono indicado para su protagonista.

–El tono de los protagonistas de cada novela es una diferencia fundamental. ¿Cómo jugaste con eso?

–El tema generacional es muy importante. Son dos generaciones que, si bien son la misma sangre, pasaron muchas cosas en ese traspaso de generación. Paulette creció sin internet y Johnny vivió prácticamente toda su vida con eso. Pasamos de una generación en la que su consumo problemático era el alcohol a otra en la que los consumos problemáticos tienen que ver con drogas más duras, ilegales. En un momento, Johnny dice: “… nuestros padres, bien o mal, hacían más cosas”. Hay como una cosa de la posmodernidad que marca un vacío mucho más profundo. Y el hecho de ser mujer hace que Paulette sea un poco más diplomática, de alguna forma; Johnny es un animalito que odia a todo el mundo. En La mamá de Johnny siento que hay algo más consolidado desde el lenguaje también. En estos años vi el recorrido que había tenido Johnny como un personaje más visceral. Era, de alguna manera, una novela de iniciación. En este caso, me parece que hay una consolidación en el lenguaje, en la puesta, en los diálogos. Y también está esa voz interior, esa pequeña vocecita que le habla al oído a Paulette y que la anima a hacer cosas, a subirse al cambio de paradigma que estamos viviendo. Me interesaba que ella transitara esos breves lapsos de liberación. Por más que vuelva a su zona de confort, que pudiera sacar los pies del plato por momentos.

–Hay un ritmo compartido en ambos libros. ¿Hasta qué punto fue algo buscado?

–Nosotros, en esta era, competimos contra demasiados estímulos. El ritmo es algo clave en una historia. Yo siempre les digo a mis alumnos que cuando agarramos al lector tiene que ser del cuello o de la solapa. Si empezás con algo muy enrevesado, que no tiene ritmo, que no lo podés sentir, en dos carillas el tipo o la tipa que te están leyendo van a mirar el celular. Como escritores de esta época, si queremos romper. A mí no me interesa escribir para escritores. Uno de los epígrafes de Merca dice: “Es muy fácil escribir difícil; lo difícil es escribir fácil”. A los que escribimos para que nos pueda leer cualquiera nos lleva un montón de trabajo. Tengo muchos amigos que no leen y han leído mis libros, y la han pasado muy bien. Para mí, eso es más importante que venga un erudito. Me gusta que me pueda leer gente que no lee. Tampoco me interesa escribir un libro de 500 páginas. En los tiempos que estamos viviendo. A mí me interesa aggiornarme a la era digital. Yo prefiero ofrecer un libro. Hacer reír con la palabra escrita es muy difícil. Hay dos cosas que siempre quiero que tengan mis libros. Una es el ritmo, la otra es el humor negro. El humor te salva todo el tiempo, hasta en las situaciones más tristes o más jodidas. Gracias a eso puedo poner en cuestionamiento a esta clase social.

–Estás trabajando en la serie de “Merca”. ¿Cómo surgió esa posibilidad y en qué está?

–A mucha gente le parecía muy visual. Yo soy muy fan del cine y del audiovisual. Siempre es algo que me sedujo. Cuando salió Merca, se habló de hacer una película que no prosperó. En el medio apareció lo de La mamá de Johnny, y me parecía interesante que siga siendo muy visual. Y en uno de mis talleres, uno de mis alumnos me sugirió hacer un piloto para una serie. Me convenció y empezamos a pensarlo. Lo trabajamos bastante en cuarentena, lo empecé a girar y ahí un director, Gianfranco Quattrini, se subió al proyecto. Volvimos a corregir el piloto y armamos un dossier. Lo presentamos en KyS, que hizo El reino ahora, tuvimos una buena primera recepción, pero no hemos tenido la respuesta definitiva. El guion del primer capítulo está. La idea es hacer ocho capítulos de 30 minutos, que tenga mucho ritmo, como pasa, por ejemplo, en Fleabag. En un principio, pensamos a Johnny como una voz en off, hasta que en un momento nos dimos cuenta de que le tenía que hablar a la cámara, romper la cuarta pared. Entonces, cada vez que piensa todo eso que pasa por su cabeza le habla a la cámara.

–¿Cómo sigue el universo familiar que empezaste a construir?

–Cuando tomé la decisión de hacer La mamá…, lo empecé a pensar como una trilogía. Johnny, la madre, y después por ahí el hermano más chico, que me resulta interesante porque es el más ninguneado de la familia, no lo toman en serio, es un machirulo total. En Merca la familia no tiene nombre, ya en La mamá de Johnny había que resolver de alguna manera eso y entonces aparecen los nombres de Paulette, de Pía (la hermana), de Gerardo (el papá). El hermano menor es el único de la familia que queda sin nombrar. Eso lo hice pensando en que la próxima parte sea contada por él. Pero a partir de la salida de La mamá de Johnny hay gente que me está pidiendo otros personajes (risas), como Pía o Gerardo. Me empezaron a decir: “Trilogía no, tenés que hacer una saga familiar”, así que quién sabe adónde terminará esto. Por lo pronto, es muy factible que haya un tercero, después veremos.

  • La mamá de Johnny. De Loyds. Editorial Emecé. 272 páginas. $ 1.600.

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