Los links invisibles: Disfraces de carnaval
El verano es época de fiestas de fin de año, de vacaciones y de carnavales. Brillan los carnavales populares, el Carnaval de Gualeguaychú, los monumentales carnavales de Río de Janeiro y el feriado de Carnaval: son épocas de calor, de agua, de baile, disfraces, locura y derroche.
Una de las canciones más conocidas de la música popular argentina es justamente un carnavalito que un hombre imaginó mientras escuchaba el traqueteo del tren. No fue el único que compuso un gran tema escuchando un traqueteo: ahí está ese tema de soledad anticarnavalesca que es Los ejes de mi carreta, de Atahualpa Yupanqui.
40 años después de la aparición de aquel carnavalito humahuaqueño, Los Fabulosos Cadillacs compusieron su gran hit Matador mientras una bazucada funeraria sacudía la sangre rebelde.
El primer libro de un joven Juan José Delaney fue prologado amablemente por Borges. En ese libro había un cuento con dos personajes que se encontraban y se perdían en un Carnaval de disfraces. En uno de los cuentos del libro Un hombre con suerte, de James Brinkley, su joven protagonista sale con su hermano y se pierde en una fiesta masiva y callejera con aires de carnaval. La que también se ve totalmente perdida en un Carnaval es la protagonista del cortometraje La reina, una adolescente apabullada por la obligación de ser reina de Carnaval, dolorosamente sometida a los dictados de la tradición y de la belleza, recordándonos uno de los lados oscuros de la luna carnavalera.
Claro que ese corto no es el único que remite a carnavales: cada uno podría hacer su lista de películas con carnaval o podría ir directamente al divertidísimo libro Macunaíma, que tiene versión cinematográfica. Donde también hay fiesta, Carnaval, celebraciones y un desborde de alegría y reflexividad antropológica es en el libro Celebrar. Una antropología de la fiesta y de la performance, compilado por Gustavo Blázquez y María Gabriela Lugones.
“La vida es un carnaval”, dice la frase musical más famosa vinculada a estas celebraciones. Pero nos quedaríamos cortos si solamente nos remitiéramos a carnavales y no mencionáramos “lo carnavalesco”. Para el teórico ruso M. Bajtin, “lo carnavalesco” era también una forma de vida que se experimentaba durante un carnaval, esa especie del mundo del revés en donde estalla el humor y lo extravagante toma lugar, mientras las diferencias sociales y las reglas oficiales caen esporádicamente.
Hay, entonces, algo carnavalesco en las fotografías de Marcos López, hay algo carnavalesco en el estilo prosaico de María Moreno, hay algo a medio camino carnavalesco en el libro 50 estados, donde el poeta Ezequiel Zaidenwerg se disfraza de varios poetas imaginarios.
Medido, mesurado, calculador, el estilo literario de Borges parece estar más del lado de lo anticarnavalesco: y sin embargo su relato “Lotería de Babilonia” propone un delirio épico de organización social, haciendo que los ciudadanos deban cambiar sus roles de acuerdo a sorteos.
No olvidemos, para ir cerrando, esa desmesura animada e intelectual que es Ghost in the Shell II, que incluye una escena con una caravana ominosa. No olvidemos, tampoco, esa preciosa y loca obra musical llamada El carnaval de los animales, en la que hay elefantes, tortugas, estudiantes de piano que tocan mal y restos fósiles musicalizados.
Y tampoco estos links, que ojalá sean un carnaval en miniatura en donde se mezcla todo con todo, una especie de celebración en que siempre se nos ocurren más y más obras para invitar a la fiesta.
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